lunes, 12 de marzo de 2012

Un poeta en el corso



-Te lo he dicho centenares de veces, no quiero ir a los corsos del barrio, hay gente que no me agrada ver como simula su buena onda- Le decía Luzbe a su mujer, fumando su octavo cigarrillo. 
Casi resignada a que su marido deje de mirar las cosas que le proponía, tan críticamente, fue a casa de una amiga a confirmar si nuevamente seria su acompañante este año. La expectativa era enorme, uno de los vecinos le había comentado que cambiaron  los trajes, la puesta en escena y la performance.
-Marisa ¿vienes este año conmigo, no?
-Pienso que si, ahora que me decís que hay posibles cambios, me dan más ganas.
-Eso me lo dijo el vecino de la vuelta de mi casa, igualmente yo no sé qué porcentaje de todo lo que dice creerle, está un poco chiflado. Una vez salió a las tres de la mañana, descalzo y le decía a la gente que pasaba “usted es el próximo”. Yo no sé, pero me da un poco de lástima debe estar colapsado de drogas. Cuando le cuento estas cosas a mi marido me dice  que esas personas no sirven para nada, sólo para holgar.
-Bueno pero ya lo conocemos a tu marido, lo único que sabe hacer es mirar televisión. A veces pienso que es agorafóbico, nunca quiere concurrir a lugares donde hay mucha gente. Igual ya nos estamos yendo de tema con todo lo que estamos hablando. Volvamos al corso.
 La reflexión de su amiga, sobre el marido fue tal, que ella se levantó rápidamente, tomó sus cosas y se fue, dejando sin posibilidades a Marisa de una explicación. Intentó alcanzarla pero cuando cruzó su puerta, el taxi ya había hecho dos cuadras. Llamó a su celular pero inmediatamente apareció el contestador, como si estuviera apagado.
Mientras iba en el taxi, se preguntaba por qué su marido nunca quería hacer nada que implique relacionarse con el otro. Sus pensamientos sobre que hacer le ocuparon todo el viaje, de manera que se pasó cuatro cuadras de donde tendría que haberse bajado.  – ¡Pare aquí, por favor! – Dijo ella sonriendo por su falta de atención.
El carnaval comenzaba mañana, así que era momento de decidir qué ropa de baile utilizaría, no sabía si usar el traje de todos los años o hacerse uno ella misma algo improvisado, mucho tiempo no tenía para decidir. Tomó unas telas de muchos colores, algunas lentejuelas y diseñó un modelo de traje, utilizando como temática los años 60 (siempre estuvo presente en cada diseño de ropa que hizo la nostalgia por su época hippie).
En su momento más álgido, su marido abrió la puerta abruptamente, bajó la música y le preguntó algo nervioso;
-¿Por qué tanto alboroto, estas drogada?
-No, estoy feliz, mañana empieza el carnaval y me hice un traje yo misma para bailar.
-Claro, Para hacer trajecitos para eventos pelotudos, te sobra el tiempo. ¿Sabes dónde está nuestro hijo en este momento? ¿Mira, lo que es esta casa? Ya no tienes veinte años, para seguir haciendo estas payasadas.
-No se trata de tener veinte años, a mi me divierte bailar en los carnavales, no voy a dejar de hacerlo hasta que me muera - Dijo algo compungida, pero llenándose de bronca a la vez.
Los dos se miraron con tono desafiante, pero ya no se dijeron más nada. Él durmió en el sillón, como suele hacer cuando discuten y ella se fue a la habitación deseando que ya sea la hora de encontrarse con su amiga, para no verle la cara a su marido. La mañana se hizo presente con un sol radiante y ambos no pudieron dormir más. Ella se levanto, desayuno por su parte, metió el traje en una bolsa y se marcho rápido, sin hacer ningún ruido. No quería preguntas perturbadoras.
El barrio ya palpitaba lo que sucedería tan solo en horas, cinco cuadras principales habían sido cortadas, desbordaban de colores y adornos. Ella dio una recorrida por la zona, hablo con algunos conocidos y cuando quiso acordar ya era hora de encontrarse con su amiga, así que rápidamente rumbeo al punto establecido. –Perdón, por llegar tarde. Los vecinos me cuentan anécdotas graciosas cada vez que me ven - ella sabía que su amiga no se enojaría, pero por las dudas se cubrió ante cualquier reproche.
 – Vamos a cambiarnos, quiero ver tu traje – dijo Marisa con mucha ansiedad. En el cambiador del cosmódromo, ella soltó unas lagrimas y abrazo a su amiga.
-¿Por qué lloras, hoy es un día especial para ambas?
-Mi marido es detestable, me entiendes. Voy a dejarlo luego de esta noche.
-Te comprendo, pero no es hora de que pienses en eso, hoy es una noche para divertirnos junto a nuestros amigos del barrio.
Las palabras de su amiga fueron contundentes, así que salieron vestidas a darle inicio al corso. Ambas bailaban alocadamente, cuando un silbato se hizo oír para darle la bienvenida a la murga  “Los barrios sin fronteras”, ese fue un gran momento, todos los presentes comenzaron a bailar, como atraídos por los tambores.
Mientras sus pasos carnavalescos eran festejados por los vecinos, un muchacho se le acerco, tratando de que su suspicacia sea foco de atención y le soltó uno de sus mejores poemas, lo cual produjo que ella se detuviera por unos segundos, conmovida por lo que había escuchado. Nunca nadie le había dicho semejante verso amoroso. 
Fue algo tan conmovedor, que se hizo a un costado con él para que se lo vuelva a repetir. El cosquilleo fue tal, que se sintió una adolescente sonrojada. Sus palabras se trababan, estaba viendo el amor que siempre había proyectado. Esa noche no pudo bailar más, estaba completamente abducida por ese ser y su verso. Hablaron casi hasta el amanecer, cada vez quedaba menos gente, Marisa supo que no volvería con ella, así que también se marchó.
-Déjame conocerte. Los corsos siempre fueron de mi agrado porque hay mujeres bonitas, pero tú, has pasado los límites de mis expectativas. Te pido que te vengas conmigo a Cuba, el diario me ha encargado unas notas por el aniversario de la revolución cubana.
Si te decides, nos encontramos mañana a las 7 en mi casa de Barracas, Montes de oca 456. Te espero hasta las ocho y media si no pierdo el avión y si pasa eso, pierdo el trabajo.
Ella sabía que era la oportunidad que siempre había soñado, pero no quería que su hijo se enojara por su decisión. A penas puso un pie en su casa fue a despertar a su hijo para explicarle que se ausentaría por unos días, a su regreso le daría todas las explicaciones que quisiera.
Hizo las valijas, aprovechando que su marido todas las mañanas jugaba a la lotería. Redactó una carta a modo de despedida para con él, la dejo en la mesa de la cocina y se marchó. Su marido llegó y vio el traje en el sillón, dijo su nombre esperando respuesta pero nada, se dirigió a la cocina y allí se encontró con su sentencia.  “Nuestras vidas han sido siempre paralelas, te he querido mucho pero eso ya es parte del pasado, no trates de buscarme, ya hablé con el niño, si intentas sacarle información sabe lo mismo que vos. Voy hacer mi vida adolescentemente. Adiós.”

Dr. Proletarius    

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