El tubo de
la luz en un constante parpadeo ponía de mal humor al Rossi, que a las puteadas
intentaba terminar de leer el diario. La mujer, mientras tanto, le reprochaba
que llamase al servicio eléctrico para solucionar el problema, porque la cara
de fastidio que tenía, no daba para más.
- Debe ser
el tubo este que compraste la otra vez. Te dije que no compres en los chinos
esos. Es una mierda todo lo que tienen – Soltó Rossi con enojo.
Buscó una
escalera en el lavadero y mientras subía los escalones, protestaba tirando
alguna puteada. Cuando terminó de desenroscar el tubo, al querer apoyarlo,
perdió el equilibrio y el tubo estalló contra el piso.
- ¡La puta
que lo parió! – Puteó más enojado que antes.
Al colocar
el nuevo, le dijo a la mujer que prendiera la luz. Inmediatamente de tocar la
tecla, se produjo una chispa y acto seguido, comenzó a salir humo desde el
tubo. Se cortó la luz. Otra vez las puteadas.
Con una linterna
fue a donde estaba el corta corriente, revisó si no había saltado ningún tapón
y vio que todo estaba en orden. Cuando regresó a la cocina, vio a su mujer
subida en la escalera colocando una lamparita en el ventilador de techo. Miró
bastante molesto, pero se acercó a ayudarla para bajar porque la escalera
estaba un poco venida a menos.
- Se cortó
la luz, mi amor – dijo la mujer, tratando de tranquilizarlo.
Con un gesto complaciente se fue al living, se
sentó con las piernas arriba de una silla y pidió que le sirviera un poco de
vino con soda. Al dar algunos sorbos, volvió sobre el diario que estaba
leyendo, pero esta vez como no tenía ni siquiera la intermitencia, se ayudó con
la linterna. Mientras tanto la mujer le reprochaba que era un buen momento para
tener sexo, pero ni se mosqueó y siguió con el diario.
- Yo no sé
como puede haber gente que se dedique a no hacer nada y encima reciba plata. La
verdad que soy un boludo – comentaba en voz alta, mientras lo intentaban
convencer de que era tiempo de otra cosa, más que de reflexiones sociales. Y no
había caso. Había llegado a la sección donde los lectores mandan cartas al diario
para ser publicadas y le leyó una en voz alta:
Yo no sé que se la pasa por la cabeza al
gobierno de turno pero esto cada vez esta peor. No se puede hacer nada. Para colmo
el otro día volví a viajar en colectivo y se viaja de la peor manera; tenes que
bancarte el olor a chivo, que te apoyen y que tarden una eternidad para llegar.
El problema es que hay mucha gente en la
ciudad, deberían mandar gente a otras provincias a trabajar la tierra o hacer
algo, pero hay que desagotar porque no se puede más.
Le pido con todo respeto que reflexione, Señor
Presidente.
María Inés Xenofobia
DNI 15785123
Abogada
La mujer
resignada ante la situación no tuvo más que irse a dormir. Rossi, mientras
tanto, había agarrado una hoja en blanco y una lapicera, para comenzar a
ensayar una carta. Con la linterna apoyada en la mesa, apuntando hacia la hoja,
largó algunos garabatos. En dos horas había aumentado la cantidad de vasos de
vino. Caminando por toda la casa, intentaba pensar las palabras correctas para
que la resignación suene autentica. Quería formar parte del grupo de
protestantes de su diario favorito, que poseía las hojas tamaño sabana. Escribía
un renglón, tachaba y así sucesivamente, hasta que se quedó dormido. Al día
siguiente amaneció con su mujer sacudiéndolo para que se despertase; lo que
llevó varios minutos porque era un concierto de ronquidos, que a veces se
volcaban a un tono grave y esto la enfurecía un poco. Al abrir los ojos miró
hacia la mesa donde había dejado la hoja, pero ya no estaba.
- ¿Donde
esta la hoja que dejé acá?- preguntó con cierta fiereza.
- La tiré
porque pensé que no era importante. Estaba en blanco.
- ¡Como en
blanco! – Gritó – era una carta que estaba escribiendo para el diario. Acabas
de arruinar el trabajo de toda una noche.
- Pero te
digo que estaba en blanco prácticamente, sino no la tiraba. Solo decía algunas
palabras, nada más.
- Y bueno
era eso, más lo que iba a agregar ahora. Lo que pasa que tomé mucho vino y me
dormí.
A todo esto
la luz regresó, por lo tanto el humor de Rossi mejoró. Hicieron el amor. Luego
ensañado con escribir algo para el diario, siguió probando algunas palabras
pero siempre con bastante disconformidad, cuando se leía. Es que no encontraba
un tema puntual del cual quejarse con vehemencia. Decidió salir un poco para
buscar de que hablar. Las primeras cuadras las caminó con entusiasmo hasta que
bajó el ritmo, dado que el calor era demasiado y el sudor ya había ganado
bastante terreno.
Conocía un
lugar donde podría sacar tema para poder escribir. Pretendía repercusiones y de
esta forma debería ser de débil argumentación con una fuerte carga de
dramatismo. Eligió acercarse al bar que siempre difamó entre sus conocidos, por
la calidad de gente que asistía. Cuando llegó a la puerta lo miraron con cierto
rechazo porque no era de los habitúes, incluso la vestimenta no era acorde para
los clientes que tenía el lugar y pese a esto, entró igual. Se sentó en una
mesa que tenía dos sillas, pidió una cerveza y observó un partido de pool que
tenia de frente. Era temprano pero algunos que estaban desde la mañana ya
estaban bastante colocados. Frente a su mesa, aparte del partido pool, tenía
una pareja que estaba meta bailar cumbia. Una de las mujeres que pululaba por
ahí lo invitó a bailar y con un gesto cordial, rechazó la oferta. Igual la
mujer le sonrió, acercándose hasta la mesa.
- No tenes
pinta de venir a estos lugares ¿Qué estas buscando? – le dijo cerca del oído.
- No te
parece un poco atrevido lo que me decís – contestó con firmeza.
- Sabes a
cuantos vi como vos. Tu cara te delata, papi ¿sos policía? – Presionó.
Un poco
nervioso por el interrogatorio y además porque sabía que estaba en suelo ajeno,
acomodó el cuello de su camisa, acompañando con un sorbo de cerveza.
- No soy policía,
ni mucho menos. Estoy buscando un dealer que me dijeron que paraba acá. Droga
busco ¿más tranquila?
- No sé, te
veo raro pero voy a elegir creerte. Espero no equivocarme porque no la contas.
Veni por acá – farfulló.
Ambos
caminaron hacia donde estaban los baños, cruzaron una puerta angosta que llevaba
hacia un pasillo. Lo transitaron todo hasta el fondo; la oscuridad era temible.
Cuando llegaron, dos tipos que estaban en la entrada lo revisaron, quitándole
el celular, el cinturón y los documentos. Rossi completamente paralizado, hizo
todo al pié de la letra. Cuando se hizo presente el dealer, con tono cordial, le
preguntó que droga quería. El silencio fue algo ominoso y desató la sospecha.
La cosa se tornó un poco violenta.
- ¿Quien te
mando, hijo de puta? – empezó el dealer a los gritos.
- Nadie.
Quiero cocaína – dijo con la voz entrecortada.
- ¿Cuánto?
Otra vez el
silencio envolvió la situación.
- Este se
esta zarpando en vivo, tráeme el fierro que lo vamos hacer hablar – le dijo a
uno de los que estaba ahí.
Le puso el
arma en la cien y con el dedo en el gatillo, volvió a preguntar
- ¿Quien
carajo te mandó? Habla porque te hago mierda…
- Te juro
que no me mandó nadie. Soy inexperto en el consumo pero ando con ganas de
probar. No sé en que cantidad se compra.
Le sacó el
arma de la cabeza y la tiró arriba de una mesa. Con gesto de piedad, pidió que se
lo saquen de adelante, antes de que se arrepienta y lo mate. Lo dejaron ir con
la condición de que no vuelva nunca más y bajo la amenaza de que no hable nada,
porque lo encontrarían para matarlo.
Devuelta a
su casa, revisó el celular en el cual tenía más de veinte llamadas perdidas de
su mujer y otras de algunos amigos. Con el corazón que se le salía del pecho,
trató de disimular cuando llegó. La mujer recostada en el sillón con varios
pañuelos descartables a los alrededores, estaba dormida. Trató de hacer el
menor ruido al abrir la puerta y logró entrar con éxito, sin despertarla. Directo
hacia la habitación, mientras subía la escalera se tropezó, pero el ruido fue
leve y logró acostarse. A la mañana siguiente con los reproches de la mujer, por
su ausencia de tantas horas, logró resistirse a contarle y se preparó un café.
Confeccionó una carta y se la acercó al comisario de la seccional que estaba a
la vuelta de su casa. El comisario luego de que Rossi se fue, comenzó a leerla;
se puso todo rojo y limpiando el sudor de su frente, agarró el teléfono
bruscamente.
Telefoneó
al bar. Tardaron varios minutos en atenderlo y cuando logró el contacto, con la
voz en el alto, insto a que cuiden el negocio, pasando el dato de Rossi como
uno de los tantos que quisieron alertar de la situación.
- Ya saben
lo que tienen que hacer muchachos – dijo el policía, escarbando uno de sus
dientes, mientras el ventilador le pegaba directo en la cara.