lunes, 28 de abril de 2014

Para contar historias /Gabriel García Márquez, fragmento/



Lo único que he querido hacer en mi vida –y lo único que he hecho más o menos bien- es contar historias. Pero nunca imaginé que fuera tan divertido contarlas colectivamente. Les confieso que para mí la estirpe de los cuenteros, de esos venerables ancianos que recitan apólogos y dudosas aventuras de Las mil y una noches en los zocos marroquíes, esa estirpe, es la única que no está condenada a cien años de soledad ni a sufrir la maldición de Babel.
Hasta ahora había parecido difícil, por no decir imposible, observar en detalle los caprichosos vaivenes de la imaginación, sorprender el momento exacto en que surge una idea, como el cazador que descubre de pronto en la mirilla de su fusil el instante preciso en que salta la liebre. Pero con el texto delante creo que será fácil hacer eso. Uno podrá volver atrás y decir: “Aquí mismo fue”. Porque uno se dará cuenta de que a partir de ahí –de esa pregunta, ese comentario, esa inesperada sugerencia.-fue cuando la historia dio un vuelco, tomó forma y se encauzó definitivamente.
Estamos para contar historias. Lo que nos interesa aprender aquí es cómo se arma un relato, cómo se cuenta un cuento. Me pregunto, sin embargo, hablando con entera franqueza, si eso es algo que se pueda aprender. No quisiera descorazonar a nadie, pero estoy convencido de que el mundo se divide entre los que saben contar historias y los que no, así como, en un sentido más amplio, se divide entre los que cagan bien y los que cagan mal, o, si la expresión les parece grosera, entre los que obran bien y los que obran mal, para usar un piadoso eufemismo mexicano. Lo que quiero decir es que el cuentero nace, no se hace. Claro que el don no basta. A quien sólo tiene la aptitud, pero no el oficio, le falta mucho todavía: cultura, técnica, experiencia…Eso sí: posee lo principal. Es algo que recibió de la familia, probablemente, no sé si por la vía de los genes o de la conversación de sobremesa. Esas personas que tienen aptitudes innatas suelen contar hasta sin proponérselo, tal vez porque no saben expresarse de otra manera. Yo mismo para no ir más lejos, soy incapaz de pensar en términos abstractos. De pronto me preguntan en una entrevista cómo veo el problema de la capa de ozono o qué factores, a mi juicio, determinarán el curso de la política latinoamericana en los próximos años, y lo único que se me ocurre es contarles un cuento. Por suerte, ahora se me hace mucho más fácil, porque además de la vocación tengo la experiencia y cada vez logro condensarlos más y por tanto aburrir menos.
La mitad de los cuentos con que inicié mi formación se los escuché a mi madre. Ella nunca oyó hablar de discursos literarios, ni de técnicas narrativas, ni de nada de eso; pero sabía preparar un golpe de efecto, guardarse un as en la manga mejor que los magos que sacan pañuelitos y conejos del sombrero. Recuerdo cierta vez que estaba contándonos algo, y después de mencionar a un tipo que no tenía nada que ver con el asunto, prosiguió su cuento tan campante, sin volver a hablar de él, hasta que casi llegando al final, ¡paff!, de nuevo el tipo –ahora en primer plano, por decirlo así-, y todo el mundo boquiabierto, y yo preguntándome, ¿dónde habrá aprendido mi madre esa técnica, que a uno le toma toda una vida aprender? Para mí las historias son como juguetes y armarlas de una forma u otra es como un juego. Creo que si a un niño lo pusieran ante un grupo de juguetes con características distintas, Empezaría jugando con todos pero al final se quedaría con uno. Ese uno sería la expresión de sus aptitudes y su vocación. Si se dieran las condiciones para que el talento se desarrollara a lo largo de toda una vida estaríamos descubriendo uno de los secretos de la felicidad y la longevidad. El día que descubrí que lo único que realmente me gustaba era contar historias me propuse hacer todo lo necesario para satisfacer ese deseo. Me dije: esto es lo mío, nada ni nadie me obligará a dedicarme a otra cosa. No se imaginan ustedes la cantidad de trucos, marrullerías, trampas y mentiras que tuve que hacer durante mis años de estudiante para llegar a ser escritor, para poder seguir mi camino, porque lo que querían era meterme a la fuerza por otro lado. Llegué inclusive a ser un gran estudiante para que me dejaran tranquilo y poder seguir leyendo poesía y novelas, que era lo que a mí me interesaba. Al final del cuarto año de bachillerato –un poco tarde por cierto- descubrí una cosa importantísima, y es que si uno pone atención a la clase después no tiene que estudiar ni estar con la angustia permanente de las preguntas y los exámenes. A esa edad, cuando uno se concentra lo absorbe todo como una esponja. Cuando me di cuenta de eso hice dos años –y el cuarto y  el quinto- con calificaciones máximas en todo. Me exhibía como un genio y a nadie le pasaba por la cabeza que eso yo lo hacía para no tener que estudiar y seguir metido en mis asuntos. Yo sabía muy bien lo que me traía entre manos.
Modestamente me considero el hombre más libre del mundo –en la medida en que no estoy atado a nada ni tengo compromisos con nadie- y eso se lo debo a haber hecho durante toda la vida única y exclusivamente lo que he querido, que es contar historias. Voy a visitar a unos amigos y seguramente les cuento una historia; vuelvo a casa y cuento otra, tal vez la de los amigos que oyeron la historia anterior; me meto en la ducha y, mientras me enjabono, me cuento a mí mismo una idea que venía dándome vueltas en la cabeza desde hacía varios días… Es decir: padezco de la bendita manía de contar. Y me pregunto: esa manía, ¿se puede transmitir? ¿Las obsesiones se enseñan? Lo que sí puede hacer uno es compartir experiencias, mostrar problemas, hablar de las soluciones que encontró y de las decisiones que tuvo que tomar, por qué hizo esto y no aquello, por qué eliminó de la historia una determinada situación o incluyó un nuevo personaje… ¿No es eso lo que hacen también los escritores cuando leen a otros escritores? Los novelistas no leemos novelas sino para saber cómo están escritas. Uno las voltea, las desatornilla, pone las piezas en orden, aísla un párrafo, lo estudia, y llega un momento en que puede decir: “Ah, sí, lo que hizo este fue colocar al personaje aquí y trasladar esa situación para allá, porque necesitaba que más allá…” En otras palabras, uno abre bien los ojos, no se deja hipnotizar, trata de descubrir los trucos del mago. La técnica, el oficio, los trucos son cosas que se pueden enseñar y de las que un estudiante puede sacar buen provecho.
En una cátedra de literatura, con un señor sentado allá arriba soltando imperturbable un rollo teórico, no se aprenden los secretos del escritor. El único modo de aprenderlos es leyendo y trabajando. Eso no quiere decir que vayamos a sofocar la imaginación, entre otras cosas porque aquí funciona también el principio del brain-storming: hasta los disparates que se le ocurren a uno deben tomarse en cuenta  porque a veces, con un simple giro, dan paso a soluciones muy imaginativas.
No se concibe al participante de un curso que no sea receptivo a la crítica. Esto es una operación de toma y daca, y hay que estar dispuesto a dar golpes y a recibirlos. ¿Dónde está la frontera entre lo permisible y lo inaceptable? Nadie lo sabe. Uno mismo la fija. Por lo pronto, uno tiene que tener muy claro cuál es la historia que quiere contar. Partiendo de ahí, tiene que estar dispuesto a luchas por ella con uñas y dientes, o bien, llegado el caso, ser suficientemente flexible y reconocer que, tal como uno la imagina, la historia no tiene posibilidades de desarrollo. ¿Qué podemos hacer para seguir alimentando la manía de contar que todos padecemos en mayor o menor grado? Por lo pronto, si uno quiere ser escritor o periodista-escritor tiene que estar dispuesto a serlo veinticuatro horas al día, los trescientos sesenta y cinco días del año. ¿Quién fue el que dijo aquello de que si me llega la inspiración me encontrará escribiendo? Ése sabía lo que decía. Los diletantes pueden darse el lujo de mariposear, de pasarse la vida saltando de una cosa a otra sin ahondar en ninguna, pero nosotros no. El nuestro es un oficio de galeotes, no de diletantes.

(Fragmento del prólogo de García

Márquez a su libro la Bendita manía de contar)

miércoles, 23 de abril de 2014

Bonzi II

Las canciones de cumbia
movían nuestras juntadas.
Damas gratis va a tocar,
decía el parlante.
En las plazas vimos las pastillas:
verdes, rojas y blancas.
Todas mezcladas en el florero.
El hemisferio de la juventud era puro ademan
de esa valentía, que se hace agonía al crecer.
Fuimos ese rock de las esquinas.
Las cintas rebobinadas con lapicera
para escuchar al Indio Solari.
¿Quién no creyó en oktubre?
Los brotes interbarriales,
escenarios medievales
y todas las escaramuzas
a puro botellazo limpio.
Guerreros a ultranza,
pululando el azar de vivir.
Cuando se abrieron las fronteras
vino gente con mucho que enseñar.

viernes, 18 de abril de 2014

Bonzi I

Eramos chicos en Bonzi
y crecimos separados
nuestras calles de brea derretida
nos encontró con fútbol, drogas y rock
Muchas personas conocí
cada una fue el eslabón de la experiencia.
Perdimos la chaveta,
entre alambres, baldíos (ahora hechos sociedad de fomento)
he escuchado las mejores anécdotas.
La ultima seca nunca fue comedida.

Esnob

En los pasos más pequeños
pude ver desesperanza
esos libros dieron miedo
los discos, algunos, aturdieron
todavía no podía levantar
¿quién tolera este espacio?
no es posible el olvido
se ha vuelto picardia divagar.



martes, 15 de abril de 2014

Rimas para niños


Las depresiones dominicales generan los momentos apropiados para la selección de las historias que van a ser publicadas. El trabajo lo hace en su oficina que esta en microcentro porque en su casa lo distraen sus hijos, que van de acá para allá. Primero elige un habano, se sirve un café cargado y se acomoda en el sillón verde, que lo acompaña desde hace años. Al empezar a leer la primer historia que sacó de un sobre color madera, un sonido poco armonioso lo irrumpió y al atender el teléfono, quedaron las hojas desparramadas en el escritorio.
- Hola – dijo sin ganas.
- Soy Claudio Godines ¿te acordas de mi? – preguntó con furor.
- La verdad que no y en este momento no estoy para adivinanzas. Estoy trabajando.
- Ninguna adivinanza. Ya te dije mi nombre. Te mandé un cheque por las ediciones que hiciste de mi libro ¿Te llegó?
- Ah, no sé. Después me fijo. Ahora estoy leyendo historias para seleccionar cual publicar y hasta ahora son bastante aburridas.
Ya que se nota que no tenes nada para hacer, escucha. No tengo ganas de ponerme en crítico - dijo y se puso a leer un cuento.

Cuando veía que todos anotaban sin parar y mi cuaderno estaba vacío, empezaba a cuestionarme si realmente estaba en el lugar correcto. Miraba las caras y todos estaban atentos al pizarrón. El profesor lo único que hacía era anotar palabras sueltas y a lo ultimo anotaba lo que había que leer, pero lo que podía escribir de todo eso era nada. Estaba a mitad de un cuento que no podía terminar porque no se me ocurría un final. La chica que se sentaba al lado miraba de a ratos, sin dejar de escribir en su cuaderno; cada palabra del profesor le parecía interesante. Medio que intentaba leer, incluso a veces dejaba la mirada en mi cuaderno y seguía las oraciones que iba desparramando como desesperado, intentando darle forma a la historia. Pero nada. No salía algo concreto para arrebatar al lector. Ni medio cross tenía. De repente la chica, disculpándose, me empieza a hablar sugiriéndome un posible final: “Y si pones algo así como que la chica se hace lesbiana y mata al novio de su amante. ¿Queda muy pochoclero? ” La miré sorprendido por la ocurrencia, sin saber hacia donde salir. Quede pensando un momento, hasta que contesté intercalando una sonrisa. “Guau, eso es bastante fuerte. No se me ocurrió una muerte pero quizás podría considerarlo, total se puede justificar el asesinato como un acto de despecho.” Ella se río y a todo esto ya había dejado de prestar atención hacía más de quince minutos. “¿Ya publicaste algo o te leyó alguien?”, preguntó interesada. En ese momento pensé en dar una respuesta subida a algún lugar inexistente, que sé yo: sí, publiqué dos novelas y gané un concurso de algo. Pero semejante traición a mi mismo, me causaba una baja de autoestima. Incluso sabiendo que ya había quedado a mitad de camino en varios concursos, donde los jurados que te leen son terribles trituradores: con dos oraciones ya saben si sos bueno o si te tenes que dedicar a otra cosa. Es bastante dura la elección de ser escritor, si no naciste con talento. A todo esto a mi compañera de banco le contesté con la pura verdad: “Hasta el momento la única que me ha leído fue mi prima, que como esta entrada en años, y no pudo deshacerse de estilos del siglo XX, piensa que escribir debe ser como lo hacía Garcia Marquez. Y cada vez que le digo que no me gusta ese autor, me mira con tristeza y deja de leerme. Acto seguido dice: te falta leer Cien años de soledad para saber lo que es bueno. En fin, es una discusión eterna. Una vez intenté con una poesía. Ya podrás imaginarte que no la pasé muy bien, me mandó a leer a Oliverio Girondo. Era frustrante tanto rechazo y las ganas por sentarme frente a una computadora de a poco se volvían nulas. Los dedos temblaban ante cada tecleo, estaba colapsado del boom latinoamericano. Esta prima no paraba de encargarse de dejarme en claro lo malo que era”. La chica no me sacó la mirada en ningún momento pero se quedó callada varios minutos. Pensé que iba a reírse de mi desgracia y todo lo contrario. Me alentó con entusiasmo para lanzarme a la publicación. Eso realmente era una motivación, pero no pude evitar quebrarme. Comenzaron a caerme lágrimas, sentía una gran impotencia por la situación. Ahora me veía obligado a confesar otra verdad, ya que la chica se veía sincera conmigo. “Todo lo que te conté anteriormente me sacó las ganas de seguir en este camino y hace poco terminé un taller, en el cual aprendí a hacer rimas para niños. Era tal la desesperación por ser publicado que no tuve más opción. Mi prima me lo había dejado en claro: “La literatura no es lo tuyo”. Lo resigné todo. Con esto tengo éxito de verdad, en los jardines algunas madres jóvenes me declaran su amor; me llaman el Cortazar de los guardapolvos verde.”

- Estas escuchando esto – dijo Claudio sorprendido.
- No lo puedo creer…
- Es muy bueno, ¿no?
- Más allá de eso. La historia es real. El tipo que te mandó esta historia fue alumno mío de ese taller que esta mencionando.
La primera clase, lo primero que me dijo fue que quería hacerse conocido con las letras y que su prima le había bajado la moral porque no leía a Garcia Marquez. 
- Ah, esto ya es impresionante…
- Sí, que coincidencia.
- No, eso no. Lo último que me faltaba escuchar es que das un taller de rimas. Deja de robar, hombre.
Bueh…vamos a terminar de leer esto, que quiero saber cual es el final de este tal Cortazar para infantes. 

Continuo con la lectura.

Lo primero que hizo mi compañera de banco fue abrazarme en el medio de la clase. El profesor nos pidió que lo romances se concreten fuera del aula y sin responder nada, me sacó del aula tirandome el brazo. No entendía nada, pero aproveché para comprar un café en el bar. Los precios eran mucho más baratos que en cualquier confitería y le invité uno. No paró de insistirme en que mande algunos cuentos a revistas y demás lugares que ella conocía. Pero me resistí a todo eso. No quería abondar las rimas, ya sabía la estructura y el trabajo creativo era mucho menor que si me sentaba por un cuento o una novela. Después del café, le dije que me iría a casa para terminar unas rimas que estaba por publicar. Estaba contento porque sería mi primer material publicado en libro. Hasta el momento solo eran revistas infantiles o envoltorios de chocolates. Quiso acompañarme y no me opuse. Mientras esperábamos el colectivo le conté como sería la tapa del libro, los dibujos y que estaría prologado por un amigo de la infancia, que hacía muy poco había terminado la carrera de profesor en letras. Ese si que sabe de verdad, le dije sonriendo. Empezó a preguntarme con quién vivía y le contesté, con mi prima, un hermano y mi mamá. “¿Con tu prima?”, preguntó con sorpresa. Sí, contesté con toda naturalidad y justo vino el colectivo. En el trayecto se quedó dormida sobre mi hombro. No voy a negar que miré varias veces para ver si me estaba babeando, pero no paso nada. Totalmente seca estaba la zona. Al rato me quedé dormido yo y nos pasamos de la parada. Nos despertó el chofer donde termina el recorrido, así que tuvimos que esperar hasta que saliera otro que volviese. Veinte minutos, fueron más o menos. Cuando llegamos a casa le ofrecí algo para tomar y al principio no aceptaba nada, porque estaba tímida. Al rato en mi habitación escuchamos algunos discos y la tensión empezó a bajar. Nos besamos intensamente, hasta que golpeó la puerta mi madre para pedirme que bajara la música porque mi hermano dormía. No me importó, no había buena relación con él. Nos pusimos hablar sobre el libro y me pidió que le mostrara lo que tenía armado. Lo busqué por toda la habitación pero no estaba. Di vuelta todo. Le pregunté a mi mamá y me contestó que la ultima que lo vio, lo tenía María. Apreté los dientes y sin contestar, volví a mi cuarto. La miré a ella y le dije: “cagué”. “¿Quién es María?”, preguntó con temor a que sea algún romance y solo pude decir: “mi prima.”

- Esta historia es malísima, Godines. No tiene nada nuevo – dijo resignado.
- Claro, ahora entiendo todo…
- De que estas hablando, boludo. No te hagas el misterioso.
- Fíjate que te mandé un libro bastante gordote que tiene rimas y es para publicar.
- Si, acá lo veo y…
- ¿Quién es el autor? – preguntó sin dejarlo terminar.
- Ma…

- ¡Como la cagó!