viernes, 11 de julio de 2014

Terapias alternativas



Ya habían pasado tres años, se hace difícil dejar atrás. A la noche no puedo dormir, doy vueltas de un lado a otro y desenrollo la sabana cuando ya no queda posición posible que alcanzar. En la silla de plástico, tengo un par de libros que ya casi ni leo; y esta la foto de ella, pero boca abajo. Hace un tiempo, cada vez que la veía – que nos veía – lloraba como un condenado. Mis amigos insisten con que la tire o la saque de ahí. Hace más de dos meses que estoy sobre lo mismo, pero no tengo el valor para deshacerme de ella. Estoy que la miro, que la doy vuelta, que la saco del marquito echo bosta que tengo y siempre arrugada y todo sigue ahí. El marco ese, lo tengo hace una pila de años y siempre tuvo fotos mías de cuando era chico, hasta que las reemplacé por esta de ahora: con mi novia, el día que decidimos mudarnos juntos. La pareja funcionaba bien, no entiendo que fue lo que paso. Yo la quería. Uh, dije la quería mejor dicho la quiero.
La conocí hace dos años, cuando iba a aprender como respirar para poder relajarme. El lugar estaba (o está, no sé muy bien) por Av. Rivadavia, cerca de plaza Once. Empecé a ir por un amigo que me recomendó reemplazar las energías negativas con actividades de relajación y que sé yo. La primera semana estaba negado, me sentía siempre igual. A penas salía de ahí, pasaba por un bolichito de Plaza Miserere y me encontraba con unos amigos, que por más terribles que fuesen eran amigos al fin. Nos tomábamos todo: merca mala, vino del peor y después comíamos unos panchos con papas en el puestito de un viejo, que se quedó en la calle a los siete años y a los catorce empezó a militar en el partido comunista.
A la segunda semana, le empecé a agarrar la vuelta, cambié la forma de respirar y fue una revelación. Ya iba con más ganas, pero todo se acrecentó cuando ella entró y fue directo a cambiarse. “Hoy tenemos una compañera nueva: vamos a darle la bienvenida a Lorena”, dijo la instructora, mientras todos habíamos empezado a aplaudir. Ella en un segundo, pasó por al lado mío, desparramó un aroma, que nunca antes había sentido, y se acomodó en donde pudo. La clase era bastante poblada. La vida esta llena de depresivos, pensé mientras planeaba como hablarle. En medio de los ejercicios, mientras levantaba los brazos y escuchaba constantemente la palabra levitar, trataba de hilvanar una oración coherente para encararla, pero tartamudeaba hasta mentalmente. ¡Que idiota!, me decía, apretando los dientes. La relajación se había ido al demonio, tenía las manos sudadas y el corazón galopaba a mil. Era como rememorar las tardes donde estábamos hasta las tetas de falopa, maquinando que la policía nos seguía.
La clase terminó, ella ya se hablaba con todos pero conmigo cero. Me fui rápido a cambiar. Mientras me ponía las medias y me lavaba un poco la cara, repetía frente al espejo el mantra que aprendimos desde la primer clase para encontrar el amor buscado: “UM STRIN ON, UM STRIN ON, UM STRIN ON…” Y esta vez, sin tartamudeo ni nada, salí con la frente alta y decidido a decirle todo. Ni bien puse un pie en la puerta, la vi que estaba meta risa con uno de la clase y me olvidé lo que tenia para decir. A pesar de todo, miro hacia donde estaba y sonrió. “UM STRIN ON, UM STRIN ON, UM STRIN ON…”Y quiero creer que se lo sacó de encima porque vino rápido hasta mi y con la velocidad de un boxeador pegó primero: “vamos a tomar un café”, acometió muy segura, sin oportunidad de reacción. Quedé en silencio unos segundos y di un sí, solo moviendo la cabeza.

- ¿Qué, sos mudo? – preguntó de forma socarrona.

Me mantuve en silencio y con la cabeza, gesticulé que no.

- Si te incomoda me voy, quizás te estoy comprometiendo.

- ¡No! Quedate, por favor – dije con tono de suplicio.

- Aunque no parezcas muy normal, vuelvo a preguntarte: ¿vamos a tomar un café?

- Vayamos a un bar que esta por acá, cerca de la plaza.

- Esta zona no es mucho de mi agrado, pero bueno me voy a dejar sorprender – dijo dejando caer su mano en mi hombro.          

- No soy muy bueno para las sorpresas. Solo puedo asegurarte que no te vas a arrepentir.


En el trayecto hasta el bar, me saludé con algunos vendedores callejeros y dejé algunas monedas en latas de amigos, que en otras oportunidades supieron darme un trago restablecedor. Ella miraba atenta, pero sin perder ni un segundo para criticar estas practicas que a su parecer eran despreciables. “Estos tipos lo único que saben hacer es vivir de los demás. Y los vendedores ambulantes no tendrían que existir; le sacan el trabajo a los comerciantes que pagan sus impuestos para mantenerlos”, se despachó con tono serio y hasta creo que ofuscada por estar caminando al lado mío. No dije nada, deje que hiciese toda su crítica. No estaba dispuesto a perder otra oportunidad de enamorarme por oposiciones políticas. Al final mis viejos tenían razón: la política y la religión, no deberían ser temas de conversación.
Pronto a llegar al bar, le pedí que tapara sus ojos y la agarré de los hombros, indicándole el camino. Cuando sacó las manos de su vista, preguntó donde era y contesté que lo tenía frente a sus ojos, pero seguía sin darse cuenta. “Lo que veo aquí es una borrachería, nada más”, reprochó apoyándose sobre un poste de luz. Le expliqué que era un lugar con mucho valor sentimental para mi y cada vez entendía menos que hacíamos ahí, pero en fin…estábamos en el bar La Academia. Uno de los lugares más encantadores que conocí. Con gente de todas las clases: desde artistas hasta estafadores. Se los presenté a todos y la recibieron con una elegancia jamás vista. Pedimos una cerveza. Tuve que repetirle como tres veces al mozo lo que quería; pobre Lucifer, ya esta sordo. Con Lorena, finalmente, tomamos más de seis cervezas y después le agregamos un ron cada uno. Hablamos mucho: filosofía, política, futbol – hincha del pincha. Eso fue otro estimulo – cine y revistas porno. Le gustaba mirar como cogian otros por you tube. Así que en resumidas cuentas terminamos en casa, durmiendo juntos, sin demorarnos en ningún tipo de problemas y haciendo fluir cada momento.
Empezamos a salir, dejamos de ir a respirar y nos asfixiamos en la cama. Estuvimos casi un mes sin salir de casa. Solo cogiamos y comíamos chocolates. A las dos semanas a ella le empezaron a salir granos y a mi la panza me creció bastante. Tuvimos que salir a la calle, a fuerza de que la heladera cada vez tenía más espacios. La pasabamos muy bien. Las condiciones ya estaban dadas para perdurar por unos largos años. Ella se fue hasta su casa a prepararse las cosas que iba a necesitar traerse para venir a vivir conmigo. Quedamos entonces, entre una cosa y otra, que en una semana ya estaríamos en plena convivencia.
Fue raro despertar sin ella al lado, pero habíamos convenido en que esa mañana la pasaría a buscar por su departamento para comenzar la mudanza. Miré el celular y su whatsapp de buenos días seguía ausente. La llamé tres veces, el contestador me irritaba.
Estaba nervioso, de repente el aire se volvió denso. Corrí. Corrí las 16 cuadras que me separaban de su casa. Toqué el timbre, nadie respondía. Leviatán, el portero, me reconoció de inmediato. Abrió la puerta, y sin saludarlo me dirigí al ascensor, estaba esperando en planta baja con las puertas abiertas. Marqué el sexto piso. Al llegar, golpeé la puerta, dos o tres veces, pero seguía sin obtener respuesta. La intranquilidad recorría mi cuerpo, generando un temblor imposible de controlar. Tiré la puerta abajo. Estaba todo ordenado, la cocina tenía restos de comida sobre la mesada. En el sillón del comedor un libro quedó apoyado, abierto por la mitad. Fui hasta la habitación, la puerta entreabierta dejaba ver una silla tirada en el suelo. Lorena estaba colgada y se movía de manera pendular. Debajo de ella, un papel, hecho un bollo, atrajo mi atención. Pensé en gritar bien fuerte; en llorar; en matar; en matarme. Solo fui por el papel, la letra casi ilegible de medico, transmitió la peor noticia: cáncer.

La vida esta llena de depresivos…     

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