Las palabras son temperamentales a la hora de definir un
destino que se pueda encauzar, son las que preceden y advierten la cosmovisión
de tu verdad. Es por eso que implorar obediencias a través de un discurso
siempre es más sustentable que hacerlo a viva voz, porque los trasfondos se
sujetan al reino de las figuras que adornan y acomodan el sintagma. La filosa y
enmarañada cultura que nosotros no repreguntamos, se vuelve paternalista en el trajín
cotidiano e impone un abanico de posibilidades paradigmáticas, con las cuales
uno cuenta para construir opiniones.
El campo esta acaudalado de frases maravillosas que añoran inclinar
la cancha para un solo lado e intentan conquistar las subjetividades
ofreciéndoles el cielo eterno. Mirando hacia atrás siempre me encuentro que
todo gira alrededor de la contradicción, no hay un planteamiento consecuente o
tan solo regular en la forma de vida de los seres humanos, solo hay relaciones
artificiales con objetivos específicos y metas monótonas. Es que si esto sigue
su cauce terminaremos abatatados en músicas monocordes, ajenas a enriquecer la
pluralidad y la salvedad de la humanidad.
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