lunes, 30 de diciembre de 2013

El soplón se quedó sin luz


El tubo de la luz en un constante parpadeo ponía de mal humor al Rossi, que a las puteadas intentaba terminar de leer el diario. La mujer, mientras tanto, le reprochaba que llamase al servicio eléctrico para solucionar el problema, porque la cara de fastidio que tenía, no daba para más.
- Debe ser el tubo este que compraste la otra vez. Te dije que no compres en los chinos esos. Es una mierda todo lo que tienen – Soltó Rossi con enojo.
Buscó una escalera en el lavadero y mientras subía los escalones, protestaba tirando alguna puteada. Cuando terminó de desenroscar el tubo, al querer apoyarlo, perdió el equilibrio y el tubo estalló contra el piso.
- ¡La puta que lo parió! – Puteó más enojado que antes.
Al colocar el nuevo, le dijo a la mujer que prendiera la luz. Inmediatamente de tocar la tecla, se produjo una chispa y acto seguido, comenzó a salir humo desde el tubo. Se cortó la luz. Otra vez las puteadas.
Con una linterna fue a donde estaba el corta corriente, revisó si no había saltado ningún tapón y vio que todo estaba en orden. Cuando regresó a la cocina, vio a su mujer subida en la escalera colocando una lamparita en el ventilador de techo. Miró bastante molesto, pero se acercó a ayudarla para bajar porque la escalera estaba un poco venida a menos.
- Se cortó la luz, mi amor – dijo la mujer, tratando de tranquilizarlo.
 Con un gesto complaciente se fue al living, se sentó con las piernas arriba de una silla y pidió que le sirviera un poco de vino con soda. Al dar algunos sorbos, volvió sobre el diario que estaba leyendo, pero esta vez como no tenía ni siquiera la intermitencia, se ayudó con la linterna. Mientras tanto la mujer le reprochaba que era un buen momento para tener sexo, pero ni se mosqueó y siguió con el diario.
- Yo no sé como puede haber gente que se dedique a no hacer nada y encima reciba plata. La verdad que soy un boludo – comentaba en voz alta, mientras lo intentaban convencer de que era tiempo de otra cosa, más que de reflexiones sociales. Y no había caso. Había llegado a la sección donde los lectores mandan cartas al diario para ser publicadas y le leyó una en voz alta:

Yo no sé que se la pasa por la cabeza al gobierno de turno pero esto cada vez esta peor. No se puede hacer nada. Para colmo el otro día volví a viajar en colectivo y se viaja de la peor manera; tenes que bancarte el olor a chivo, que te apoyen y que tarden una eternidad para llegar.
El problema es que hay mucha gente en la ciudad, deberían mandar gente a otras provincias a trabajar la tierra o hacer algo, pero hay que desagotar porque no se puede más.
Le pido con todo respeto que reflexione, Señor Presidente.
María Inés Xenofobia
DNI 15785123
Abogada    

La mujer resignada ante la situación no tuvo más que irse a dormir. Rossi, mientras tanto, había agarrado una hoja en blanco y una lapicera, para comenzar a ensayar una carta. Con la linterna apoyada en la mesa, apuntando hacia la hoja, largó algunos garabatos. En dos horas había aumentado la cantidad de vasos de vino. Caminando por toda la casa, intentaba pensar las palabras correctas para que la resignación suene autentica. Quería formar parte del grupo de protestantes de su diario favorito, que poseía las hojas tamaño sabana. Escribía un renglón, tachaba y así sucesivamente, hasta que se quedó dormido. Al día siguiente amaneció con su mujer sacudiéndolo para que se despertase; lo que llevó varios minutos porque era un concierto de ronquidos, que a veces se volcaban a un tono grave y esto la enfurecía un poco. Al abrir los ojos miró hacia la mesa donde había dejado la hoja, pero ya no estaba.
- ¿Donde esta la hoja que dejé acá?- preguntó con cierta fiereza.
- La tiré porque pensé que no era importante. Estaba en blanco.
- ¡Como en blanco! – Gritó – era una carta que estaba escribiendo para el diario. Acabas de arruinar el trabajo de toda una noche.
- Pero te digo que estaba en blanco prácticamente, sino no la tiraba. Solo decía algunas palabras, nada más.
- Y bueno era eso, más lo que iba a agregar ahora. Lo que pasa que tomé mucho vino y me dormí.
A todo esto la luz regresó, por lo tanto el humor de Rossi mejoró. Hicieron el amor. Luego ensañado con escribir algo para el diario, siguió probando algunas palabras pero siempre con bastante disconformidad, cuando se leía. Es que no encontraba un tema puntual del cual quejarse con vehemencia. Decidió salir un poco para buscar de que hablar. Las primeras cuadras las caminó con entusiasmo hasta que bajó el ritmo, dado que el calor era demasiado y el sudor ya había ganado bastante terreno.
Conocía un lugar donde podría sacar tema para poder escribir. Pretendía repercusiones y de esta forma debería ser de débil argumentación con una fuerte carga de dramatismo. Eligió acercarse al bar que siempre difamó entre sus conocidos, por la calidad de gente que asistía. Cuando llegó a la puerta lo miraron con cierto rechazo porque no era de los habitúes, incluso la vestimenta no era acorde para los clientes que tenía el lugar y pese a esto, entró igual. Se sentó en una mesa que tenía dos sillas, pidió una cerveza y observó un partido de pool que tenia de frente. Era temprano pero algunos que estaban desde la mañana ya estaban bastante colocados. Frente a su mesa, aparte del partido pool, tenía una pareja que estaba meta bailar cumbia. Una de las mujeres que pululaba por ahí lo invitó a bailar y con un gesto cordial, rechazó la oferta. Igual la mujer le sonrió, acercándose hasta la mesa.
- No tenes pinta de venir a estos lugares ¿Qué estas buscando? – le dijo cerca del oído.
- No te parece un poco atrevido lo que me decís – contestó con firmeza.
- Sabes a cuantos vi como vos. Tu cara te delata, papi ¿sos policía? – Presionó.
Un poco nervioso por el interrogatorio y además porque sabía que estaba en suelo ajeno, acomodó el cuello de su camisa, acompañando con un sorbo de cerveza.
- No soy policía, ni mucho menos. Estoy buscando un dealer que me dijeron que paraba acá. Droga busco ¿más tranquila?
- No sé, te veo raro pero voy a elegir creerte. Espero no equivocarme porque no la contas. Veni por acá – farfulló.
Ambos caminaron hacia donde estaban los baños, cruzaron una puerta angosta que llevaba hacia un pasillo. Lo transitaron todo hasta el fondo; la oscuridad era temible. Cuando llegaron, dos tipos que estaban en la entrada lo revisaron, quitándole el celular, el cinturón y los documentos. Rossi completamente paralizado, hizo todo al pié de la letra. Cuando se hizo presente el dealer, con tono cordial, le preguntó que droga quería. El silencio fue algo ominoso y desató la sospecha. La cosa se tornó un poco violenta.
- ¿Quien te mando, hijo de puta? – empezó el dealer a los gritos.
- Nadie. Quiero cocaína – dijo con la voz entrecortada.
- ¿Cuánto?
Otra vez el silencio envolvió la situación.
- Este se esta zarpando en vivo, tráeme el fierro que lo vamos hacer hablar – le dijo a uno de los que estaba ahí.
Le puso el arma en la cien y con el dedo en el gatillo, volvió a preguntar
- ¿Quien carajo te mandó? Habla porque te hago mierda…
- Te juro que no me mandó nadie. Soy inexperto en el consumo pero ando con ganas de probar. No sé en que cantidad se compra.
Le sacó el arma de la cabeza y la tiró arriba de una mesa. Con gesto de piedad, pidió que se lo saquen de adelante, antes de que se arrepienta y lo mate. Lo dejaron ir con la condición de que no vuelva nunca más y bajo la amenaza de que no hable nada, porque lo encontrarían para matarlo.     
Devuelta a su casa, revisó el celular en el cual tenía más de veinte llamadas perdidas de su mujer y otras de algunos amigos. Con el corazón que se le salía del pecho, trató de disimular cuando llegó. La mujer recostada en el sillón con varios pañuelos descartables a los alrededores, estaba dormida. Trató de hacer el menor ruido al abrir la puerta y logró entrar con éxito, sin despertarla. Directo hacia la habitación, mientras subía la escalera se tropezó, pero el ruido fue leve y logró acostarse. A la mañana siguiente con los reproches de la mujer, por su ausencia de tantas horas, logró resistirse a contarle y se preparó un café. Confeccionó una carta y se la acercó al comisario de la seccional que estaba a la vuelta de su casa. El comisario luego de que Rossi se fue, comenzó a leerla; se puso todo rojo y limpiando el sudor de su frente, agarró el teléfono bruscamente.
Telefoneó al bar. Tardaron varios minutos en atenderlo y cuando logró el contacto, con la voz en el alto, insto a que cuiden el negocio, pasando el dato de Rossi como uno de los tantos que quisieron alertar de la situación.

- Ya saben lo que tienen que hacer muchachos – dijo el policía, escarbando uno de sus dientes, mientras el ventilador le pegaba directo en la cara.

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