"Yo no sé si hay literatura, pero yo sé que el barajar esa disciplina posible es una urgencia de mi ser" J.L.Borges
lunes, 26 de mayo de 2014
Un día como hoy
Arriba de la cama, escondida entre los almohadones, habían quedado las llaves del auto. Era tardísimo, di vuelta la casa de arriba abajo; el piso terminó repleto de papeles, casi no pisaba baldosas. El perro, recostado en su lugar de dormir, miraba atentamente pero sin alterarse. A lo sumo si era un ruido que retumbaba, levantaba las orejas. En cambio para mi todo representaba un escándalo. Desde el trabajo me habían llamado tres veces; mi jefe sin ningún tipo de piedad, con la voz cortante me dejó en claro que este mes bajaría el presentismo. Eso implicaba, por lo menos, quinientos pesos menos en el sueldo. Largué una puteada terrible. Desde el patio de la vecina se escuchó "amen" y volví a putear, pero esta vez a ella.
Al salir a la puerta pisé caca de perro; "esa es la de enfrente que no limpia lo que deja su perro", protesté por lo bajo. Un vecino, mientras limpiaba la suela del zapato, se acercó y me dijo que mi auto no estaba por ningún lado: "cuando salí a caminar, como hago todas las mañanas, vi que su auto no estaba en el lugar de siempre. No me preocupé enseguida porque pensé que lo había cambiado de lugar por la cantidad de autos que se estacionan en la cuadra pero cuando di la vuelta manzana, no lo vi por ningún lado." Corrí hasta la esquina, a ver el lugar donde siempre dejo el auto y efectivamente no estaba. Entre el Volkswagen gol rojo y el Fiat spazio blanco, quedó un hueco. "mi auto, la puta madre", grité a los aires. Llamé a la compañía de seguros para hacer la denuncia. Una grabación pedía que espere porque todas las lineas estaban ocupadas. Gasté todo el crédito del celular, las lineas seguían ocupadas. Caminé hasta la parada del colectivo, aproximadamente diez cuadras. Ninguno paró, venían repletos. Paré un taxi, una señora se quejó y decía que ella lo había visto primero. Discutimos unos minutos, hasta que el taxista pidió que se suba uno, que lo compartiéramos o que cerremos la puerta porque se quería ir. Finalmente compartimos el viaje. La señora iba pintandose en el auto y le reprochó varias veces al chófer, que pase las lomas de burro más despacio. Terminó con un ojo con sombra por demás. Cualquiera diría que la noche anterior no durmió. Para mi fortuna, ella se bajó primero. Antes me miró con unos ojos poco esperados para la situación. Con la boca totalmente pintada de rojo y acomodándose las medias de lycra, soltó: "gracias por invitarme el viaje" y cerró la puerta. El tachero se rió y movió la cabeza como decepcionado por mi falta de autoridad ante la situación. La mujer para ese entonces ya había cruzado la puerta de un banco, el semáforo se había puesto en verde y su imagen se fue haciendo más chiquita, hasta perderse entre los autos. El taxi tuvo que desviarse a causa de un corte. Esta vez, era por unos manifestantes que pedían agilidad en los transportes públicos.
El viaje duró aproximadamente dos horas y el taxímetro marcó doscientos cincuenta pesos.Le pedí que me deje donde sea y pagué con lo ultimo que tenia en el bolsillo. Llegué sin una moneda. En la oficina, hubo atención por demás cuando llegué. Susurraban por lo bajo y esperaban una manifestación de vergüenza por mi parte. Sin inmutarme, acomodé el escritorio porque el día anterior lo había dejado lleno de papeles. Busqué un café de la maquina, incliné la silla y con sorbos chicos fui recobrando la templanza. Repasé algunos titulares desde los portales de Internet y como ya me lo suponía, a los minutos de haberme acomodado, lo tuve a mi jefe parado en mi escritorio que con las cejas fruncidas pedía explicaciones. No di ninguna explicación de todo lo sucedido, le dije que para hacerlo me devolviera el presentismo pero no hubo trato. Se mantuvo firme en todo momento. Volví a reprocharle lo del presentismo para dar explicaciones y nada. Reclamaba una justificación a mi llegada tarde y ahora había agregado, que si nos la exponía me suspendía. En medio de los reproches mandé un mensaje de texto y se enfureció más por mi falta de atención. "Hablemos de yerno a suegro", le dije sin pudor. Se puso todo rojo. Sonó su celular. Al rato volvió y con el orgullo inflado, hizo un gesto de grandilocuencia. "Mi hija dice que te diga que quiere el divorcio", dijo y caminó a su oficina. La secretaria, petisa, media regordeta, para no perder la costumbre, ya había escuchado todo y con un estilo poco afincado a lo laboral, me avisó que las llaves de mi auto, ahora, estaban en su poder, que si las quería pase por su oficina y cierre la puerta.
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