sábado, 15 de febrero de 2014

Arlt, Lennon y la biblioteca


En la biblioteca del centro cultural que está cerca de la casa de un amigo muy querido - el loco tormenta - me habían dicho que encontraría la mayor parte de la obra de Arlt, pero solo encontré Los Siete Locos. Consulté a la chica que atendía en el mostrador y como estaba pasada de porro, la búsqueda que hizo en la computadora no fue incisiva. Me contestó un simple: "acá solo figura este único titulo." Insistí con la consulta indicandole que me habían pasado el dato del lugar como una posibilidad de encontrar varios títulos, pero la respuesta, nuevamente, fue la misma.
Hacía calor y los ventiladores funcionaban a medias. Mientras secaba el sudor de mi frente, tuve que conformarme con lo que encontré del autor. El calor empezó a darme sueño y a mitad del libro empecé a cabezear. La muchacha que atendía vino a despertarme y me preguntó si quería un café. Acepté. Me lo trajo y se quedó sentada conmigo. Hablamos un largo rato de literatura, hasta que del café pasamos a una cerveza. En la biblioteca no había mucha gente; los pocos que estaban, parecían bastante fumados. Casi no hablaban. De a ratos se oía alguna risotada o algún comentario político, ya sea para denostar o defender alguna postura. Íbamos por la cuarta cerveza  y no paraba de hablar: recorrimos toda su vida, las poses sexuales que más le gustaron y sus distintas experiencias de pareja. Cuando llegó mi turno para hablar, la chica se abalanzó sobre mi y con sus manos me apretó la cara - que labios que tenes, me dijo - zampandome un beso de aquellos. Cuando despegamos la cara, sonrió avergonzada y volvió a besarme, pero sin tanta intensidad. Comenzamos a vernos más seguido: encuentros en parques, algunas fiestas de amigos, paseos con el perro. Al mes fui a vivir al departamento que alquilaba. "Tráete todo lo que tengas", me dijo. Y me llevé todo lo que tenía: una mochila, algunos libros y discos.

- Nada más que esto trajiste - dijo al verme llegar.

- Es todo lo que tengo - contesté sin inmutarme.

- Ah sos bastante hippie - apuró entre risas.

- Detesto a los hippies. Fueron demasiado funcionales al sistema y para colmo, todavía tenemos alguno que ronda, muy contento, con esa bandera.

- No te ofendas - dijo entre risas - Yo soy medio hippie - remató.

- Ya veo. El adolescente necesita no crecer nunca y aburrirse con ciertas verdades. Ante todo el reviente, las luces de colores, las guirnaldas y después, bien en el fondo, la realidad.

- Bueno, paremos con la reflexión. Mejor acomódate, que voy por unas cervezas frías - dijo, paseándose en bombacha hasta la heladera. 

Mientras tomaba el vaso lleno de espuma que me había servido, se fue a ponerle la correa al perro - se llama Lennon - Saltaba para todos lados. Tiene prohibido mear adentro. En el parque lo soltamos, corría de árbol a árbol, también pasó por arriba de la gente que estaba recostada tomando sol, pero nadie se enojó. Hizo que lo amen al instante. Besaba a todo el mundo sin ningún temor a las represalias, ni distinción de sexos. Maravilloso.
Antes de que la tarde cayera pegamos la vuelta. Entre risas, algun beso y jura de amor eterno, Lennon se atragantó con la colilla de un cigarrillo. Intentamos darle algunas palmadas en el lomo pero nada. Ella lloraba desesperada. Fuimos a la veterinaria más cercana. Estaba cerrada. Probamos nuevamente con las palmadas y cada vez se le iba más adentro. Tosía, dale que dala, hasta que quedó duro en la vereda. Nos abrazamos, lloramos. Metimos a Lennon en una bolsa de residuo, que nos facilitó un vecino que tomaba mates en la puerta de la casa. Fuimos hasta la biblioteca, atrás tiene un gran fondo con pasto. Ella empezó a picar la tierra con una pala que había quedado de una obra. Enterramos a Lennon. Quiso quedarse sola, así que volví al departamento . Intenté dormir y como no pude, hurgué la biblioteca; elegí Los Lanzallamas de Arlt. Entre pagina y pagina, le daba alguna pitada al cigarrillo, que tristemente iba desapareciendo en el cenicero. La esperé todo lo que pude, hasta que no logré dominar el sueño: caí desplomado en el sillón, con el libro abierto de par a par en el pecho.
Desperté bien temprano y ella no estaba en casa. El calor era imperante. Después de ducharme y de haber intentado llamarla al celular, comí un desayuno frugal. Dos horas más tarde, ella llegó con dos bolsas de residuo, repletas de colillas de cigarrillo y con la cara desmejorada. "Para que no haya más Lennons en el barrio", dijo sonriente, mientras se dejaba caer en la cama. 

viernes, 7 de febrero de 2014

Matarlos a todos y hacer caridad


(Escenas de un colectivo agitado)

Ya estaba fastidioso. El colectivo no venía, al lado tenía una señora, que al parecer esperaba el mismo colectivo y no paraba de protestar contra la nueva generación en gestación. Otra señora la acompañaba y asentía cada una de las cosas que decía; incluso agregaba alguna misiva, tal como: “esto con los milicos no pasaría”. Mientras hablaban miraban hacia donde estaba, esperando que dijese o acotara algo. Al principio, debo reconocer, iba a putearlas pero después vi que venía el colectivo y concentré las energías en detenerlo, porque últimamente no te paran ni que te pongas delante. Las dejé subir, mientras parloteaban constreñidas por la cantidad de gente que no hace nada para mejorar. Traté de ubicarme lo más al fondo posible pensando que alguien les cedería el asiento pero al rato volví a tenerlas cerca de mí. Seguían como si nada.
- Este país es un desastre. Cada vez hay más gente que busca tener hijos para poder cobrar plata de arriba y lo peor de todo, es que esto lo pagamos nosotros. Los boludos.
- Eso no es lo peor, estimada. Acá el problema es que aparte de que se crían vagos, ahora esta de moda defender al delincuente – agregó mientras mascaba chicle con la boca cerrada y se abanicaba.
- Igual hablemos un poco más bajo porque quizás haya algunos sensibleros que siguen rompiendo las bolas con la izquierda – dijo sonriendo.
- Tenes razón – y también sonrió cómplice – Estos pibes de ahora piensan que van a salvar el mundo. Los dejan hablar mucho; son bastante maleducados.
Para colmo con esa cuestión de que entran y salen de las cárceles…la justicia se desmorona cada día un poco más ¡hay que matarlos a todos!

Algunos de los pasajeros alcanzaron a escuchar algunas cosas. Una mujer de cabellera enrulada, tenía la cara roja y los ojos encrispados. La observé un buen rato: se puso unos auriculares, revisó su cartera y sacó un celular - seguramente para contarle a alguien lo que estaba escuchando - A los pocos minutos se sacó los auriculares y los guardó rápidamente. Miró varias veces para ambos lados y acercándose a la puerta, no aguanto más: gritó en la cara de ambas “¡cállense ignorantes!”. Las señoras alteradas pero a su vez sorprendidas, no evitaron contestarle y se armó un debate acalorado.

- Por señoras como ustedes los proyectos no prosperan – arremetió la mujer.

Ambas se mostraron risueñas pero solo contestó una: la señora que protestaba sin parar en la parada del colectivo, la otra parecía más tímida.

- Entiendo su enojo, joven, pero sáquese las anteojeras y no se quede con el árbol. Vea el bosque. O me va a venir a decir que estamos bien o que los boludos de esta era no son las personas que trabajan…hágame el favor de no repetir lo que escucha – contestó la señora, recostada sobre el asiento.
- Usted es una fascista. Se la paso diciendo todo el viaje que hay que matarlos a todos. Se quejó de las familias que reproducen hijos, argumentando que lo hacen para ganar plata…
La verdad, la estoy tratando con respeto pero debería decirle que es una vieja de mierda.
Me niego a ensuciar la mierda.

Varios quisieron participar; algunos decían cosas a lo lejos pero sin ningún tipo de fuerza. Demasiado flaco. Reproducían lo que podía quedar en un simple estado de facebook. La mujer pedía a estas personas que sostengan lo que decían y en ese momento solo se limitaban a putearla. La mayoría de los pasajeros intentó alguna agresión física; estaban inquietos, se miraban como impotentes, estiraban los cuellos de sus remeras y se despacharon de forma peyorativa: “zurdita de cuarta”, “esta seguro que es de esas feministas insoportables”, “debe ser lesbiana”. La mujer cargó contra toda la intifada, respondiendo a cada una de ellas.

Me faltaba poco para bajar. Las mujeres seguían discutiendo. Escuché hasta donde pude pero tuve que enfilar hacia la puerta, el colectivo estaba lleno y mi destino ya era próximo. Toqué el timbre. Las señoras bajaron conmigo. Caminé detrás varias cuadras y cuando nuestros caminos se separaban en la esquina, la más tímida estiró la mano a una lata que estaba al lado de una persona que dormía tapada con cartones, luego se hizo la señal de la cruz, saludó a su amiga y se metió en un supermercado.