Las
depresiones dominicales generan los momentos apropiados para la selección de
las historias que van a ser publicadas. El trabajo lo hace en su oficina que
esta en microcentro porque en su casa lo distraen sus hijos, que van de acá
para allá. Primero elige un habano, se sirve un café cargado y se acomoda en el
sillón verde, que lo acompaña desde hace años. Al empezar a leer la primer
historia que sacó de un sobre color madera, un sonido poco armonioso lo
irrumpió y al atender el teléfono, quedaron las hojas desparramadas en el
escritorio.
- Hola –
dijo sin ganas.
- Soy
Claudio Godines ¿te acordas de mi? – preguntó con furor.
- La verdad
que no y en este momento no estoy para adivinanzas. Estoy trabajando.
- Ninguna
adivinanza. Ya te dije mi nombre. Te mandé un cheque por las ediciones que
hiciste de mi libro ¿Te llegó?
- Ah, no
sé. Después me fijo. Ahora estoy leyendo historias para seleccionar cual
publicar y hasta ahora son bastante aburridas.
Ya que se
nota que no tenes nada para hacer, escucha. No tengo ganas de ponerme en
crítico - dijo y se puso a leer un cuento.
Cuando veía
que todos anotaban sin parar y mi cuaderno estaba vacío, empezaba a
cuestionarme si realmente estaba en el lugar correcto. Miraba las caras y todos
estaban atentos al pizarrón. El profesor lo único que hacía era anotar palabras
sueltas y a lo ultimo anotaba lo que había que leer, pero lo que podía escribir
de todo eso era nada. Estaba a mitad de un cuento que no podía terminar porque
no se me ocurría un final. La chica que se sentaba al lado miraba de a ratos, sin
dejar de escribir en su cuaderno; cada palabra del profesor le parecía
interesante. Medio que intentaba leer, incluso a veces dejaba la mirada en mi
cuaderno y seguía las oraciones que iba desparramando como desesperado,
intentando darle forma a la historia. Pero nada. No salía algo concreto para
arrebatar al lector. Ni medio cross tenía. De repente la chica, disculpándose,
me empieza a hablar sugiriéndome un posible final: “Y si pones algo así como
que la chica se hace lesbiana y mata al novio de su amante. ¿Queda muy
pochoclero? ” La miré sorprendido por la ocurrencia, sin saber hacia donde
salir. Quede pensando un momento, hasta que contesté intercalando una sonrisa.
“Guau, eso es bastante fuerte. No se me ocurrió una muerte pero quizás podría
considerarlo, total se puede justificar el asesinato como un acto de despecho.”
Ella se río y a todo esto ya había dejado de prestar atención hacía más de
quince minutos. “¿Ya publicaste algo o te leyó alguien?”, preguntó interesada.
En ese momento pensé en dar una respuesta subida a algún lugar inexistente, que
sé yo: sí, publiqué dos novelas y gané un concurso de algo. Pero semejante
traición a mi mismo, me causaba una baja de autoestima. Incluso sabiendo que ya
había quedado a mitad de camino en varios concursos, donde los jurados que te
leen son terribles trituradores: con dos oraciones ya saben si sos bueno o si
te tenes que dedicar a otra cosa. Es bastante dura la elección de ser escritor,
si no naciste con talento. A todo esto a mi compañera de banco le contesté con
la pura verdad: “Hasta el momento la única que me ha leído fue mi prima, que
como esta entrada en años, y no pudo deshacerse de estilos del siglo XX, piensa
que escribir debe ser como lo hacía Garcia Marquez. Y cada vez que le digo que
no me gusta ese autor, me mira con tristeza y deja de leerme. Acto seguido
dice: te falta leer Cien años de soledad para saber lo que es bueno. En fin, es
una discusión eterna. Una vez intenté con una poesía. Ya podrás imaginarte que
no la pasé muy bien, me mandó a leer a Oliverio Girondo. Era frustrante tanto
rechazo y las ganas por sentarme frente a una computadora de a poco se volvían
nulas. Los dedos temblaban ante cada tecleo, estaba colapsado del boom
latinoamericano. Esta prima no paraba de encargarse de dejarme en claro lo malo
que era”. La chica no me sacó la mirada en ningún momento pero se quedó callada
varios minutos. Pensé que iba a reírse de mi desgracia y todo lo contrario. Me
alentó con entusiasmo para lanzarme a la publicación. Eso realmente era una motivación,
pero no pude evitar quebrarme. Comenzaron a caerme lágrimas, sentía una gran
impotencia por la situación. Ahora me veía obligado a confesar otra verdad, ya
que la chica se veía sincera conmigo. “Todo lo que te conté anteriormente me
sacó las ganas de seguir en este camino y hace poco terminé un taller, en el
cual aprendí a hacer rimas para niños. Era tal la desesperación por ser
publicado que no tuve más opción. Mi prima me lo había dejado en claro: “La
literatura no es lo tuyo”. Lo resigné todo. Con esto tengo éxito de verdad, en
los jardines algunas madres jóvenes me declaran su amor; me llaman el Cortazar
de los guardapolvos verde.”
- Estas
escuchando esto – dijo Claudio sorprendido.
- No lo
puedo creer…
- Es muy
bueno, ¿no?
- Más allá
de eso. La historia es real. El tipo que te mandó esta historia fue alumno mío
de ese taller que esta mencionando.
La primera
clase, lo primero que me dijo fue que quería hacerse conocido con las letras y
que su prima le había bajado la moral porque no leía a Garcia Marquez.
- Ah, esto
ya es impresionante…
- Sí, que
coincidencia.
- No, eso
no. Lo último que me faltaba escuchar es que das un taller de rimas. Deja de
robar, hombre.
Bueh…vamos
a terminar de leer esto, que quiero saber cual es el final de este tal Cortazar
para infantes.
Continuo con la lectura.
Lo primero
que hizo mi compañera de banco fue abrazarme en el medio de la clase. El
profesor nos pidió que lo romances se concreten fuera del aula y sin responder
nada, me sacó del aula tirandome el brazo. No entendía nada, pero aproveché
para comprar un café en el bar. Los precios eran mucho más baratos que en
cualquier confitería y le invité uno. No paró de insistirme en que mande
algunos cuentos a revistas y demás lugares que ella conocía. Pero me resistí a
todo eso. No quería abondar las rimas, ya sabía la estructura y el trabajo
creativo era mucho menor que si me sentaba por un cuento o una novela. Después
del café, le dije que me iría a casa para terminar unas rimas que estaba por
publicar. Estaba contento porque sería mi primer material publicado en libro.
Hasta el momento solo eran revistas infantiles o envoltorios de chocolates.
Quiso acompañarme y no me opuse. Mientras esperábamos el colectivo le conté
como sería la tapa del libro, los dibujos y que estaría prologado por un amigo
de la infancia, que hacía muy poco había terminado la carrera de profesor en
letras. Ese si que sabe de verdad, le dije sonriendo. Empezó a preguntarme con
quién vivía y le contesté, con mi prima, un hermano y mi mamá. “¿Con tu
prima?”, preguntó con sorpresa. Sí, contesté con toda naturalidad y justo vino
el colectivo. En el trayecto se quedó dormida sobre mi hombro. No voy a negar
que miré varias veces para ver si me estaba babeando, pero no paso nada.
Totalmente seca estaba la zona. Al rato me quedé dormido yo y nos pasamos de la
parada. Nos despertó el chofer donde termina el recorrido, así que tuvimos que
esperar hasta que saliera otro que volviese. Veinte minutos, fueron más o
menos. Cuando llegamos a casa le ofrecí algo para tomar y al principio no
aceptaba nada, porque estaba tímida. Al rato en mi habitación escuchamos
algunos discos y la tensión empezó a bajar. Nos besamos intensamente, hasta que
golpeó la puerta mi madre para pedirme que bajara la música porque mi hermano
dormía. No me importó, no había buena relación con él. Nos pusimos hablar sobre
el libro y me pidió que le mostrara lo que tenía armado. Lo busqué por toda la
habitación pero no estaba. Di vuelta todo. Le pregunté a mi mamá y me contestó
que la ultima que lo vio, lo tenía María. Apreté los dientes y sin contestar,
volví a mi cuarto. La miré a ella y le dije: “cagué”. “¿Quién es María?”,
preguntó con temor a que sea algún romance y solo pude decir: “mi prima.”
- Esta
historia es malísima, Godines. No tiene nada nuevo – dijo resignado.
- Claro,
ahora entiendo todo…
- De que
estas hablando, boludo. No te hagas el misterioso.
- Fíjate
que te mandé un libro bastante gordote que tiene rimas y es para publicar.
- Si, acá
lo veo y…
- ¿Quién es
el autor? – preguntó sin dejarlo terminar.
- Ma…
- ¡Como la
cagó!
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