"Como todo lo que sea malo para el hígado: mango viche y hongos y pura sal, y acostúmbrate a amanecer con los gusanos. No te preocupes, muérete antes que tus padres para librarlos de la espantosa visión de tu vejez."
Andrés Caicedo
No tenía
Internet y la ansiedad estaba haciendo su trabajo, así que salí un rato. No
llegué hacer dos pasos que un vecino, a penas me vio, me grito de enfrente:
“¡veni pibe, vos que sos escritor, escribí esto!”
A las dos
de la tarde se había cortado la luz y recién ahí me di cuenta la cantidad de
gente que había en casa. El partido de Argentina empezaba a las tres, pero a la
una no quedaba más cerveza. Sin luz, la heladera hizo lo que pudo hasta que
dejó de conservar el frío y la lata de importada que tenía escondida detrás del
queso, la tomé caliente. Las diez personas, desparramadas por la casa,
empezaron a gritar y otros a putear porque la luz seguía ausente. El único que
estaba fuera de esta masiva furia contra Edenor era Juan: el clásico tipo que
no se inmuta ante el fútbol pero que asiste a reuniones de estas características
para comer y tomar. Juan estaba bastante borracho; sentado con las piernas
cruzadas, con la cara algo colorada.
Al prestar
atención, dentro de las turbulencias por la ingesta de cosas, escuché que
discutía con, al parecer, su novia. Nadie, reparó en esta situación, pero la
cosa estaba heavy. De un momento a otro, unos gritos - que no le conocía –
coparon el lugar; la botella que tenía en el apoya brazos del sillón voló. Se
paró repentinamente y con la otra mano en la cabeza, preguntó si el test de
embarazo había dado positivo. No conforme con la respuesta, esta vez en
cuclillas, pidió que se lo hiciese otra vez: “quiero estar bien seguro y si la
segunda vuelve a dar positivo, vas a hacerte un análisis de sangre”, se mostró
firme, sirviéndose un vaso de vodka. Con algunos más que escuchamos lo que
estaba pasando intentamos calmarlo, a pesar de que ya había revoleado el
celular contra la pared. Gritaba sin consuelo que su primer hijo iba a ser de
una puta. “Esta mina me cagó”, se lamentaba tapándose la cara.
Eran las
tres menos cuarto, Juan estaba más tranquilo, pero el resto desbordaba de
furia. El servicio de Edenor no contestaba a ningún teléfono. Salimos a la
puerta, los vecinos de la cuadra estaban en la misma. Formaron una cuadrilla
para repudiar al primero que apareciese para intentar reparar la falla. Eran
como quince vecinos con una bandera que decía “muerte a Edenor” y el viejo
Laporta era el mandamás. Manejaba las acciones del grupo, los cuales tres de
ellos controlaban la esquina que habían cortado. La vecina de enfrente de casa,
sentada en la vereda, lloraba, quejándose de que no podría ver los cuerpos
voluptuosos de los jugadores. Mientras tanto miraba para donde estábamos, buscando
una señal que le permitiese acceder a nuestro grupo; uno de los chicos – el
rolo – había tenido una aventura con ella pero no resistió. Y así fue que nos
enteramos que esta mujer porta rasgos de ninfomanía. Bah, en una palabra: le da
a lo que venga.
Las tres en
punto. Las radios estaban a todo lo que da; la cuadra se transformó en el agora
de los sin luz. Múltiples emisoras se escuchaban a la vez y eso provocaba una
bola ruidosa que no permitía saber quién tenía la pelota pero las aguas estaban
mansas, mientras se pudiese vivir el minuto a minuto de la celeste y blanca. “La
tiene Mascherano, toca la pelota para Di María, Angelito hace un pase en
profundidad, después de dejar girando sobre si al rival. Toma la pelota Messi,
engancha para el medio, medialuna del área ¡pégale enano, por favor! Tirooo
¡¡¡golazo!!!”, Gritaba el relator, afónico. Agradecido de ser argentino.
Todos
gritamos con los puños en alto, dedicándoles el gol a nuestros hermanos
cariocas. Juan recluido del grupo, sentado rejas adentro, otra vez estaba
hablando por celular. Atormentado por lo que estaba escuchando del otro lado
del teléfono, pedía por favor y arrodillado, miraba para el cielo. No entendíamos
como funcionaba ese teléfono, después del golpe contra la pared. Habló como
diez minutos, luego vino hacia donde estábamos todos; tenía los ojos hinchados
y una expresión de derrota. “La hija de puta acaba de subir una foto mía a
Facebook, diciendo que soy el padre de su hijo y que no quiero hacerme cargo”,
nos decía sollozando.
Eran las
cuatro de la tarde, la casa seguía iluminada por la luz del día; el segundo
tiempo estaba en marcha y las portátiles seguían a todo lo que da. Argentina
ganaba uno a cero pero Juan perdía por goleada, quién con un cigarrillo entre
los dedos, antes de subir a la terraza, soltó algo impensado: “ojala sea
jugador de fútbol”.
Cinco de la
tarde. Volvió la luz, la radio portátil se quedó sin pilas y por la tele, que
había quedado prendida, vimos la foto de Juan que esta mujer había subido al
Facebook. Ya era un ser desagradable y estaba en boca de panelistas que
debatían, que era lo que estaba haciendo Juan ahora. Que importaba más: el hijo
que esperaba o un partido de fútbol. La tribuna del programa abucheaba cada vez
que lo nombraban a Juan. Algunas de las caras que enfocaban se mostraban
consternadas. Una señora cada vez que la cámara hacía un paneo general,
levantaba una imagen de la Virgen María y se leía en sus labios: hijo de puta. Juan
volvió de la terraza, se sirvió otro trago, se sentó un rato y vio lo que
pasaba en la tele. A los segundo se paró y dijo que iba al baño; los que
estábamos allí, no podíamos quitarle los ojos a la pantalla. El conductor del
programa fomentó el debate en vivo, haciendo que la gente llame para opinar. Y
enseguida cayó el primero. “Hola, soy Juan. Esta puta me clavó una venérea y no
ando acusándola por ahí”, dijo una voz rabiosa. Un sector de la tribuna
aplaudió. El conductor interrumpió el llamado, agradeciendo el contacto. “Otra
vez estuvimos al borde del paro cardíaco con la selección”, dijo algo nervioso
y fueron al corte.
Acodado en
una silla, bastante incomoda, de mimbre no paré un segundo de tomar nota. A los
pocos segundos, mi vecino, acercándose al oído se despachó con un gracias y agregó:
“después pásame el cuentito este, porque me da vergüenza decirle a mi hijo lo
de la venérea”. Me despidió con una sonrisa picara y finalmente volví a casa a
ver si ya tenía Internet.
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