sábado, 6 de diciembre de 2014

Para esto no hay platea VIP

I


Todavía no deja de reverberar
tiene forma nocturna, puro insomnio
pasear es la formula para liberar
la tensión de la calma, de la quietud
Está plasmado en la idea inquisidora
que merodea, parece buena y la solución
queremos novedad, no parar la ansiedad
formar el escuadrón que no sufre
y de las mejillas, las gotas caen vencidas
en el desierto mental hay incertidumbre
la seguridad como escudo, como primera palabra
buena onda compulsiva
hace reventar la falsedad



II


En la sombra del bienestar
la silueta no entra
se esfuma en la pared
no tiene dueño, no entra

emanciparse del mojigato
quizás sea el sueño
para no quitarle la fuerza
a la mentada resistencia
No es para todos
no puede con palabras
los que se queden, deberán
saber
de beligerancia
No hay gestos amables
ni la rutilante diplomacia
hay inquietud frente a la soledad
amenazadora, cuando no bajas la cabeza





Clon aze pan

Record de venta en ansioliticos
Lideres indiscutibles del capital
La gloria no es tu vieja, ni un cuaderno
Es quién prepara la muerte
Medios infinitos para comunicar
Transmiten la vitalidad
Nadie presta, nadie ama
La distancia es amistad
Restos del resto
Unidos en temporadas
En agotables vidas viudas
Destinadas a desperdiciar la aurora.






miércoles, 19 de noviembre de 2014

Sin dolor erótico


Voy a dormir
en la almohada del placer, lacerante
tener sueños eróticos
y no beber el dolor

De la conciencia no quiero saber
el recuerdo sórdido
cremado en la arena
en las llamas de ese grito

Todavía no anda por acá
flota en la intemperie
sus manos resbalan, me suelta
gotea la soledad en su alma

Por eso prefiere dormirse
no acudir al santo grial
no anda de últimas
prepara a los hombres  


sábado, 25 de octubre de 2014

Cinco en busca de un disco



"Se suicidó, era el mayor intelectual que he conocido, y dejó una nota que decía "salgo por la ventana"".

Woody Allen





Hoy fuimos a seguir con el trabajo de edición del disco. Estábamos los cinco pegados a la consola, atentos a los sonidos y a todo lo que pasaba cada vez que la pista se disparaba. Saca esto, pone lo otro, este arreglo va, este no, en este tema va la guitarra limpia, en este otro va bodrio y tantas cosas más que jamas hubiese imaginado estar haciendo con amigos.
Cinco años de peleas (bastante fuertes), pero la relación sigue firme al pié del cañón y la consigna está más que vigente, de hecho es el centro de la cuestión: me refiero al grupo humano que se logró en todo este tiempo, donde vivimos muchas cosas. No quiero irme por las ramas, acá la cuestión es que nuestra manifestación paternal viene con música y una caja de plástico. Por supuesto que va a tener nombre pero en el libro de nombres no hay ninguno que nos guste, así que optamos por que cada uno traiga nombres y se elija cual va a quedar. Después veremos que pasa en el registro, cuando vayamos a anotarlo. Por el momento el embarazo marcha bien y sano. Todos cuidamos de esa gran madre que nos abraza en los momentos más difíciles y nos saca adelante con mucha fuerza. En su panza lleva diez canciones que fueron y son la matriz de un vinculo que se ha podido expandir a través de las melodías. 
Es placentero recordar el momento de nuestro primer encuentro. Tanto hablar de lo fabuloso que sería, por fin logramos concretar todas esas ganas con la inocencia de empezar. En el garage, ese primer mes, salieron tres canciones seguidas y todos estábamos navegando por la lujuria de mirarnos las caras y reconocernos en lo que estábamos haciendo. Fue el momento más pleno, las voluntades se chocaban entre sí y esa pelota de sonido empezó a formar una identidad, una forma de hacer. 
Es el día de hoy que sigue siendo así: pelota de sonido con pocas ganas de bajar la guardia y el refugio de cinco personas en permanente interpretación, pero con el riesgo de que Manzanitas nos pegue una patada en el culo si traicionamos los paladares.   




     

martes, 9 de septiembre de 2014

Nuestras bandas de sonido



"Ahora es nuestra la ciudad. 

Ahora es nuestra y nada mas. 
Si no te gusta lo que ves andete a vivir Nueva York. 
Si no te gusta como soy andate a morir a Nueva York. 

Caretas, caretas, caretas, caretas." 
Los Gardelitos



Voy a empezar mencionando a la música como la única razón para estar acá. Es posible muchas veces prescindir de la terapia, si encontras el disco indicado. Sí, lo sé, no es tan sencillo llegar a él pero no es imposible. Cuando vas detrás de los sonidos y de una poética que pueda ponerse en el lugar de las penas, podes cruzarte con maravillosas obras que ya casi no se reproducen; con letras que fueron quedando en el olvido y que solo las recuerdan personalidades con trastornos obsesivos, tan solo por conmoverse un poco.
Mi amigo Nacho con el cual crecí y al que todavía veo – y gracias a la vida compartimos una banda de rock – hizo escucharme cosas magistrales. Tal es así, que por sus capacidades argumentativas sobre la obra, más lo que mis oídos llegaban a entender pude enamorarme de Queen y de las pinceladas de Brian May. Una guitarra única, con los sonidos necesarios para entender hacia donde había que ir. Éramos chicos, pero recuerdo bien su amor por esta banda. Logró traspasármela. Después vinieron los sonidos de Pink Floyd y siempre gracias a él. Estar inmerso en ese mar de intensidades, de pasajes fuera de cualquier lógica posible para la escucha popular, me provocó una distorsión interna tan grande que trastabillé con lo que era. Hasta ese momento no podía correrme del rock “chabon”: La Renga, Viejas Locas, Los Gardelitos, que envolvieron un gran trayecto de mis años y de los cuales aprendí e idolatré con furor. Y me estoy olvidando de Los Redondos, ese gran postulado de una jerga que me arrinconó al diccionario tratando de entender cada palabra que iba aprendiendo mediante la escucha. A los de La Plata llegué por mis hermanos y terminé de quererlos a raíz de un cassette que me prestó otro gran amigo: El Moty. Lo escuchaba todas las noches antes de dormir y cada una de esas canciones aportó lo suyo en este camino de la resistencia a lo masticado. Una verdadera escuela para esos años de constante descubrimiento y búsqueda. Hasta, quizás, puedo decir que fueron mis setentas. O así parecieron. Algo bueno se auguraba por aquellos días de constante yirar por la calle.
Escuchar discos era todo un ritual: siempre lo hacíamos de a muchos y en la casa de alguno y con mucho volumen. Se discutían las letras e internalizabamos cada melodía como se fuese tocada por nosotros. En la mesa, mientras la música sonaba, nos acompañaba una hoya con fideos que terminaban como mazacote, pero que igual devorábamos con vino o con cerveza. Al costado de la comida, un cenicero repleto de colillas y de tucas, perfumaba la sala. La puerta del patio permanecía abierta para poder echar ese humo medicinal. Si algún tema causaba asombro por demás lo volvíamos a poner, hasta que nos cansábamos y pasábamos a otro disco.
A la noche todos a la calle, a vivir como nos dictaban nuestros sofistas rockeros. Mucha caminata, hacer las compras y la plaza que albergaba nuestras almas, que ponían sus labios en picos de plástico esperando no saber lo vendría después. Los momentos eran únicos y repetíamos el track todas las noches.

Hoy: quisiera que todo no concluya al fin.        

sábado, 6 de septiembre de 2014

Advertencia de fin de semana (hoy Manzanitas)



Alguien camina por la sombra de lo que fuiste
Y por sobre todas las cosas, camina
Sin pautas de convivencia, los besos arden
Repelen todo postulado de soberbia
Te Prendes al futbol del cero a cero
Y con los enigmas del empate
Pedís tregua a la defunción
Quién puede decir chau en el corazón
de la lujuria
Se despierta manzanitas
Y precisamente esta noche

jueves, 4 de septiembre de 2014

Futuro atrasado


1

Nadie sabe que brota de la memoria,
pero olvido quién tenía felicidad.
Sigo estando como soldado
en este campo de batalla
de trincheras nauseosas
y enfrentando a mi cuerpo, 
que claudica a la revancha.
La memoria desleal, juega sucio,
sin tregua al descanso.
Y si brota, hace trizas al adulto, adultontado.


2

La espesura nocturna
no quiere improvisar,
perdió un pedazo de alma;
ni siquiera suda
ni siquiera sufre.
Se sentó a esperar
una gloria perturbada
por la afanosa modernidad.


3

Dame algo tuyo, espontaneo.
Estamos a los gritos con la vida
para no perderle pisada
a las cosas no importantes.
No quiero lo relevante,
son los agentes del stress
y para pisar la calle, te pide cubrirte
de pastillas, no parar y autismo.



domingo, 17 de agosto de 2014

Donde conviven los libros y la música


"No llores niño, no tengo la culpa de ser feo"
Futbol





Si las novedades no avanzan, habrá que salir a buscar ese halo de esperanza. Muchas veces no todo debe tratarse de un triunfo, sino más bien de acompañar esa fuerza que traiga la joven caricia de la libertad. Y para esas cosas existen muchos proyectos encabezados por personas que no bajan la guardia, ni piensan hacerlo más allá de los embates y el espaldarazo de las industrias febriles. Pienso rápidamente en los inicios de la radio Fm La tribu, siempre ubicada al costado del éter más plausible, con una programación destinada a un compromiso dentro del (des) orden de lo cultural. Una batalla constante frente a las autoridades que ocultan las diferentes luchas, debajo de la alfombra de una voz “oficial”.
Ayer, en el bar de Fm La Tribu, pude apreciar que realmente existen otras formas de contar y de no reducirse al lugar donde todo parecería más cómodo. Pasear por la feria de las distintas editoriales independientes y ver el proceso de un trabajo alineado con la propia pasión, permite enamorarse de las utopías. La posibilidad de leer esas voces, desparramando a chorro limpio impecable narrativa. Poetas reformulando el sentido de la metáfora, convirtiéndola en una herramienta para pensar, sin ser ultrajada por el puro estilo de una prosa bonita ni un verso que sea la puerta para pasar al mundo de los sabiondos.
A la noche, con algunos amigos, fui por primera vez a un festival que tiene un nombre que realmente termina de completarse con lo que uno puede ver. Estamos hablando del “Festipulenta”, que se realiza en Zaguan Sur, ubicado en la calle Moreno 2320 en la zona de Balvanera, Capital Federal. Este festival  vendría a ser una reunión que abarca distintas partes de nuestras artes y promueve, justamente, un intercambio no solo del orden de lo sonoro con las buenas bandas de rock (aunque discutible el tema del genero), que podes escuchar. En ese lugar, a parte, hay unas mesas que lucen libros de encuadernaciones artesanales, discos y comics. Con la música conviven las editoriales que están en permanente lucha por el sueño.
Difusión alterna, Funesiana, son algunos nombres  de las editoriales que permanecen firmes hasta el final del festival. Por supuesto hay varias más, pero la ingesta de alcohol ahora no me deja recordar el resto. Y como decíamos al principio, con respecto a la búsqueda de nuevas fuentes inspiradoras de libertad, en esta oportunidad me atrevo a decir y recomendar este lugar en el marco de este festival. Buenos libros, autores nuevos, intercambio constante, buenos artistas...en fin, a mi entender no se puede pedir más.  














sábado, 19 de julio de 2014

Cine tramposo




 Del mismo lugar donde conocí y conozco a la mayoría de mis chicas, salimos entusiasmados con la película. A mi novia, mucho, no le gustan los Films de terror pero esta le cambió su parecer. Pudo ver todas las partes, donde uno salta del asiento, sin taparse los ojos. El camino a casa lo hicimos comentando algunas escenas y luego mandó un mensaje por celular. “Le estoy contando a las chicas, en el grupo, lo de la película. Esto es un logro para mi”, dijo, contenta, mientras tecleaba sin parar. Teníamos hambre – o al menos yo – así que antes de llegar, paramos en una casa de comidas y pedimos empanadas. Creo que ni mastiqué: comí seis empanadas como si nada y después tomé dos copas de un Cabernet bastante bueno. Ella solo comió dos y se disculpó por comer con agua. Dice que no puede comer sino es con agua, porque cualquier otra cosa le cae mal.
Apenas pusimos un pié en casa, sonó el teléfono. Atendí: un amigo proponía que el fin de semana nos juntemos a comer y a ver cine de terror. Pensé que no habría problemas, total la superación del miedo, mi novia, ya lo había logrado. O al menos eso creí, cuando volvíamos a casa. Le comenté el plan y no puso ninguna objeción. Ni siquiera consultó el titulo, ni sinopsis. Era la libertad absoluta: no más censura al terror japonés, ni a los bodrios bizarros españoles, que me gustaba mirar.

Finalmente nos reunimos en casa. Éramos seis. Había buen caudal de películas truchas y buena bebida. De la cocina, asomaba un olor rico, o eso era lo que decían mis amigos. Un lomo con crema esperaba para ser servido en la mesa.
Mientras cenábamos, cada uno hizo una pasada de cómo había conocido a su novia y ese fue el momento, donde mi animo se fue al tacho. Empecé a tomar una copa atrás de la otra, sin hablar una solo palabra. Mi novia miraba para abajo y de a ratos masticaba algún bocado. “¡¿Nos va a hablar?!”, interrumpió, mirándome fijo. Intenté un gesto tranquilizador pero no hubo caso y seguí en silencio. Nadie entendía e intentaron llevar la conversación para otro lado. Tarde. Ahora, ella, quería que hable y pedía “que me hiciera cargo” de lo que era. La persecución ya no estaba siendo agradable, no me quedó más remedio que contar para que no se siga extendiendo y la reunión se vaya a la mierda.

La historia viene así: antes de ser mi novia actual, fue mi amante. Entonces nunca quiere hablar o rememorar como nos conocimos, porque tiene temor a que vuelva a suceder, pero que esta vez la amante… “¿No hay helado?”, preguntó un amigo, a mitad del relato. Contesté que no muy rápido y para zafar del tono inquisidor, que estaba tomando la conversación, propuse ir a comprar helado.
Quedaron las chicas en casa y nosotros fuimos en busca del helado salvador. Cuando regresamos, la conversación había virado a la política, por suerte. Sin interrumpir nada, acomodé el living, bajé las luces, serví unas copas y terminamos todos frente al televisor.
La película no estuvo mal. Tuvo pocas partes de miedo. Cabeceé bastante. Mi novia, en cambio, estuvo aferrada al sillón y en algunas partes amago con taparse los ojos, pero finalmente logró sobreponerse al miedo.

Pusimos una segunda película, pero aguanté hasta la mitad. No tenía más cigarrillos y fui, solo, hasta el kiosco. Compré dos atados, pasé por la puerta del cine y estaba ella, con el pelo suelto y sus manos dentro de los bolsillos del tapado. “Parece que la cena estaba entretenida”, dijo burlonamente. Nos miramos, ella menos tiempo, y la besé. Ojala no tenga amigos que cuenten como se conocieron, supliqué.

jueves, 17 de julio de 2014

Sinuoso


Un lindo traje para morir
la fobia separa el alma
no importa el tiempo, tu tiempo, mi tiempo
mejor tapa la luz de las horas

Aprieta la agonía
resiste a ser plenitud
cuando se le suelta la cadena
mejor que no avise

Se han roto varias paginas
en la presurosa narración
el hilo tambalea
no hay seducción en lo amargo

¡Hay belleza!

Capitulo cincuenta y seis
la mismísima corriente
esta fraudulenta
los años no me pertenecen

La vida menos

viernes, 11 de julio de 2014

Terapias alternativas



Ya habían pasado tres años, se hace difícil dejar atrás. A la noche no puedo dormir, doy vueltas de un lado a otro y desenrollo la sabana cuando ya no queda posición posible que alcanzar. En la silla de plástico, tengo un par de libros que ya casi ni leo; y esta la foto de ella, pero boca abajo. Hace un tiempo, cada vez que la veía – que nos veía – lloraba como un condenado. Mis amigos insisten con que la tire o la saque de ahí. Hace más de dos meses que estoy sobre lo mismo, pero no tengo el valor para deshacerme de ella. Estoy que la miro, que la doy vuelta, que la saco del marquito echo bosta que tengo y siempre arrugada y todo sigue ahí. El marco ese, lo tengo hace una pila de años y siempre tuvo fotos mías de cuando era chico, hasta que las reemplacé por esta de ahora: con mi novia, el día que decidimos mudarnos juntos. La pareja funcionaba bien, no entiendo que fue lo que paso. Yo la quería. Uh, dije la quería mejor dicho la quiero.
La conocí hace dos años, cuando iba a aprender como respirar para poder relajarme. El lugar estaba (o está, no sé muy bien) por Av. Rivadavia, cerca de plaza Once. Empecé a ir por un amigo que me recomendó reemplazar las energías negativas con actividades de relajación y que sé yo. La primera semana estaba negado, me sentía siempre igual. A penas salía de ahí, pasaba por un bolichito de Plaza Miserere y me encontraba con unos amigos, que por más terribles que fuesen eran amigos al fin. Nos tomábamos todo: merca mala, vino del peor y después comíamos unos panchos con papas en el puestito de un viejo, que se quedó en la calle a los siete años y a los catorce empezó a militar en el partido comunista.
A la segunda semana, le empecé a agarrar la vuelta, cambié la forma de respirar y fue una revelación. Ya iba con más ganas, pero todo se acrecentó cuando ella entró y fue directo a cambiarse. “Hoy tenemos una compañera nueva: vamos a darle la bienvenida a Lorena”, dijo la instructora, mientras todos habíamos empezado a aplaudir. Ella en un segundo, pasó por al lado mío, desparramó un aroma, que nunca antes había sentido, y se acomodó en donde pudo. La clase era bastante poblada. La vida esta llena de depresivos, pensé mientras planeaba como hablarle. En medio de los ejercicios, mientras levantaba los brazos y escuchaba constantemente la palabra levitar, trataba de hilvanar una oración coherente para encararla, pero tartamudeaba hasta mentalmente. ¡Que idiota!, me decía, apretando los dientes. La relajación se había ido al demonio, tenía las manos sudadas y el corazón galopaba a mil. Era como rememorar las tardes donde estábamos hasta las tetas de falopa, maquinando que la policía nos seguía.
La clase terminó, ella ya se hablaba con todos pero conmigo cero. Me fui rápido a cambiar. Mientras me ponía las medias y me lavaba un poco la cara, repetía frente al espejo el mantra que aprendimos desde la primer clase para encontrar el amor buscado: “UM STRIN ON, UM STRIN ON, UM STRIN ON…” Y esta vez, sin tartamudeo ni nada, salí con la frente alta y decidido a decirle todo. Ni bien puse un pie en la puerta, la vi que estaba meta risa con uno de la clase y me olvidé lo que tenia para decir. A pesar de todo, miro hacia donde estaba y sonrió. “UM STRIN ON, UM STRIN ON, UM STRIN ON…”Y quiero creer que se lo sacó de encima porque vino rápido hasta mi y con la velocidad de un boxeador pegó primero: “vamos a tomar un café”, acometió muy segura, sin oportunidad de reacción. Quedé en silencio unos segundos y di un sí, solo moviendo la cabeza.

- ¿Qué, sos mudo? – preguntó de forma socarrona.

Me mantuve en silencio y con la cabeza, gesticulé que no.

- Si te incomoda me voy, quizás te estoy comprometiendo.

- ¡No! Quedate, por favor – dije con tono de suplicio.

- Aunque no parezcas muy normal, vuelvo a preguntarte: ¿vamos a tomar un café?

- Vayamos a un bar que esta por acá, cerca de la plaza.

- Esta zona no es mucho de mi agrado, pero bueno me voy a dejar sorprender – dijo dejando caer su mano en mi hombro.          

- No soy muy bueno para las sorpresas. Solo puedo asegurarte que no te vas a arrepentir.


En el trayecto hasta el bar, me saludé con algunos vendedores callejeros y dejé algunas monedas en latas de amigos, que en otras oportunidades supieron darme un trago restablecedor. Ella miraba atenta, pero sin perder ni un segundo para criticar estas practicas que a su parecer eran despreciables. “Estos tipos lo único que saben hacer es vivir de los demás. Y los vendedores ambulantes no tendrían que existir; le sacan el trabajo a los comerciantes que pagan sus impuestos para mantenerlos”, se despachó con tono serio y hasta creo que ofuscada por estar caminando al lado mío. No dije nada, deje que hiciese toda su crítica. No estaba dispuesto a perder otra oportunidad de enamorarme por oposiciones políticas. Al final mis viejos tenían razón: la política y la religión, no deberían ser temas de conversación.
Pronto a llegar al bar, le pedí que tapara sus ojos y la agarré de los hombros, indicándole el camino. Cuando sacó las manos de su vista, preguntó donde era y contesté que lo tenía frente a sus ojos, pero seguía sin darse cuenta. “Lo que veo aquí es una borrachería, nada más”, reprochó apoyándose sobre un poste de luz. Le expliqué que era un lugar con mucho valor sentimental para mi y cada vez entendía menos que hacíamos ahí, pero en fin…estábamos en el bar La Academia. Uno de los lugares más encantadores que conocí. Con gente de todas las clases: desde artistas hasta estafadores. Se los presenté a todos y la recibieron con una elegancia jamás vista. Pedimos una cerveza. Tuve que repetirle como tres veces al mozo lo que quería; pobre Lucifer, ya esta sordo. Con Lorena, finalmente, tomamos más de seis cervezas y después le agregamos un ron cada uno. Hablamos mucho: filosofía, política, futbol – hincha del pincha. Eso fue otro estimulo – cine y revistas porno. Le gustaba mirar como cogian otros por you tube. Así que en resumidas cuentas terminamos en casa, durmiendo juntos, sin demorarnos en ningún tipo de problemas y haciendo fluir cada momento.
Empezamos a salir, dejamos de ir a respirar y nos asfixiamos en la cama. Estuvimos casi un mes sin salir de casa. Solo cogiamos y comíamos chocolates. A las dos semanas a ella le empezaron a salir granos y a mi la panza me creció bastante. Tuvimos que salir a la calle, a fuerza de que la heladera cada vez tenía más espacios. La pasabamos muy bien. Las condiciones ya estaban dadas para perdurar por unos largos años. Ella se fue hasta su casa a prepararse las cosas que iba a necesitar traerse para venir a vivir conmigo. Quedamos entonces, entre una cosa y otra, que en una semana ya estaríamos en plena convivencia.
Fue raro despertar sin ella al lado, pero habíamos convenido en que esa mañana la pasaría a buscar por su departamento para comenzar la mudanza. Miré el celular y su whatsapp de buenos días seguía ausente. La llamé tres veces, el contestador me irritaba.
Estaba nervioso, de repente el aire se volvió denso. Corrí. Corrí las 16 cuadras que me separaban de su casa. Toqué el timbre, nadie respondía. Leviatán, el portero, me reconoció de inmediato. Abrió la puerta, y sin saludarlo me dirigí al ascensor, estaba esperando en planta baja con las puertas abiertas. Marqué el sexto piso. Al llegar, golpeé la puerta, dos o tres veces, pero seguía sin obtener respuesta. La intranquilidad recorría mi cuerpo, generando un temblor imposible de controlar. Tiré la puerta abajo. Estaba todo ordenado, la cocina tenía restos de comida sobre la mesada. En el sillón del comedor un libro quedó apoyado, abierto por la mitad. Fui hasta la habitación, la puerta entreabierta dejaba ver una silla tirada en el suelo. Lorena estaba colgada y se movía de manera pendular. Debajo de ella, un papel, hecho un bollo, atrajo mi atención. Pensé en gritar bien fuerte; en llorar; en matar; en matarme. Solo fui por el papel, la letra casi ilegible de medico, transmitió la peor noticia: cáncer.

La vida esta llena de depresivos…     

jueves, 3 de julio de 2014

Cuando la vida te corta Wi Fi


"Como todo lo que sea malo para el hígado: mango viche y hongos y pura sal, y acostúmbrate a amanecer con los gusanos. No te preocupes, muérete antes que tus padres para librarlos de la espantosa visión de tu vejez."
Andrés Caicedo 




No tenía Internet y la ansiedad estaba haciendo su trabajo, así que salí un rato. No llegué hacer dos pasos que un vecino, a penas me vio, me grito de enfrente: “¡veni pibe, vos que sos escritor, escribí esto!”
A las dos de la tarde se había cortado la luz y recién ahí me di cuenta la cantidad de gente que había en casa. El partido de Argentina empezaba a las tres, pero a la una no quedaba más cerveza. Sin luz, la heladera hizo lo que pudo hasta que dejó de conservar el frío y la lata de importada que tenía escondida detrás del queso, la tomé caliente. Las diez personas, desparramadas por la casa, empezaron a gritar y otros a putear porque la luz seguía ausente. El único que estaba fuera de esta masiva furia contra Edenor era Juan: el clásico tipo que no se inmuta ante el fútbol pero que asiste a reuniones de estas características para comer y tomar. Juan estaba bastante borracho; sentado con las piernas cruzadas, con la cara algo colorada.
Al prestar atención, dentro de las turbulencias por la ingesta de cosas, escuché que discutía con, al parecer, su novia. Nadie, reparó en esta situación, pero la cosa estaba heavy. De un momento a otro, unos gritos - que no le conocía – coparon el lugar; la botella que tenía en el apoya brazos del sillón voló. Se paró repentinamente y con la otra mano en la cabeza, preguntó si el test de embarazo había dado positivo. No conforme con la respuesta, esta vez en cuclillas, pidió que se lo hiciese otra vez: “quiero estar bien seguro y si la segunda vuelve a dar positivo, vas a hacerte un análisis de sangre”, se mostró firme, sirviéndose un vaso de vodka. Con algunos más que escuchamos lo que estaba pasando intentamos calmarlo, a pesar de que ya había revoleado el celular contra la pared. Gritaba sin consuelo que su primer hijo iba a ser de una puta. “Esta mina me cagó”, se lamentaba tapándose la cara.
Eran las tres menos cuarto, Juan estaba más tranquilo, pero el resto desbordaba de furia. El servicio de Edenor no contestaba a ningún teléfono. Salimos a la puerta, los vecinos de la cuadra estaban en la misma. Formaron una cuadrilla para repudiar al primero que apareciese para intentar reparar la falla. Eran como quince vecinos con una bandera que decía “muerte a Edenor” y el viejo Laporta era el mandamás. Manejaba las acciones del grupo, los cuales tres de ellos controlaban la esquina que habían cortado. La vecina de enfrente de casa, sentada en la vereda, lloraba, quejándose de que no podría ver los cuerpos voluptuosos de los jugadores. Mientras tanto miraba para donde estábamos, buscando una señal que le permitiese acceder a nuestro grupo; uno de los chicos – el rolo – había tenido una aventura con ella pero no resistió. Y así fue que nos enteramos que esta mujer porta rasgos de ninfomanía. Bah, en una palabra: le da a lo que venga.
Las tres en punto. Las radios estaban a todo lo que da; la cuadra se transformó en el agora de los sin luz. Múltiples emisoras se escuchaban a la vez y eso provocaba una bola ruidosa que no permitía saber quién tenía la pelota pero las aguas estaban mansas, mientras se pudiese vivir el minuto a minuto de la celeste y blanca. “La tiene Mascherano, toca la pelota para Di María, Angelito hace un pase en profundidad, después de dejar girando sobre si al rival. Toma la pelota Messi, engancha para el medio, medialuna del área ¡pégale enano, por favor! Tirooo ¡¡¡golazo!!!”, Gritaba el relator, afónico. Agradecido de ser argentino.
Todos gritamos con los puños en alto, dedicándoles el gol a nuestros hermanos cariocas. Juan recluido del grupo, sentado rejas adentro, otra vez estaba hablando por celular. Atormentado por lo que estaba escuchando del otro lado del teléfono, pedía por favor y arrodillado, miraba para el cielo. No entendíamos como funcionaba ese teléfono, después del golpe contra la pared. Habló como diez minutos, luego vino hacia donde estábamos todos; tenía los ojos hinchados y una expresión de derrota. “La hija de puta acaba de subir una foto mía a Facebook, diciendo que soy el padre de su hijo y que no quiero hacerme cargo”, nos decía sollozando.
Eran las cuatro de la tarde, la casa seguía iluminada por la luz del día; el segundo tiempo estaba en marcha y las portátiles seguían a todo lo que da. Argentina ganaba uno a cero pero Juan perdía por goleada, quién con un cigarrillo entre los dedos, antes de subir a la terraza, soltó algo impensado: “ojala sea jugador de fútbol”.
Cinco de la tarde. Volvió la luz, la radio portátil se quedó sin pilas y por la tele, que había quedado prendida, vimos la foto de Juan que esta mujer había subido al Facebook. Ya era un ser desagradable y estaba en boca de panelistas que debatían, que era lo que estaba haciendo Juan ahora. Que importaba más: el hijo que esperaba o un partido de fútbol. La tribuna del programa abucheaba cada vez que lo nombraban a Juan. Algunas de las caras que enfocaban se mostraban consternadas. Una señora cada vez que la cámara hacía un paneo general, levantaba una imagen de la Virgen María y se leía en sus labios: hijo de puta. Juan volvió de la terraza, se sirvió otro trago, se sentó un rato y vio lo que pasaba en la tele. A los segundo se paró y dijo que iba al baño; los que estábamos allí, no podíamos quitarle los ojos a la pantalla. El conductor del programa fomentó el debate en vivo, haciendo que la gente llame para opinar. Y enseguida cayó el primero. “Hola, soy Juan. Esta puta me clavó una venérea y no ando acusándola por ahí”, dijo una voz rabiosa. Un sector de la tribuna aplaudió. El conductor interrumpió el llamado, agradeciendo el contacto. “Otra vez estuvimos al borde del paro cardíaco con la selección”, dijo algo nervioso y fueron al corte.

Acodado en una silla, bastante incomoda, de mimbre no paré un segundo de tomar nota. A los pocos segundos, mi vecino, acercándose al oído se despachó con un gracias y agregó: “después pásame el cuentito este, porque me da vergüenza decirle a mi hijo lo de la venérea”. Me despidió con una sonrisa picara y finalmente volví a casa a ver si ya tenía Internet.   

lunes, 30 de junio de 2014

Solemnes abstenerse


Defenestrar el mundial como estuve leyendo en varios lugares es un manía absurda. El problema no es el fútbol sino lo que gira a su alrededor. Quienes lo vienen construyendo, lo que hacen con el y lo que cuestionan que debe ser. Endosarle una responsabilidad que escape a la función que cumple, es mear fuera del tarro. No creo dañino ver como una pelota gira y miles de almas se apasionan, cantan y encuentran esa posibilidad como la más potable para descargar una furia inconmensurable. Son muchas horas las que uno debe soportar la sorna de esta vorágine empresarial, para no poder disfrutar de noventa minutos exultantes de emoción, donde una va a desgarrar su garganta ante un grito de gol.
Culpar a este deporte generador de sensaciones, es no darse cuenta que el opio esta en otro lugar. Es descargar vehemencia vanamente y solo se puede esperar de corazones vacíos, fríos, obsoletos. Generalmente estas personas le endosan su frustración personal a la sociedad, por lo tanto eso después se traslada a cualquier ámbito o área que nos disgusta En este caso lo mejor sería hacerse cargo de las situaciones, poner en remojo los pensamientos, dejar a un lado la solemnidad para no fracasar con el máximo exponente de la cultura popular: el fútbol.  

lunes, 9 de junio de 2014

Mismo idioma, votos, tickets y aplausos


En las idas y venidas de pasos volátiles,
la entrada se carga el lunfardo.
Infinidad de veces, voces genuflexas
tildaron la estética como demoníaca.
Hoy, bajo el llanto de precoces
subordinados a platos recalentados,
mordiendo con gusto la aspereza:
agrios sabores para reventar el parlante.
Sin dogmas, corriendo detrás del monigote
parlando un idioma turbulento.
Ocultando giros, bien saben a que apuntan; 
sombras siniestras de un film con buen porte
no sorprende. Redundancia.
Pura elegancia y clap clap.
 

sábado, 7 de junio de 2014

Cuando me muera quiero ser periodista


"Hay solo dos cosas con las que uno se puede acostar: una persona y un libro."
Ray Bradbury



Si hay una profesión maravillosa, esa es el periodismo. Para entender ciertos contextos hemos necesitado de plumas incansables por ponderar la verdad: Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Fabián Polosecki, Eduardo Galeano, Aníbal Ford, Vicente Zito Lema, Horacio Verbitsky, Bernardo Verbitsky, Osvaldo Soriano, Enrique Symns. Y si nos remitimos a la actualidad, podemos hacer uso, no solo de firmas de este calibre, sino también de revistas comprometidas con las buenas mediaciones: Sudestada, NAN, Hecho en Bs As, Mascaró y una mítica que ocupo un lugar importantísimo, a principios de los setenta. Me refiero a Crisis. Aunque tampoco puedo olvidarme de una de las revistas más irreverentes de principio de los ochenta: Cerdos y Peces.
Por detrás de este oficio existieron y sigue existiendo, las mil maneras de darle su condición de academicismo, pero en boca de periodistas y cuando se someten a los primeros garabatos para completar una hoja en blanco, atrás queda cualquier síntoma de condición cientificista. Escribir periodismo por sobre todas las cosas, lleva un deber ético y aventurero a la hora de informar o dar a conocer algo que estaba siendo relegado por la cultura oficial. Es poner en la superficie, una figura, un hecho o destrabar cualquier especulación que intenta hacer la clase dirigente. Pues, insubordinarse desde la palabra y hacia las formas estéticas que intentan condicionar, es esencial para no sentarse a comulgar con los patrones de la información.
“Yo creo que el ejemplo de (Rodolfo) Walsh en la generación clandestina de noticias (ANCLA) y otros instrumentos de prensa durante la dictadura, nos permite a nosotros entender que el periodismo es posible de hacerlo, aun en las peores condiciones posibles. Estamos hablando de un intelectual perseguido, un tipo que estaba clandestino viviendo en San Vicente con su familia víctima, también, de la misma dictadura que lo estaba persiguiendo él y con pocas herramientas en su mano. Con una postura crítica con respecto a la organización a la que pertenecía, de todas maneras era capaz con un grupito pequeño de periodistas y un puñado de herramientas concretas: dos máquinas de escribir, papel carbónico y la decisión de hacerlo, intentar plantar una bandera frente a un mapa del periodismo que en ese momento estaba vinculado a los que se iban del país por miedo y los que se quedaban y eran complacientes con el poder militar de entonces…”,  decía Hugo Montero - director de la Revista Sudestada – al informativo Visión 7, en el marco de la conmemoración del día del periodista y en base a la edición especial que hizo la revista sobre Rodolfo Walsh. Referente para muchos.
Muchas de estas personas antes mencionadas, conscientes de las banderas que había que sostener y pese a las pacatas posiciones de ciertos poderes, siguieron siempre adelante con consecuencia. Viviendo el periodismo en los constantes actos de sus vidas y no solamente de puertas adentro en la redacción. Más allá del trabajo y de que muchos escribían para poder comer, nunca se dejó de darle identidad a la identidad. Forjándose el mapa de conocimiento en los cafés y charlas con tipos arrojados a la generosidad intelectual, con pocos ánimos de presumir talento más allá de tenerlo.             

lunes, 26 de mayo de 2014

Un día como hoy


Arriba de la cama, escondida entre los almohadones, habían quedado las llaves del auto. Era tardísimo, di vuelta la casa de arriba abajo; el piso terminó repleto de papeles, casi no pisaba baldosas. El perro, recostado en su lugar de dormir, miraba atentamente pero sin alterarse. A lo sumo si era un ruido que retumbaba, levantaba las orejas. En cambio para mi todo representaba un escándalo. Desde el trabajo me habían llamado tres veces; mi jefe sin ningún tipo de piedad, con la voz cortante me dejó en claro que este mes bajaría el presentismo. Eso implicaba, por lo menos, quinientos pesos menos en el sueldo. Largué una puteada terrible. Desde el patio de la vecina se escuchó "amen" y volví a putear, pero esta vez a ella.
Al salir a la puerta pisé caca de perro; "esa es la de enfrente que no limpia lo que deja su perro", protesté por lo bajo. Un vecino, mientras limpiaba la suela del zapato, se acercó y me dijo que mi auto no estaba por ningún lado: "cuando salí a caminar, como hago todas las mañanas, vi que su auto no estaba en el lugar de siempre. No me preocupé enseguida porque pensé que lo había cambiado de lugar por la cantidad de autos que se estacionan en la cuadra pero cuando di la vuelta manzana, no lo vi por ningún lado." Corrí hasta la esquina, a ver el lugar donde siempre dejo el auto y efectivamente no estaba. Entre el Volkswagen gol rojo y el Fiat spazio blanco, quedó un hueco. "mi auto, la puta madre", grité a los aires. Llamé a la compañía de seguros para hacer la denuncia. Una grabación pedía que espere porque todas las lineas estaban ocupadas. Gasté todo el crédito del celular, las lineas seguían ocupadas. Caminé hasta la parada del colectivo, aproximadamente diez cuadras. Ninguno paró, venían repletos. Paré un taxi, una señora se quejó y decía que ella lo había visto primero. Discutimos unos minutos, hasta que el taxista pidió que se suba uno, que lo compartiéramos o que cerremos la puerta porque se quería ir. Finalmente compartimos el viaje. La señora iba pintandose en el auto y le reprochó varias veces al chófer, que pase las lomas de burro más despacio. Terminó con un ojo con sombra por demás. Cualquiera diría que la noche anterior no durmió. Para mi fortuna, ella se bajó primero. Antes me miró con unos ojos poco esperados para la situación. Con la boca totalmente pintada de rojo y acomodándose las medias de lycra, soltó: "gracias por invitarme el viaje" y cerró la puerta. El tachero se rió y movió la cabeza como decepcionado por mi falta de autoridad ante la situación. La mujer para ese entonces ya había cruzado la puerta de un banco, el semáforo se había puesto en verde y su imagen se fue haciendo más chiquita, hasta perderse entre los autos. El taxi tuvo que desviarse a causa de un corte. Esta vez, era por unos manifestantes que pedían agilidad en los transportes públicos.
El viaje duró aproximadamente dos horas y el taxímetro marcó doscientos cincuenta pesos.Le pedí que me deje donde sea y pagué con lo ultimo que tenia en el bolsillo. Llegué sin una moneda. En la oficina, hubo atención por demás cuando llegué. Susurraban por lo bajo y esperaban una manifestación de vergüenza por mi parte. Sin inmutarme, acomodé el escritorio porque el día anterior lo había dejado lleno de papeles. Busqué un café de la maquina, incliné la silla y con sorbos chicos fui recobrando la templanza. Repasé algunos titulares desde los portales de Internet y como ya me lo suponía, a los minutos de haberme acomodado, lo tuve a mi jefe parado en mi escritorio que con las cejas fruncidas pedía explicaciones. No di ninguna explicación de todo lo sucedido, le dije que para hacerlo me devolviera el presentismo pero no hubo trato. Se mantuvo firme en todo momento. Volví a reprocharle lo del presentismo para dar explicaciones y nada. Reclamaba una justificación a mi llegada tarde y ahora había agregado, que si nos la exponía me suspendía. En medio de los reproches mandé un mensaje de texto y se enfureció más por mi falta de atención. "Hablemos de yerno a suegro", le dije sin pudor. Se puso todo rojo. Sonó su celular. Al rato volvió y con el orgullo inflado, hizo un gesto de grandilocuencia. "Mi hija dice que te diga que quiere el divorcio", dijo y caminó a su oficina. La secretaria, petisa, media regordeta, para no perder la costumbre, ya había escuchado todo y con un estilo poco afincado a lo laboral, me avisó que las llaves de mi auto, ahora, estaban en su poder, que si las quería pase por su oficina y cierre la puerta. 

jueves, 22 de mayo de 2014

Mosh


Inefable, un ser ama su vida
trazos bochornosos, reticentes
no le quites el canto
la lírica es ingobernable.

No me queda más que esto;
palabras intranquilas
no saludables: detestan el saludo
mienten buscando placer

Siguen sin saber de la cordura
anodinas en la multitud
victimas de muerte
caminan solas


lunes, 28 de abril de 2014

Para contar historias /Gabriel García Márquez, fragmento/



Lo único que he querido hacer en mi vida –y lo único que he hecho más o menos bien- es contar historias. Pero nunca imaginé que fuera tan divertido contarlas colectivamente. Les confieso que para mí la estirpe de los cuenteros, de esos venerables ancianos que recitan apólogos y dudosas aventuras de Las mil y una noches en los zocos marroquíes, esa estirpe, es la única que no está condenada a cien años de soledad ni a sufrir la maldición de Babel.
Hasta ahora había parecido difícil, por no decir imposible, observar en detalle los caprichosos vaivenes de la imaginación, sorprender el momento exacto en que surge una idea, como el cazador que descubre de pronto en la mirilla de su fusil el instante preciso en que salta la liebre. Pero con el texto delante creo que será fácil hacer eso. Uno podrá volver atrás y decir: “Aquí mismo fue”. Porque uno se dará cuenta de que a partir de ahí –de esa pregunta, ese comentario, esa inesperada sugerencia.-fue cuando la historia dio un vuelco, tomó forma y se encauzó definitivamente.
Estamos para contar historias. Lo que nos interesa aprender aquí es cómo se arma un relato, cómo se cuenta un cuento. Me pregunto, sin embargo, hablando con entera franqueza, si eso es algo que se pueda aprender. No quisiera descorazonar a nadie, pero estoy convencido de que el mundo se divide entre los que saben contar historias y los que no, así como, en un sentido más amplio, se divide entre los que cagan bien y los que cagan mal, o, si la expresión les parece grosera, entre los que obran bien y los que obran mal, para usar un piadoso eufemismo mexicano. Lo que quiero decir es que el cuentero nace, no se hace. Claro que el don no basta. A quien sólo tiene la aptitud, pero no el oficio, le falta mucho todavía: cultura, técnica, experiencia…Eso sí: posee lo principal. Es algo que recibió de la familia, probablemente, no sé si por la vía de los genes o de la conversación de sobremesa. Esas personas que tienen aptitudes innatas suelen contar hasta sin proponérselo, tal vez porque no saben expresarse de otra manera. Yo mismo para no ir más lejos, soy incapaz de pensar en términos abstractos. De pronto me preguntan en una entrevista cómo veo el problema de la capa de ozono o qué factores, a mi juicio, determinarán el curso de la política latinoamericana en los próximos años, y lo único que se me ocurre es contarles un cuento. Por suerte, ahora se me hace mucho más fácil, porque además de la vocación tengo la experiencia y cada vez logro condensarlos más y por tanto aburrir menos.
La mitad de los cuentos con que inicié mi formación se los escuché a mi madre. Ella nunca oyó hablar de discursos literarios, ni de técnicas narrativas, ni de nada de eso; pero sabía preparar un golpe de efecto, guardarse un as en la manga mejor que los magos que sacan pañuelitos y conejos del sombrero. Recuerdo cierta vez que estaba contándonos algo, y después de mencionar a un tipo que no tenía nada que ver con el asunto, prosiguió su cuento tan campante, sin volver a hablar de él, hasta que casi llegando al final, ¡paff!, de nuevo el tipo –ahora en primer plano, por decirlo así-, y todo el mundo boquiabierto, y yo preguntándome, ¿dónde habrá aprendido mi madre esa técnica, que a uno le toma toda una vida aprender? Para mí las historias son como juguetes y armarlas de una forma u otra es como un juego. Creo que si a un niño lo pusieran ante un grupo de juguetes con características distintas, Empezaría jugando con todos pero al final se quedaría con uno. Ese uno sería la expresión de sus aptitudes y su vocación. Si se dieran las condiciones para que el talento se desarrollara a lo largo de toda una vida estaríamos descubriendo uno de los secretos de la felicidad y la longevidad. El día que descubrí que lo único que realmente me gustaba era contar historias me propuse hacer todo lo necesario para satisfacer ese deseo. Me dije: esto es lo mío, nada ni nadie me obligará a dedicarme a otra cosa. No se imaginan ustedes la cantidad de trucos, marrullerías, trampas y mentiras que tuve que hacer durante mis años de estudiante para llegar a ser escritor, para poder seguir mi camino, porque lo que querían era meterme a la fuerza por otro lado. Llegué inclusive a ser un gran estudiante para que me dejaran tranquilo y poder seguir leyendo poesía y novelas, que era lo que a mí me interesaba. Al final del cuarto año de bachillerato –un poco tarde por cierto- descubrí una cosa importantísima, y es que si uno pone atención a la clase después no tiene que estudiar ni estar con la angustia permanente de las preguntas y los exámenes. A esa edad, cuando uno se concentra lo absorbe todo como una esponja. Cuando me di cuenta de eso hice dos años –y el cuarto y  el quinto- con calificaciones máximas en todo. Me exhibía como un genio y a nadie le pasaba por la cabeza que eso yo lo hacía para no tener que estudiar y seguir metido en mis asuntos. Yo sabía muy bien lo que me traía entre manos.
Modestamente me considero el hombre más libre del mundo –en la medida en que no estoy atado a nada ni tengo compromisos con nadie- y eso se lo debo a haber hecho durante toda la vida única y exclusivamente lo que he querido, que es contar historias. Voy a visitar a unos amigos y seguramente les cuento una historia; vuelvo a casa y cuento otra, tal vez la de los amigos que oyeron la historia anterior; me meto en la ducha y, mientras me enjabono, me cuento a mí mismo una idea que venía dándome vueltas en la cabeza desde hacía varios días… Es decir: padezco de la bendita manía de contar. Y me pregunto: esa manía, ¿se puede transmitir? ¿Las obsesiones se enseñan? Lo que sí puede hacer uno es compartir experiencias, mostrar problemas, hablar de las soluciones que encontró y de las decisiones que tuvo que tomar, por qué hizo esto y no aquello, por qué eliminó de la historia una determinada situación o incluyó un nuevo personaje… ¿No es eso lo que hacen también los escritores cuando leen a otros escritores? Los novelistas no leemos novelas sino para saber cómo están escritas. Uno las voltea, las desatornilla, pone las piezas en orden, aísla un párrafo, lo estudia, y llega un momento en que puede decir: “Ah, sí, lo que hizo este fue colocar al personaje aquí y trasladar esa situación para allá, porque necesitaba que más allá…” En otras palabras, uno abre bien los ojos, no se deja hipnotizar, trata de descubrir los trucos del mago. La técnica, el oficio, los trucos son cosas que se pueden enseñar y de las que un estudiante puede sacar buen provecho.
En una cátedra de literatura, con un señor sentado allá arriba soltando imperturbable un rollo teórico, no se aprenden los secretos del escritor. El único modo de aprenderlos es leyendo y trabajando. Eso no quiere decir que vayamos a sofocar la imaginación, entre otras cosas porque aquí funciona también el principio del brain-storming: hasta los disparates que se le ocurren a uno deben tomarse en cuenta  porque a veces, con un simple giro, dan paso a soluciones muy imaginativas.
No se concibe al participante de un curso que no sea receptivo a la crítica. Esto es una operación de toma y daca, y hay que estar dispuesto a dar golpes y a recibirlos. ¿Dónde está la frontera entre lo permisible y lo inaceptable? Nadie lo sabe. Uno mismo la fija. Por lo pronto, uno tiene que tener muy claro cuál es la historia que quiere contar. Partiendo de ahí, tiene que estar dispuesto a luchas por ella con uñas y dientes, o bien, llegado el caso, ser suficientemente flexible y reconocer que, tal como uno la imagina, la historia no tiene posibilidades de desarrollo. ¿Qué podemos hacer para seguir alimentando la manía de contar que todos padecemos en mayor o menor grado? Por lo pronto, si uno quiere ser escritor o periodista-escritor tiene que estar dispuesto a serlo veinticuatro horas al día, los trescientos sesenta y cinco días del año. ¿Quién fue el que dijo aquello de que si me llega la inspiración me encontrará escribiendo? Ése sabía lo que decía. Los diletantes pueden darse el lujo de mariposear, de pasarse la vida saltando de una cosa a otra sin ahondar en ninguna, pero nosotros no. El nuestro es un oficio de galeotes, no de diletantes.

(Fragmento del prólogo de García

Márquez a su libro la Bendita manía de contar)

miércoles, 23 de abril de 2014

Bonzi II

Las canciones de cumbia
movían nuestras juntadas.
Damas gratis va a tocar,
decía el parlante.
En las plazas vimos las pastillas:
verdes, rojas y blancas.
Todas mezcladas en el florero.
El hemisferio de la juventud era puro ademan
de esa valentía, que se hace agonía al crecer.
Fuimos ese rock de las esquinas.
Las cintas rebobinadas con lapicera
para escuchar al Indio Solari.
¿Quién no creyó en oktubre?
Los brotes interbarriales,
escenarios medievales
y todas las escaramuzas
a puro botellazo limpio.
Guerreros a ultranza,
pululando el azar de vivir.
Cuando se abrieron las fronteras
vino gente con mucho que enseñar.

viernes, 18 de abril de 2014

Bonzi I

Eramos chicos en Bonzi
y crecimos separados
nuestras calles de brea derretida
nos encontró con fútbol, drogas y rock
Muchas personas conocí
cada una fue el eslabón de la experiencia.
Perdimos la chaveta,
entre alambres, baldíos (ahora hechos sociedad de fomento)
he escuchado las mejores anécdotas.
La ultima seca nunca fue comedida.

Esnob

En los pasos más pequeños
pude ver desesperanza
esos libros dieron miedo
los discos, algunos, aturdieron
todavía no podía levantar
¿quién tolera este espacio?
no es posible el olvido
se ha vuelto picardia divagar.



martes, 15 de abril de 2014

Rimas para niños


Las depresiones dominicales generan los momentos apropiados para la selección de las historias que van a ser publicadas. El trabajo lo hace en su oficina que esta en microcentro porque en su casa lo distraen sus hijos, que van de acá para allá. Primero elige un habano, se sirve un café cargado y se acomoda en el sillón verde, que lo acompaña desde hace años. Al empezar a leer la primer historia que sacó de un sobre color madera, un sonido poco armonioso lo irrumpió y al atender el teléfono, quedaron las hojas desparramadas en el escritorio.
- Hola – dijo sin ganas.
- Soy Claudio Godines ¿te acordas de mi? – preguntó con furor.
- La verdad que no y en este momento no estoy para adivinanzas. Estoy trabajando.
- Ninguna adivinanza. Ya te dije mi nombre. Te mandé un cheque por las ediciones que hiciste de mi libro ¿Te llegó?
- Ah, no sé. Después me fijo. Ahora estoy leyendo historias para seleccionar cual publicar y hasta ahora son bastante aburridas.
Ya que se nota que no tenes nada para hacer, escucha. No tengo ganas de ponerme en crítico - dijo y se puso a leer un cuento.

Cuando veía que todos anotaban sin parar y mi cuaderno estaba vacío, empezaba a cuestionarme si realmente estaba en el lugar correcto. Miraba las caras y todos estaban atentos al pizarrón. El profesor lo único que hacía era anotar palabras sueltas y a lo ultimo anotaba lo que había que leer, pero lo que podía escribir de todo eso era nada. Estaba a mitad de un cuento que no podía terminar porque no se me ocurría un final. La chica que se sentaba al lado miraba de a ratos, sin dejar de escribir en su cuaderno; cada palabra del profesor le parecía interesante. Medio que intentaba leer, incluso a veces dejaba la mirada en mi cuaderno y seguía las oraciones que iba desparramando como desesperado, intentando darle forma a la historia. Pero nada. No salía algo concreto para arrebatar al lector. Ni medio cross tenía. De repente la chica, disculpándose, me empieza a hablar sugiriéndome un posible final: “Y si pones algo así como que la chica se hace lesbiana y mata al novio de su amante. ¿Queda muy pochoclero? ” La miré sorprendido por la ocurrencia, sin saber hacia donde salir. Quede pensando un momento, hasta que contesté intercalando una sonrisa. “Guau, eso es bastante fuerte. No se me ocurrió una muerte pero quizás podría considerarlo, total se puede justificar el asesinato como un acto de despecho.” Ella se río y a todo esto ya había dejado de prestar atención hacía más de quince minutos. “¿Ya publicaste algo o te leyó alguien?”, preguntó interesada. En ese momento pensé en dar una respuesta subida a algún lugar inexistente, que sé yo: sí, publiqué dos novelas y gané un concurso de algo. Pero semejante traición a mi mismo, me causaba una baja de autoestima. Incluso sabiendo que ya había quedado a mitad de camino en varios concursos, donde los jurados que te leen son terribles trituradores: con dos oraciones ya saben si sos bueno o si te tenes que dedicar a otra cosa. Es bastante dura la elección de ser escritor, si no naciste con talento. A todo esto a mi compañera de banco le contesté con la pura verdad: “Hasta el momento la única que me ha leído fue mi prima, que como esta entrada en años, y no pudo deshacerse de estilos del siglo XX, piensa que escribir debe ser como lo hacía Garcia Marquez. Y cada vez que le digo que no me gusta ese autor, me mira con tristeza y deja de leerme. Acto seguido dice: te falta leer Cien años de soledad para saber lo que es bueno. En fin, es una discusión eterna. Una vez intenté con una poesía. Ya podrás imaginarte que no la pasé muy bien, me mandó a leer a Oliverio Girondo. Era frustrante tanto rechazo y las ganas por sentarme frente a una computadora de a poco se volvían nulas. Los dedos temblaban ante cada tecleo, estaba colapsado del boom latinoamericano. Esta prima no paraba de encargarse de dejarme en claro lo malo que era”. La chica no me sacó la mirada en ningún momento pero se quedó callada varios minutos. Pensé que iba a reírse de mi desgracia y todo lo contrario. Me alentó con entusiasmo para lanzarme a la publicación. Eso realmente era una motivación, pero no pude evitar quebrarme. Comenzaron a caerme lágrimas, sentía una gran impotencia por la situación. Ahora me veía obligado a confesar otra verdad, ya que la chica se veía sincera conmigo. “Todo lo que te conté anteriormente me sacó las ganas de seguir en este camino y hace poco terminé un taller, en el cual aprendí a hacer rimas para niños. Era tal la desesperación por ser publicado que no tuve más opción. Mi prima me lo había dejado en claro: “La literatura no es lo tuyo”. Lo resigné todo. Con esto tengo éxito de verdad, en los jardines algunas madres jóvenes me declaran su amor; me llaman el Cortazar de los guardapolvos verde.”

- Estas escuchando esto – dijo Claudio sorprendido.
- No lo puedo creer…
- Es muy bueno, ¿no?
- Más allá de eso. La historia es real. El tipo que te mandó esta historia fue alumno mío de ese taller que esta mencionando.
La primera clase, lo primero que me dijo fue que quería hacerse conocido con las letras y que su prima le había bajado la moral porque no leía a Garcia Marquez. 
- Ah, esto ya es impresionante…
- Sí, que coincidencia.
- No, eso no. Lo último que me faltaba escuchar es que das un taller de rimas. Deja de robar, hombre.
Bueh…vamos a terminar de leer esto, que quiero saber cual es el final de este tal Cortazar para infantes. 

Continuo con la lectura.

Lo primero que hizo mi compañera de banco fue abrazarme en el medio de la clase. El profesor nos pidió que lo romances se concreten fuera del aula y sin responder nada, me sacó del aula tirandome el brazo. No entendía nada, pero aproveché para comprar un café en el bar. Los precios eran mucho más baratos que en cualquier confitería y le invité uno. No paró de insistirme en que mande algunos cuentos a revistas y demás lugares que ella conocía. Pero me resistí a todo eso. No quería abondar las rimas, ya sabía la estructura y el trabajo creativo era mucho menor que si me sentaba por un cuento o una novela. Después del café, le dije que me iría a casa para terminar unas rimas que estaba por publicar. Estaba contento porque sería mi primer material publicado en libro. Hasta el momento solo eran revistas infantiles o envoltorios de chocolates. Quiso acompañarme y no me opuse. Mientras esperábamos el colectivo le conté como sería la tapa del libro, los dibujos y que estaría prologado por un amigo de la infancia, que hacía muy poco había terminado la carrera de profesor en letras. Ese si que sabe de verdad, le dije sonriendo. Empezó a preguntarme con quién vivía y le contesté, con mi prima, un hermano y mi mamá. “¿Con tu prima?”, preguntó con sorpresa. Sí, contesté con toda naturalidad y justo vino el colectivo. En el trayecto se quedó dormida sobre mi hombro. No voy a negar que miré varias veces para ver si me estaba babeando, pero no paso nada. Totalmente seca estaba la zona. Al rato me quedé dormido yo y nos pasamos de la parada. Nos despertó el chofer donde termina el recorrido, así que tuvimos que esperar hasta que saliera otro que volviese. Veinte minutos, fueron más o menos. Cuando llegamos a casa le ofrecí algo para tomar y al principio no aceptaba nada, porque estaba tímida. Al rato en mi habitación escuchamos algunos discos y la tensión empezó a bajar. Nos besamos intensamente, hasta que golpeó la puerta mi madre para pedirme que bajara la música porque mi hermano dormía. No me importó, no había buena relación con él. Nos pusimos hablar sobre el libro y me pidió que le mostrara lo que tenía armado. Lo busqué por toda la habitación pero no estaba. Di vuelta todo. Le pregunté a mi mamá y me contestó que la ultima que lo vio, lo tenía María. Apreté los dientes y sin contestar, volví a mi cuarto. La miré a ella y le dije: “cagué”. “¿Quién es María?”, preguntó con temor a que sea algún romance y solo pude decir: “mi prima.”

- Esta historia es malísima, Godines. No tiene nada nuevo – dijo resignado.
- Claro, ahora entiendo todo…
- De que estas hablando, boludo. No te hagas el misterioso.
- Fíjate que te mandé un libro bastante gordote que tiene rimas y es para publicar.
- Si, acá lo veo y…
- ¿Quién es el autor? – preguntó sin dejarlo terminar.
- Ma…

- ¡Como la cagó!           

sábado, 22 de marzo de 2014

El último rockero de Boedo



Haga de cuenta que por una vez en la vida perdió los estribos...



Si el barrio de Boedo necesitaba una definición clara, poética y sin solemnidad, para dejar en claro su condición de barrio y que no se acuesta con ninguna magnificencia, tuvimos que llegar a las palabras de Fabián Casas. Un escritor que a fuerza de contar buenas historias, logra convencer con una estética plasmada de originalidad. Una descripción clara sobre este autor sería introducirse en un espacio poco probable de alcanzar. Y para no fracasar en el intento vamos hacer que en el transcurso de la nota, hablen sus textos.
Casas siempre estuvo atravesado por historias delirantes e inquietantes. Por ejemplo, una de ellas fue cuando tenía veintiún años y se estaba por casar. Faltaban dos semanas para su casamiento y se fue de viaje al norte argentino del país durante dos años, recorriendo no solo el norte sino también Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. Después en uno de sus trabajos pasajeros que le tocó ser repositor en una empresa de lácteos, fue despedido al poco tiempo porque había fumado marihuana y se quedó dormido dentro de la cámara conservadora. Lo sacaron en camilla.
Más allá de que las anécdotas puedan rozar lo cómico, forman parte de una personalidad que muchos, quizás, llamen descabellada por sus comportamientos. Casas, si hay algo que tiene claro es lo que no quiere ser, por eso puede satisfacer lugares de la escritura que resultan provocadores y de alguna manera renovadores. Hay muchos escritores que quizás puedan hacerlo de la misma manera o mejor, pero la fuerza de la espontaneidad y la impronta para describir ciertos escenarios y personajes, ya es una marca propia de este autor. Estas historias plagadas de rock, clase baja, intranquilidad y fobias, ya forman parte de una cosmovisión aggiornada de lo que es vivir en la actual sociedad. Hay una mano que logró traer un aire fresco a nuestras letras sin ningún tipo de acomedidas palabras, ni de cuidados que protejan las rebosantes crudezas que se desataron del tan recordado 2001 hasta la fecha.
Uno de sus cuentos más pertinentes para hacer un recorrido en todo esto que venimos diciendo desde el comienzo, se llama “El bosque pulenta” y en uno de sus andamiajes, logra hacernos fabricar una escena de jóvenes que en honor a su barrio de pertenencia, van a dejar en claro quién es que el manda allí.
Mañana a la noche nos juntamos en la esquina de Maza y Estados Unidos, vamos a ir al Parque Rivadavia, para ver cuantos son. ¿Quién dijo eso?, digo. Máximo y los dulces estuvieron de acuerdo. También dicen que va a venir Chamorro y pibes de la Martín Fierro, me larga, para darme a entender que vamos a estar bien pertrechados. Parece que los del Parque Rivadavia se reúnen a la noche bajo el monumento. La idea es seguirlos y después apretarlos cuando se van. ¿Y Chopper?, digo. De Chopper se encarga Chamorro, dice. Una pelea de titanes, digo. La tercera guerra mundial, dice.
A raíz del titulo del cuento, Boedo empieza a contarnos cosas desde una antropología mundana, callejera y psicodélica, que más allá de la ficción comparte cosas con la realidad de hace unos momentos atrás, nomás. No deja de sorprendernos con personajes que sin ningún tipo de problemas podemos comparar con películas de pandillas.
Nosotros empezamos a correr por Venezuela cuando cayó la yuta.
A mí me agarró Máximo y me metió en un taxi. Estaba aturdido. Máximo sangraba por toda la cara.
¿Fueron al Ramos Mejía?
No. No teníamos plata para pagar y ni bien salimos de ese quilombo Máximo le dijo al tipo que no teníamos un mango y nos hizo bajar. Yo bajé por un lado y Máximo por el otro. Pero no lo volví a ver.
Con este poder contundente, sumado al peso de las historias que con gran fuerza noquean a medida que se van leyendo, podemos hacer eje en este narrador. En Fabián Casas.
Son las seis de la tarde y ya se pone oscuro. Estoy tirado en mi pieza, escuchando Abbey Road, de Los Beatles. Escucho sobre todo el lado dos, ese el que más me gusta. Canciones enganchadas o, mejor dicho, una melodía original que va sufriendo mutaciones. Los Beatles; esos si que eran grandes. Lo puedo asegurar. A lo sumo puedo escribir, citar, poner fechas. Por ejemplo: el verano tardó muchísimo en irse. Un calor húmedo y terrible, sábanas húmedas, cigarrillos doblados, olor.
Pero ahora estoy, o estamos – si es que afuera de esta pieza queda alguien vivo – en medio del invierno. Oscurece: ya casi es noche cerrada. Me imagino a las familias alrededor de las mesas, preparadas para cenar, con los hogares encendidos y los leños quemándose en su felicidad. Las rutinas cotidianas del verano modificadas hasta el próximo año.
Firmeza y gran caudal de imágenes, son las que nos cuenta aquí en su cuento Ocio. La fuerza de la pereza muchas veces sirve para poder reflexionar, acerca del yira yira de la vida. Ese swing logra que suene sin ningún tipo de bombo, ni frases rimbombantes, haciendo que se introduzca en nuestros cuerpos y logrando provocar – casi al igual que una canción de Zeppelin – el constante movimiento de nuestra punta de los pies. Compases bien dirigidos forman esta gran prosa que no deja de lubricar este particular estilo. Si fuese una banda de rock, la recomendaría para que la escuchen

domingo, 2 de marzo de 2014

Anti - joven


A fuerza de crueldad
una mente macabra
perece insolente
en almas desterradas.
La cúpula contrae ausencia
ostracismo a los amantes:
sobre el mantel
la última postal;
una sonrisa con manos
despide furores temporales.
Políticas díscolas
no merecen atención
destruyen e instruyen
a subordinados de aliento fugaz
minúsculos albores
artículos del perdón
fracasan en anunciar
¡fraternidad!
lectura cómplice de un mes
cuando es tiempo de saltar
huyen hacia plegarias.
Ampulosas reflexiones
atados a la vertiginosidad.
Pontífice, venerado rey
no sucederá...
una vez más