Foto: Pere Virgili
“No comprendo el desplazamiento de la literatura por la cursilería que ni siquiera se toma la molestia de la complejidad”.
Antes de meternos en harina de varios costales, dos testimonios sobre Carlos Monsiváis (México, 1938) de dos personas que le conocen bien. Su editor, Jorge Herralde, advierte sobre la falsa impresión ágrafa que puede exhibir nuestro entrevistado: en realidad es un grafómano que sólo ha publicado una pequeña parte de lo que ha escrito. Monsiváis - sostiene Herralde - "es el responsable de posiblemente millones de artículos, textos, conferencias y tutti quanti: la pluma más rápida del Oeste (según dicen en México)."
El segundo testimonio proviene de un compatriota, el escritor Juan Villoro. Ve a Monsiváis "como un turista japonés que llega antes que tú a todas partes". Gracias a la insistencia de admiradores como Villoro o Sergio Pitol, y los oficios de Herralde para incluirlo en su contundente escudería hispanoamericana, Monsiváis se alzó como ganador del premio Anagrama de Ensayo en el 2000 porAires de familia, un volumen que compendia sus preocupaciones sobre la cultura y sociedad en América Latina. El ensayista mexicano analiza el proceso que se abre en la segunda mitad del siglo XX, cuando los países hispanoamericanos se incorporan - tarde - al cosmopolitismo, eso sí, con una energía que insufla una savia cultural que revitaliza la Vieja Europa. En ese libro, fundamental para conocer el modus operandi de Monsiváis como pensador de lo moderno, asistimos al momento en que "la cultura deja de ser lo que separa a las elites de las masas y se vuelve, en teoría, el derecho de todos". La revolución cosmopolita nutre el índice onomástico de un canon hispanoamericano que Monsiváis glosa en sus crónicas Días de guardar, Amor perdido, Escenas de pudor y liviandad, Los rituales del caos o las dos antologías sobre el calado de la literatura mexicana: La poesía mexicana del siglo XX y A ustedes les consta. Antología de la crónica en México.
"Cronista de todas nuestras desventuras y prodigios, más de las primeras", en palabras de Sergio Pitol, Monsiváis es el "documentador de la fecundísima fauna de nuestra imbecilidad nacional". Bajo la mirada de Monsiváis, la sociedad y la política latinoamericanas reaparecen presididas por la telenovela. Presidentes como Carlos Menem o Salinas de Gortari, nos comentó durante la presentación barcelonesa de Aires de familia, "se comportan como personajes de telenovela, que es el género que actualmente modela los comportamientos de nuestros políticos, junto con la mercadotecnia". Ese afán de identificación icónica impregna las actuaciones de los violentos sicarios que emulan a los personajes de un thriller, mientras que los narcos cantan sus corridos y evocan los westerns de John Wayne. Ambos roles delictivos son contemplados por nuestro pensador como "un pacto fáustico de vivir la vida con intensidad". Otro elemento distintivo de América Latina es lo que Monsiváis denomina la "opresión urbana" que deriva de un brutalizado determinismo social. El abandono del campo se generaliza en Centroamérica: "Para evitar el aislamiento, la gente emigra a las ciudades o a los Estados Unidos".
Para contradecir la maldición de que "nadie es profeta en su tierra", Monsiváis obtuvo en 2006 el más prestigioso galardón de su país, el Juan Rulfo de Literatura. Él, precisamente, él, que había proclamado al realismo mágico enemigo de los nuevos novelistas, recogió en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el galardón del autor de Pedro Páramo. El jurado había valorado en la obra de Monsiváis "las formas de la crónica periodística, el ensayo literario y el pensamiento contemporáneo de México y América Latina". Una crónica y un lenguaje alejado de las solemnidades para acercarse con fiabilidad descriptiva a la cultura popular, el espectáculo de la modernización urbana, los códigos de poder y las mentalidades. Lo proclamó Octavio Paz en 1978 y lo confirma, tres décadas después, José Emilio Pacheco: "Carlos Monsiváis es un nuevo género literario".
¿Cómo ha cambiado la mirada de Carlos Monsiváis sobre el mundo desde 1956, cuando publicó su primer ensayo sobre literatura policial en una revista estudiantil?
Ha cambiado tanto y tantas veces que el mundo que conocí ya no existe y el que ahora padezco se está desvaneciendo. Mi consigna al respecto es muy sincera: o ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendo. En 1956 yo era un izquierdista confiado, resentido con la Unión Soviética por la invasión de Hungría, y muy indignado con el Gobierno mexicano por su persecución de los izquierdistas. Ahora, sin que la indignación cambie, al contrario, estoy muy indignado con el neoliberalismo y, también, no entiendo por qué insisten en decir que el régimen de Fidel Castro no es una dictadura. Esto no quiere decir que crea en la inmutabilidad de las cosas, sino en los siglos que lleva entender la persistencia del horror.
Dice José Emilio Pacheco que usted es el más público de los escritores mexicanos y al mismo tiempo el más secreto, el más elocuente y el más reservado, el más famoso y el más incógnito...
José Emilio es muy generoso y sus palabras me confunden al punto de que por momentos me siento otra persona, pero todavía no me proporcionan su nombre.
"Nunca hay arte contemporáneo sin tradición". ¿Qué comentario le merece esta frase suya?
Nada surge de la nada excepto la mentalidad de Bush y su equipo, y la formación cultural de la gran mayoría de los políticos latinoamericanos y de otras nacionalidades pertinentes. El arte contemporáneo viene en gran medida, en enorme medida, de la formación de sus espectadores o lectores que ya, desde Picasso y los surrealistas, desde Dadá y Andy Warhol, se han preparado para las sorpresas y para las lecturas de lo desconocido o lo infrecuente. Así, la gran tradición del arte contemporáneo se escinde: por un lado, es la crisis sucesiva de las vanguardias y la necesidad de fomentar las crisis sucesivas; por otro, es la necesidad de los espectadores/lectores (espectadoras/ lectoras) de no desconfiar en principio de lo que ven, porque lo nuevo, antes que ninguna interpretación, requiere de su público la confianza en que están a la altura de las experimentaciones. Un público experimental para un arte contemporáneo.
Una de las grandes preocupaciones de la sociedad española es la deficitaria preparación escolar de los jóvenes y su bajo nivel lector. ¿Sucede de igual manera en otras latitudes?
En todas partes se cuecen habas que no se dejan leer. En materia de lecturas, como lo señalan una y otra vez las indagaciones de la ONU, los países nórdicos se llevan los primeros diez lugares. Estados Unidos, no obstante su impresionante sistema universitario, ocupa el lugar decimotercero. Y en lo tocante a América Latina, la situación es dolorosa. Se lee poquísimo, aunque gracias a Internet esto ha cambiado drásticamente. Pero la lectura en la red tiene otras características y no implica el diálogo entrañable de los lectores frente a los libros. También puede ser que la lectura que conocimos vaya en declive irreversible, pero eso dará lugar a nuevas formas expresivas.
Usted ha estado en diversas ocasiones en España y en Barcelona, concretamente. ¿Percibe muchas diferencias con Latinoamérica en la forma de hablar el castellano?
Bastante menos que las previsibles. Cambian el acento y las modalidades; cambian los énfasis y los depósitos profundos que le suministran a las palabras los secretos o los pactos íntimos. Pero en cuanto al vocabulario general, las transformaciones no son tantas. Para empezar, la industria editorial española rige en toda América Latina, y es desde luego la proveedora de los términos que en esta etapa constituyen el todo de las ciencias sociales, la madre del lenguaje de los movimientos; para continuar, mucho del refranero se ha perdido, y las metáforas ahora vienen cada vez más de las encuestas, de los filmes de moda, de los programas televisivos. Queda algo del refranero clásico, pero el nuevo refranero se arma sobre todo con temas internacionales, o con errores de políticos. Así, los acentos persisten, pero sin que el lenguaje tienda a unificarse, depende cada vez más, para certificar su condición singular, de la memoria lingüística, tal y como la retienen las viejas películas en la televisión.
Octavio Paz afirmó que usted era más cronista que novelista o ensayista, porque compatibilizaba diversos registros culturales. ¿La crónica es el género del momento presente?
Es uno de los géneros, sin duda, y esto se prueba, por ejemplo, con la condición de clásico que se le otorgó de modo unánime a Ryszard Kapuscinski, quien practicó una mezcla perfecta de reportaje y crónica, o el hecho de que a Norman Mailer se le reconozca sobre todo por sus grandes crónicas, mejores sin duda que sus novelas. Si no es el género del momento presente, sí es una de las maneras de llevar la literatura al periodismo, y la vida presente a la literatura.
En sus ensayos, el poeta Rubén Darío convive con Agatha Christie y los cómics. En una ocasión, Francisco Ayala afirmó que, al final, la lengua común de Hispanoamérica sería la de los culebrones...
Espero que don Francisco se equivoque. Si por "culebrones" se entienden las telenovelas o simplemente "novelas", como las de México, Argentina, Puerto Rico, Miami, etcétera, ahí la desdicha es completa. Se ha perdido el énfasis del melodrama, y esa manía de revisar los diccionarios que volvía tan divertidos los momentos de clímax. Todo ahora es burocracia del sentimiento, la clonación de la primera frase inocua de las conversaciones en camas gemelas. En algo o bastante difieren los culebrones de Brasil y Colombia, y eso explica el éxito interminable de Betty la Fea, pero sigo confiando en que los culebrones no sean el fin del mundo acústico conocido.
George Steiner lamenta que en las universidades británicas los alumnos desechen las humanidades y aspiren a ser millonarios antes de los treinta años y usted recuerda que la Biblia y la mitología han dejado de ser referentes narrativos. ¿En qué pararán esas carencias culturales? ¿Pueden ser sustituidas por el mundo audiovisual?
Ya han sido sustituidas, ese futuro ya nos pertenece, pero en rigor las situaciones culturales nunca han sido muy distintas. Sería una ilusión de novela rosa de 1952 imaginarse a generaciones lectoras que citaran indistintamente a Eurípides, Sófocles, San Pablo, el salmista David, Dante, Shakespeare y Cervantes. La diferencia con lo actual es obvia: los nombres de los clásicos se han memorizado y se siente una falta inexcusable de las personas no haber leído a Borges, a Cortázar o Philip Roth, autores que, por supuesto, los que recriminan tampoco han leído. A este respecto no puedo evitar la mención chovinista: cuando Vicente Fox fue - digo es un decir - presidente de México, en un discurso que leía por vez primera, mencionó a José Luis Borgues. Todos lo criticaron, y en su programa de radio para disculparse, dijo: "Bueno, me criticaron porque dije ‘José Luis Borgues'. Ni modo, cualquiera puede tener un lapsus bilingüe".
El gran Kapuscinski denunciaba en sus ‘lapidariums' que el periodismo estaba siendo sustituido por los ‘media workers'. ¿Quedan buenos escritores en las páginas de los diarios, o son sólo escribidores atados a la columna de los intereses coyunturales?
Cada vez menos se exige la escritura como requisito periodístico. Lo común es decir "basta con que se entienda". Esto forma parte de la devaluación general no sólo del lenguaje sino también de la información, al aceptarse que el lector se conforma con lo que le den y las creaciones verbales le dan igual.
Una pregunta al Monsiváis lector. ¿Por qué Paulo Coelho cuenta sus lectores por millones?
Tan sólo he leído un libro de Paulo Coelho y no entiendo por qué apasiona, como no entendí el megatriunfo de El código Da Vinci, como no comprendo el desplazamiento de la literatura por la cursilería que ni siquiera se toma la molestia de la complejidad. Supongo que Paulo Coelho convence por la revelación de secretos que sólo quien lee ese libro en ese momento comprende.
Vamos a hablar de política. ¿En qué anda el subcomandante Marcos?
Dice aparatosos lugares comunes ante cada vez menos gente, se indigna porque hay izquierda que no lo reconoce y apoya la autonomía vasca, sin precisar.
En 2007 se conmemoró la muerte del Che Guevara. Hasta los niños bien llevan su rostro estampado en las camisetas y el capitalismo lo ha incorporado al merchandising. ¿Una cruel ironía de la historia?
No sé. Guevara insistió en la guerra popular prolongada, en crear dos, tres, muchos Vietnams, en "amar a nuestros enemigos con odio revolucionario", en el castigo ejemplar para los traidores (ahí están los fusilamientos en La Habana en 1959). Las ironías crueles de la historia, antes que sobre Guevara cayeron sobre los cientos o miles de jóvenes que creyeron en la teoría del foco revolucionario y murieron o se degradaron en consecuencia. El heroísmo no está en duda, pero se precisa una definición crítica de ese heroísmo.
Otro aniversario luctuoso. En 2008 se cumplen cuarenta años de la matanza en Tlatelolco. ¿Cómo ha evolucionado México?
No veo la transformación crítica de la sociedad mexicana, entre otras cosas por el peso de la impunidad que, junto con la desigualdad, es la característica sobresaliente del país. Ya no hay un autócrata como Díaz Ordaz, que decidió la matanza del 2 de octubre de 1968; hay burócratas malignos y destructivos como Carlos Salinas de Gortari, o indiferentes y destructivos como Ernesto Zedillo; hay burócratas que fingen no ser de ultraderecha como Felipe Calderón.
Dos políticos mexicanos. Fox y López Obrador. Defínalos.
Vicente Fox es un hombre portentosamente ignorante, que entre los conocimientos que desechó en su Gobierno incluyó la honradez y la honestidad, es un ultraderechista sin mucha idea de lo que significa una idea, es un enemigo convulso del Estado laico. Andrés Manuel López Obrador es un líder carismático con errores y limitaciones, pero con una honradez y una valentía que no dejo de admirar. Es el líder de la gran resistencia al neoliberalismo, alejada por completo de las vulgaridades y manotazos de autoritarismo que distinguen a Hugo Chávez. López Obrador es un líder responsable al que se puede y debe criticar, pero al que no se puede minimizar con calumnias y chistes estúpidos.
Castro aparece enfermo en apariciones dosificadas por la televisión junto al líder bolivariano Hugo Chávez. ¿Cómo será, a su juicio, la transición cubana?
No puedo profetizar el rumbo de la transición cubana. Lo que sí creo es que, además de las ventajas que aportó la Revolución Cubana (educación, salud), le ha negado siempre la mayoría de edad al pueblo, ha proscrito las libertades democráticas, ha llenado la cárcel de presos políticos, ha llevado buena parte de la izquierda latinoamericana al elogio de la dictadura.
El bolivarismo de Chávez, el indigenismo de Evo Morales, Correa en Ecuador, el sandinismo en Nicaragua... ¿Populismos democráticos o personalismos autoritarios?
Chávez ha sido elegido democráticamente tres veces, y una parte importantísima de la población lo considera su líder. Es un autoritario, un hombre obsesionado con el monopolio del poder. Sin embargo, una parte considerable de la crítica que se le dirige no es sino un maniobreo patético de los defensores del neoliberalismo, por lo demás racistas.
El escritor chileno Roberto Bolaño acostumbraba a ironizar. Decía por ejemplo que gracias a seguir al pie de la letra los libros de Marta Harnecker sobre el materialismo histórico fracasaron todas las revoluciones en los setenta.
Si uno sigue al pie de la letra las enseñanzas dialécticas de Marta Harnecker, lo más probable es que se extrañe porque en cualquier frase con tesis, antítesis y síntesis no se encuentren las claves del ascenso revolucionario. Sé que estoy caricaturizando sus tesis, pero sé también que ella caricaturiza, y muy aburridamente, la realidad y que lo hace a favor de las mentalidades autoritarias.
¿Cree en la utopía o ésta desemboca, casi siempre, en totalitarismo?
Creo en la utopía, creo que el totalitarismo es el asesinato de las utopías y creo que ante la distopía del neoliberalismo, mantener la utopía en el mapa de las convicciones es un requisito de salud mental.
Si hemos perdido las alusiones en la cultura, ¿también perderemos las metáforas? Escoja una para este siglo XXI.
La esperanza es un I-Pod con toda la música de Mozart. Si esta metáfora no funciona, diré que la esperanza es un programa de Big Brother en donde sólo participa Robinson Crusoe.
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