jueves, 3 de julio de 2014

Cuando la vida te corta Wi Fi


"Como todo lo que sea malo para el hígado: mango viche y hongos y pura sal, y acostúmbrate a amanecer con los gusanos. No te preocupes, muérete antes que tus padres para librarlos de la espantosa visión de tu vejez."
Andrés Caicedo 




No tenía Internet y la ansiedad estaba haciendo su trabajo, así que salí un rato. No llegué hacer dos pasos que un vecino, a penas me vio, me grito de enfrente: “¡veni pibe, vos que sos escritor, escribí esto!”
A las dos de la tarde se había cortado la luz y recién ahí me di cuenta la cantidad de gente que había en casa. El partido de Argentina empezaba a las tres, pero a la una no quedaba más cerveza. Sin luz, la heladera hizo lo que pudo hasta que dejó de conservar el frío y la lata de importada que tenía escondida detrás del queso, la tomé caliente. Las diez personas, desparramadas por la casa, empezaron a gritar y otros a putear porque la luz seguía ausente. El único que estaba fuera de esta masiva furia contra Edenor era Juan: el clásico tipo que no se inmuta ante el fútbol pero que asiste a reuniones de estas características para comer y tomar. Juan estaba bastante borracho; sentado con las piernas cruzadas, con la cara algo colorada.
Al prestar atención, dentro de las turbulencias por la ingesta de cosas, escuché que discutía con, al parecer, su novia. Nadie, reparó en esta situación, pero la cosa estaba heavy. De un momento a otro, unos gritos - que no le conocía – coparon el lugar; la botella que tenía en el apoya brazos del sillón voló. Se paró repentinamente y con la otra mano en la cabeza, preguntó si el test de embarazo había dado positivo. No conforme con la respuesta, esta vez en cuclillas, pidió que se lo hiciese otra vez: “quiero estar bien seguro y si la segunda vuelve a dar positivo, vas a hacerte un análisis de sangre”, se mostró firme, sirviéndose un vaso de vodka. Con algunos más que escuchamos lo que estaba pasando intentamos calmarlo, a pesar de que ya había revoleado el celular contra la pared. Gritaba sin consuelo que su primer hijo iba a ser de una puta. “Esta mina me cagó”, se lamentaba tapándose la cara.
Eran las tres menos cuarto, Juan estaba más tranquilo, pero el resto desbordaba de furia. El servicio de Edenor no contestaba a ningún teléfono. Salimos a la puerta, los vecinos de la cuadra estaban en la misma. Formaron una cuadrilla para repudiar al primero que apareciese para intentar reparar la falla. Eran como quince vecinos con una bandera que decía “muerte a Edenor” y el viejo Laporta era el mandamás. Manejaba las acciones del grupo, los cuales tres de ellos controlaban la esquina que habían cortado. La vecina de enfrente de casa, sentada en la vereda, lloraba, quejándose de que no podría ver los cuerpos voluptuosos de los jugadores. Mientras tanto miraba para donde estábamos, buscando una señal que le permitiese acceder a nuestro grupo; uno de los chicos – el rolo – había tenido una aventura con ella pero no resistió. Y así fue que nos enteramos que esta mujer porta rasgos de ninfomanía. Bah, en una palabra: le da a lo que venga.
Las tres en punto. Las radios estaban a todo lo que da; la cuadra se transformó en el agora de los sin luz. Múltiples emisoras se escuchaban a la vez y eso provocaba una bola ruidosa que no permitía saber quién tenía la pelota pero las aguas estaban mansas, mientras se pudiese vivir el minuto a minuto de la celeste y blanca. “La tiene Mascherano, toca la pelota para Di María, Angelito hace un pase en profundidad, después de dejar girando sobre si al rival. Toma la pelota Messi, engancha para el medio, medialuna del área ¡pégale enano, por favor! Tirooo ¡¡¡golazo!!!”, Gritaba el relator, afónico. Agradecido de ser argentino.
Todos gritamos con los puños en alto, dedicándoles el gol a nuestros hermanos cariocas. Juan recluido del grupo, sentado rejas adentro, otra vez estaba hablando por celular. Atormentado por lo que estaba escuchando del otro lado del teléfono, pedía por favor y arrodillado, miraba para el cielo. No entendíamos como funcionaba ese teléfono, después del golpe contra la pared. Habló como diez minutos, luego vino hacia donde estábamos todos; tenía los ojos hinchados y una expresión de derrota. “La hija de puta acaba de subir una foto mía a Facebook, diciendo que soy el padre de su hijo y que no quiero hacerme cargo”, nos decía sollozando.
Eran las cuatro de la tarde, la casa seguía iluminada por la luz del día; el segundo tiempo estaba en marcha y las portátiles seguían a todo lo que da. Argentina ganaba uno a cero pero Juan perdía por goleada, quién con un cigarrillo entre los dedos, antes de subir a la terraza, soltó algo impensado: “ojala sea jugador de fútbol”.
Cinco de la tarde. Volvió la luz, la radio portátil se quedó sin pilas y por la tele, que había quedado prendida, vimos la foto de Juan que esta mujer había subido al Facebook. Ya era un ser desagradable y estaba en boca de panelistas que debatían, que era lo que estaba haciendo Juan ahora. Que importaba más: el hijo que esperaba o un partido de fútbol. La tribuna del programa abucheaba cada vez que lo nombraban a Juan. Algunas de las caras que enfocaban se mostraban consternadas. Una señora cada vez que la cámara hacía un paneo general, levantaba una imagen de la Virgen María y se leía en sus labios: hijo de puta. Juan volvió de la terraza, se sirvió otro trago, se sentó un rato y vio lo que pasaba en la tele. A los segundo se paró y dijo que iba al baño; los que estábamos allí, no podíamos quitarle los ojos a la pantalla. El conductor del programa fomentó el debate en vivo, haciendo que la gente llame para opinar. Y enseguida cayó el primero. “Hola, soy Juan. Esta puta me clavó una venérea y no ando acusándola por ahí”, dijo una voz rabiosa. Un sector de la tribuna aplaudió. El conductor interrumpió el llamado, agradeciendo el contacto. “Otra vez estuvimos al borde del paro cardíaco con la selección”, dijo algo nervioso y fueron al corte.

Acodado en una silla, bastante incomoda, de mimbre no paré un segundo de tomar nota. A los pocos segundos, mi vecino, acercándose al oído se despachó con un gracias y agregó: “después pásame el cuentito este, porque me da vergüenza decirle a mi hijo lo de la venérea”. Me despidió con una sonrisa picara y finalmente volví a casa a ver si ya tenía Internet.   

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