viernes, 16 de marzo de 2012

Adiós amigo



Apenas alcanzaba los pedales de la bicicleta y ya andaba por la ciudad, pidiendo algunas para comer. Intentaba conquistar las almas mundanas desde su carisma. Subía a los colectivos con algunos artículos que conseguía por ahí para vender. Si la venta no era buena, se las ingeniaba con algunos números de clown, que había aprendido de sus amigos mayores. Hacía lo que sea para conseguirle dinero a su padre. No podía volver a casa con las manos vacías, eso implicaba una gran paliza y ya no quería más marcas en su cuerpo. Afrontar la calle para él era muy duro. Algunos lo miraban de costado, otros tal vez eran más complacientes y le daban alguna moneda chica, que les sobraba de algún vuelto.
Un día consiguió algunas monedas de más y se compro algo de comida (digresión: Su barriga hace ruido pero generalmente los oídos de la sociedad son sordos) Al regresar a su casa dejó sobre la mesa las ganancias obtenidas y se recostó. Su padre llegó tambaleándose, cerca de las tres de la mañana. Mientras se cocinaba, miró lo que había en la mesa. Enfurecido, despertó al niño de un cachetazo.
- ¿Qué paso hoy, inútil? – dijo eructando
- Nada, use algo para comer. Hacía dos días que no comía – dijo, quitándose una lagaña
- ¡Pedazo de mierda! La próxima vez que hagas algo así, te muelo a palos. ¿Me escuchaste, hijo de puta? – dijo embravecido
Esa noche igualmente recibió algunos golpes. A la mañana siguiente se levantó bien temprano y salió a hacer su recorrido habitual. Primero, pidió algunas monedas y luego hizo algún que otro colectivo y subte. Regresó a su casa más tarde de lo común, debido a que el tren se averió a mitad de camino. El padre, apenas el niño entró a su casa, lo golpeo y después preguntó por qué había llegado tarde. Las explicaciones fueron en vano. Hubo nuevos golpes. Lastimado y con dolores, se fue a dormir. A la mañana siguiente, mientras su padre dormía dando exaltadores ronquidos, él salió más temprano de lo habitual. Caminando por las vías de siempre, se le escaparon unas lágrimas. No quería sufrir más violencia.  Antes de arrancar con su trabajo de todos los días, fue a la casa de un amigo, que vivía en un vagón de tren.
-Hola Roco, necesito que me prestes el arma que usamos para jugar ruleta rusa – dijo cabizbajo
- ¿Para qué? ¿Que vas a hacer? – dijo su amigo asustado
- Necesito más plata para llevar a casa. Mira lo que es mi cara – dijo resignado
- Esta bien pero cuídate. Si te tiroteas con la yuta, déjala en el lugar de siempre.
Se marchó con el arma en la mochila. Ese día hizo más plata de lo común, ya que subió a más colectivos y subtes. Casi que no le hizo falta pedir en las esquinas. Cayendo el sol, ya era hora de regresar al barrio. Antes se sentó en una plaza pequeña y contó las ganancias. Volvió a casa mucho más tarde que siempre y sin un peso. Su padre lo estaba esperando con un palo que usaba frecuentemente y una cerveza a medio terminar. El niño abrió la puerta, vio a su padre más enojado que nunca y le dijo:
- Antes de que me preguntes por la plata, te aviso que me la gaste toda – dijo en forma relajada
- ¡Pendejo, maleducado de mierda! ¡Te voy a matar! – Dijo, preparando su palo
- No me pegues como siempre, déjame que te regale algo – dijo con una sonrisa en el rostro.
Fue hacia la mochila, abrió el bolsillo donde estaba el arma y mostrándole la pistola a su padre, dijo:
-¿Viste cuando yo te decía que me estabas lastimando? – pregunto socarronamente
- Bueno, no es para que terminemos así. Te prometo que no te pego más. Seamos amigos – dijo en forma amena
- Dale, seamos amigos – contesto amablemente
Llevó el arma a su cien, cerró los ojos y dijo:
-¡Adiós amigo!

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