Del mismo
lugar donde conocí y conozco a la mayoría de mis chicas, salimos entusiasmados
con la película. A mi novia, mucho, no le gustan los Films de terror pero esta
le cambió su parecer. Pudo ver todas las partes, donde uno salta del asiento,
sin taparse los ojos. El camino a casa lo hicimos comentando algunas escenas y
luego mandó un mensaje por celular. “Le estoy contando a las chicas, en el
grupo, lo de la película. Esto es un logro para mi”, dijo, contenta, mientras
tecleaba sin parar. Teníamos hambre – o al menos yo – así que antes de llegar,
paramos en una casa de comidas y pedimos empanadas. Creo que ni mastiqué: comí
seis empanadas como si nada y después tomé dos copas de un Cabernet bastante
bueno. Ella solo comió dos y se disculpó por comer con agua. Dice que no puede
comer sino es con agua, porque cualquier otra cosa le cae mal.
Apenas
pusimos un pié en casa, sonó el teléfono. Atendí: un amigo proponía que el fin
de semana nos juntemos a comer y a ver cine de terror. Pensé que no habría
problemas, total la superación del miedo, mi novia, ya lo había logrado. O al
menos eso creí, cuando volvíamos a casa. Le comenté el plan y no puso ninguna
objeción. Ni siquiera consultó el titulo, ni sinopsis. Era la libertad
absoluta: no más censura al terror japonés, ni a los bodrios bizarros
españoles, que me gustaba mirar.
Finalmente
nos reunimos en casa. Éramos seis. Había buen caudal de películas truchas y
buena bebida. De la cocina, asomaba un olor rico, o eso era lo que decían mis
amigos. Un lomo con crema esperaba para ser servido en la mesa.
Mientras
cenábamos, cada uno hizo una pasada de cómo había conocido a su novia y ese fue
el momento, donde mi animo se fue al tacho. Empecé a tomar una copa atrás de la
otra, sin hablar una solo palabra. Mi novia miraba para abajo y de a ratos
masticaba algún bocado. “¡¿Nos va a hablar?!”, interrumpió, mirándome fijo.
Intenté un gesto tranquilizador pero no hubo caso y seguí en silencio. Nadie
entendía e intentaron llevar la conversación para otro lado. Tarde. Ahora,
ella, quería que hable y pedía “que me hiciera cargo” de lo que era. La
persecución ya no estaba siendo agradable, no me quedó más remedio que contar
para que no se siga extendiendo y la reunión se vaya a la mierda.
La historia
viene así: antes de ser mi novia actual, fue mi amante. Entonces nunca quiere
hablar o rememorar como nos conocimos, porque tiene temor a que vuelva a
suceder, pero que esta vez la amante… “¿No hay helado?”, preguntó un amigo, a
mitad del relato. Contesté que no muy rápido y para zafar del tono inquisidor,
que estaba tomando la conversación, propuse ir a comprar helado.
Quedaron
las chicas en casa y nosotros fuimos en busca del helado salvador. Cuando
regresamos, la conversación había virado a la política, por suerte. Sin
interrumpir nada, acomodé el living, bajé las luces, serví unas copas y
terminamos todos frente al televisor.
La película
no estuvo mal. Tuvo pocas partes de miedo. Cabeceé bastante. Mi novia, en
cambio, estuvo aferrada al sillón y en algunas partes amago con taparse los
ojos, pero finalmente logró sobreponerse al miedo.
Pusimos una
segunda película, pero aguanté hasta la mitad. No tenía más cigarrillos y fui,
solo, hasta el kiosco. Compré dos atados, pasé por la puerta del cine y estaba
ella, con el pelo suelto y sus manos dentro de los bolsillos del tapado.
“Parece que la cena estaba entretenida”, dijo burlonamente. Nos miramos, ella
menos tiempo, y la besé. Ojala no tenga amigos que cuenten como se conocieron,
supliqué.
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