Ya habían
pasado tres años, se hace difícil dejar atrás. A la noche no puedo dormir, doy
vueltas de un lado a otro y desenrollo la sabana cuando ya no queda posición
posible que alcanzar. En la silla de plástico, tengo un par de libros que ya
casi ni leo; y esta la foto de ella, pero boca abajo. Hace un tiempo, cada vez
que la veía – que nos veía – lloraba como un condenado. Mis amigos insisten con
que la tire o la saque de ahí. Hace más de dos meses que estoy sobre lo mismo,
pero no tengo el valor para deshacerme de ella. Estoy que la miro, que la doy
vuelta, que la saco del marquito echo bosta que tengo y siempre arrugada y todo
sigue ahí. El marco ese, lo tengo hace una pila de años y siempre tuvo fotos
mías de cuando era chico, hasta que las reemplacé por esta de ahora: con mi
novia, el día que decidimos mudarnos juntos. La pareja funcionaba bien, no
entiendo que fue lo que paso. Yo la quería. Uh, dije la quería mejor dicho la
quiero.
La conocí
hace dos años, cuando iba a aprender como respirar para poder relajarme. El
lugar estaba (o está, no sé muy bien) por Av. Rivadavia, cerca de plaza Once.
Empecé a ir por un amigo que me recomendó reemplazar las energías negativas con
actividades de relajación y que sé yo. La primera semana estaba negado, me
sentía siempre igual. A penas salía de ahí, pasaba por un bolichito de Plaza
Miserere y me encontraba con unos amigos, que por más terribles que fuesen eran
amigos al fin. Nos tomábamos todo: merca mala, vino del peor y después comíamos
unos panchos con papas en el puestito de un viejo, que se quedó en la calle a
los siete años y a los catorce empezó a militar en el partido comunista.
A la
segunda semana, le empecé a agarrar la vuelta, cambié la forma de respirar y fue
una revelación. Ya iba con más ganas, pero todo se acrecentó cuando ella entró
y fue directo a cambiarse. “Hoy tenemos una compañera nueva: vamos a darle la
bienvenida a Lorena”, dijo la instructora, mientras todos habíamos empezado a
aplaudir. Ella en un segundo, pasó por al lado mío, desparramó un aroma, que
nunca antes había sentido, y se acomodó en donde pudo. La clase era bastante
poblada. La vida esta llena de depresivos, pensé mientras planeaba como
hablarle. En medio de los ejercicios, mientras levantaba los brazos y escuchaba
constantemente la palabra levitar, trataba de hilvanar una oración coherente
para encararla, pero tartamudeaba hasta mentalmente. ¡Que idiota!, me decía,
apretando los dientes. La relajación se había ido al demonio, tenía las manos
sudadas y el corazón galopaba a mil. Era como rememorar las tardes donde
estábamos hasta las tetas de falopa, maquinando que la policía nos seguía.
La clase
terminó, ella ya se hablaba con todos pero conmigo cero. Me fui rápido a
cambiar. Mientras me ponía las medias y me lavaba un poco la cara, repetía
frente al espejo el mantra que aprendimos desde la primer clase para encontrar
el amor buscado: “UM STRIN ON, UM STRIN ON, UM STRIN ON…” Y esta vez, sin
tartamudeo ni nada, salí con la frente alta y decidido a decirle todo. Ni bien
puse un pie en la puerta, la vi que estaba meta risa con uno de la clase y me
olvidé lo que tenia para decir. A pesar de todo, miro hacia donde estaba y
sonrió. “UM STRIN ON, UM STRIN ON, UM STRIN ON…”Y quiero creer que se lo sacó
de encima porque vino rápido hasta mi y con la velocidad de un boxeador pegó
primero: “vamos a tomar un café”, acometió muy segura, sin oportunidad de
reacción. Quedé en silencio unos segundos y di un sí, solo moviendo la cabeza.
- ¿Qué, sos
mudo? – preguntó de forma socarrona.
Me mantuve
en silencio y con la cabeza, gesticulé que no.
- Si te
incomoda me voy, quizás te estoy comprometiendo.
- ¡No!
Quedate, por favor – dije con tono de suplicio.
- Aunque no
parezcas muy normal, vuelvo a preguntarte: ¿vamos a tomar un café?
- Vayamos a
un bar que esta por acá, cerca de la plaza.
- Esta zona
no es mucho de mi agrado, pero bueno me voy a dejar sorprender – dijo dejando
caer su mano en mi hombro.
- No soy
muy bueno para las sorpresas. Solo puedo asegurarte que no te vas a arrepentir.
En el
trayecto hasta el bar, me saludé con algunos vendedores callejeros y dejé
algunas monedas en latas de amigos, que en otras oportunidades supieron darme
un trago restablecedor. Ella miraba atenta, pero sin perder ni un segundo para
criticar estas practicas que a su parecer eran despreciables. “Estos tipos lo
único que saben hacer es vivir de los demás. Y los vendedores ambulantes no
tendrían que existir; le sacan el trabajo a los comerciantes que pagan sus impuestos
para mantenerlos”, se despachó con tono serio y hasta creo que ofuscada por
estar caminando al lado mío. No dije nada, deje que hiciese toda su crítica. No
estaba dispuesto a perder otra oportunidad de enamorarme por oposiciones
políticas. Al final mis viejos tenían razón: la política y la religión, no
deberían ser temas de conversación.
Pronto a
llegar al bar, le pedí que tapara sus ojos y la agarré de los hombros,
indicándole el camino. Cuando sacó las manos de su vista, preguntó donde era y
contesté que lo tenía frente a sus ojos, pero seguía sin darse cuenta. “Lo que
veo aquí es una borrachería, nada más”, reprochó apoyándose sobre un poste de
luz. Le expliqué que era un lugar con mucho valor sentimental para mi y cada
vez entendía menos que hacíamos ahí, pero en fin…estábamos en el bar La
Academia. Uno de los lugares más encantadores que conocí. Con gente de todas
las clases: desde artistas hasta estafadores. Se los presenté a todos y la
recibieron con una elegancia jamás vista. Pedimos una cerveza. Tuve que repetirle
como tres veces al mozo lo que quería; pobre Lucifer, ya esta sordo. Con
Lorena, finalmente, tomamos más de seis cervezas y después le agregamos un ron
cada uno. Hablamos mucho: filosofía, política, futbol – hincha del pincha. Eso
fue otro estimulo – cine y revistas porno. Le gustaba mirar como cogian otros
por you tube. Así que en resumidas cuentas terminamos en casa, durmiendo
juntos, sin demorarnos en ningún tipo de problemas y haciendo fluir cada
momento.
Empezamos a
salir, dejamos de ir a respirar y nos asfixiamos en la cama. Estuvimos casi un
mes sin salir de casa. Solo cogiamos y comíamos chocolates. A las dos semanas a
ella le empezaron a salir granos y a mi la panza me creció bastante. Tuvimos
que salir a la calle, a fuerza de que la heladera cada vez tenía más espacios.
La pasabamos muy bien. Las condiciones ya estaban dadas para perdurar por unos
largos años. Ella se fue hasta su casa a prepararse las cosas que iba a
necesitar traerse para venir a vivir conmigo. Quedamos entonces, entre una cosa
y otra, que en una semana ya estaríamos en plena convivencia.
Fue raro
despertar sin ella al lado, pero habíamos convenido en que esa mañana la pasaría
a buscar por su departamento para comenzar la mudanza. Miré el celular y su
whatsapp de buenos días seguía ausente. La llamé tres veces, el contestador me
irritaba.
Estaba
nervioso, de repente el aire se volvió denso. Corrí. Corrí las 16 cuadras que
me separaban de su casa. Toqué el timbre, nadie respondía. Leviatán, el
portero, me reconoció de inmediato. Abrió la puerta, y sin saludarlo me dirigí
al ascensor, estaba esperando en planta baja con las puertas abiertas. Marqué
el sexto piso. Al llegar, golpeé la puerta, dos o tres veces, pero seguía sin
obtener respuesta. La intranquilidad recorría mi cuerpo, generando un temblor
imposible de controlar. Tiré la puerta abajo. Estaba todo ordenado, la cocina
tenía restos de comida sobre la mesada. En el sillón del comedor un libro quedó
apoyado, abierto por la mitad. Fui hasta la habitación, la puerta entreabierta
dejaba ver una silla tirada en el suelo. Lorena estaba colgada y se movía de
manera pendular. Debajo de ella, un papel, hecho un bollo, atrajo mi atención.
Pensé en gritar bien fuerte; en llorar; en matar; en matarme. Solo fui por el
papel, la letra casi ilegible de medico, transmitió la peor noticia: cáncer.
La vida
esta llena de depresivos…
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