sábado, 19 de julio de 2014

Cine tramposo




 Del mismo lugar donde conocí y conozco a la mayoría de mis chicas, salimos entusiasmados con la película. A mi novia, mucho, no le gustan los Films de terror pero esta le cambió su parecer. Pudo ver todas las partes, donde uno salta del asiento, sin taparse los ojos. El camino a casa lo hicimos comentando algunas escenas y luego mandó un mensaje por celular. “Le estoy contando a las chicas, en el grupo, lo de la película. Esto es un logro para mi”, dijo, contenta, mientras tecleaba sin parar. Teníamos hambre – o al menos yo – así que antes de llegar, paramos en una casa de comidas y pedimos empanadas. Creo que ni mastiqué: comí seis empanadas como si nada y después tomé dos copas de un Cabernet bastante bueno. Ella solo comió dos y se disculpó por comer con agua. Dice que no puede comer sino es con agua, porque cualquier otra cosa le cae mal.
Apenas pusimos un pié en casa, sonó el teléfono. Atendí: un amigo proponía que el fin de semana nos juntemos a comer y a ver cine de terror. Pensé que no habría problemas, total la superación del miedo, mi novia, ya lo había logrado. O al menos eso creí, cuando volvíamos a casa. Le comenté el plan y no puso ninguna objeción. Ni siquiera consultó el titulo, ni sinopsis. Era la libertad absoluta: no más censura al terror japonés, ni a los bodrios bizarros españoles, que me gustaba mirar.

Finalmente nos reunimos en casa. Éramos seis. Había buen caudal de películas truchas y buena bebida. De la cocina, asomaba un olor rico, o eso era lo que decían mis amigos. Un lomo con crema esperaba para ser servido en la mesa.
Mientras cenábamos, cada uno hizo una pasada de cómo había conocido a su novia y ese fue el momento, donde mi animo se fue al tacho. Empecé a tomar una copa atrás de la otra, sin hablar una solo palabra. Mi novia miraba para abajo y de a ratos masticaba algún bocado. “¡¿Nos va a hablar?!”, interrumpió, mirándome fijo. Intenté un gesto tranquilizador pero no hubo caso y seguí en silencio. Nadie entendía e intentaron llevar la conversación para otro lado. Tarde. Ahora, ella, quería que hable y pedía “que me hiciera cargo” de lo que era. La persecución ya no estaba siendo agradable, no me quedó más remedio que contar para que no se siga extendiendo y la reunión se vaya a la mierda.

La historia viene así: antes de ser mi novia actual, fue mi amante. Entonces nunca quiere hablar o rememorar como nos conocimos, porque tiene temor a que vuelva a suceder, pero que esta vez la amante… “¿No hay helado?”, preguntó un amigo, a mitad del relato. Contesté que no muy rápido y para zafar del tono inquisidor, que estaba tomando la conversación, propuse ir a comprar helado.
Quedaron las chicas en casa y nosotros fuimos en busca del helado salvador. Cuando regresamos, la conversación había virado a la política, por suerte. Sin interrumpir nada, acomodé el living, bajé las luces, serví unas copas y terminamos todos frente al televisor.
La película no estuvo mal. Tuvo pocas partes de miedo. Cabeceé bastante. Mi novia, en cambio, estuvo aferrada al sillón y en algunas partes amago con taparse los ojos, pero finalmente logró sobreponerse al miedo.

Pusimos una segunda película, pero aguanté hasta la mitad. No tenía más cigarrillos y fui, solo, hasta el kiosco. Compré dos atados, pasé por la puerta del cine y estaba ella, con el pelo suelto y sus manos dentro de los bolsillos del tapado. “Parece que la cena estaba entretenida”, dijo burlonamente. Nos miramos, ella menos tiempo, y la besé. Ojala no tenga amigos que cuenten como se conocieron, supliqué.

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