sábado, 21 de julio de 2012

Gasista


Era tarde y Rulfo debía irse a la reunión de la redacción. El problema por el cual no se podía ir, era que se había demorado el gasista, (El condenado siempre hacía lo mismo con los clientes, decía una hora de llegada y aparecía dos horas después) Rulfo estaba demasiado enfurecido porque este no llegaba, pensó varias veces en irse pero se encontraba imposibilitado, debido a que tenía que resolver un problema con una de las hornallas de la cocina. La última noche que intento usarla sufrió uno de los mayores sustos de su vida y sucedió justo un día en donde se encontraba con visitas de distintos colegas suyo. Fue de tal dimensión lo vivido que ahora solo usa el microondas. A pesar del rechazo que sentía a aparatos como estos, no le quedó más remedio que utilizarlo. Siendo un gran amante de la carne al horno, venia afrontándose desde hacía un tiempo a comidas gomosas.
Casi resignado a poder asistir a la reunión, se sentó en la mesa esmerilada de su living o algo así, a esperar por la presencia del ga – sis - ta. De la supuesta hora que habían pactado el encuentro, ya había pasado una hora y media. Por supuesto que su humor ya estaba rosando la personificación de un demente con ganas de asesinar. De por si él ya era una persona muy fácil de irritar, así que imagínense lo que puede resultar, cuando llegue el señor del gas. ¡Una explosión! Con los brazos distendidos en el sillón, le daba algunos vistazos a su reloj de pared (Que le gustaba adelantar diez minutos, para creer que dormía más. El inconveniente es que siempre lo olvida y piensa que se quedó dormido) y este le indicaba que todavía faltaban diez minutos para que comience la reunión en el diario. Quiso terminar uno de los tantos crucigramas que tenía pendientes y como no logró buenos resultados, lo estrecho contra el piso. – Este bueno para nada, ya me hizo perder demasiado tiempo. Maldito gusano, jala propano – lanzó con vehemencia. Buscó las llaves, algunos informes que tenia listos para presentar en el diario y se encamino derecho a la puerta. Dio los dos giros correspondientes que le exige su cerradura para poder abrir y apareció el gasista. Cara abatida y con muestras de sudor, intento unas disculpas por la tardanza, pero Rulfo no contestó.
- Ven pasa y ni me hables. Ya me estaba yendo y sabes quién te iba a abrir la puerta, ¡no!
- Si señor, entiendo su enojo. Le pido disculpas, me demore con otro cliente y no me podía ir, cada vez que le decía que había finalizado el trabajo, siempre encontraba un detalle.
- Si todo lo que usted quiera, me hubiese avisado. Ahora yo estoy llegando tarde a una reunión de trabajo. Pero bueno, basta de tanta charla y empiece a trabajar, ya que se digno a venir.
Por un instante se miraron fijo y el gasista pensó en partirle uno de los fierros que traía de un arreglo anterior. Ahora ambos estaban enfadados, ninguno cedía y se genero un clima bastante hostil. Rulfo caminaba por la casa puteando en voz baja, dándole golpes a la pared  y soltando reflexiones – Estúpido proletario de morondanga. ¿Quién me mando a pedirle recomendaciones sobre un gasista, al anarco - estúpido de mi primo? Este, seguro que es uno de esos con los que se reúne en esos bares de mala muerte, para hablar de política. ¡Por favor este país da para cualquier cosa! – Mientras terminaba de rezongar, ya lo tenía al gasista con el diagnostico de su hornalla, listo. Primero le mostro los repuestos que había utilizado y luego los que había cambiado.
- Su hornalla tenía una perdida porque se ve que tiene mucho uso, hasta incluso denota unos tratos bastante abruptos. Tan solo le cambié la perilla y le puse un resorte más resistente para que cuando empuje al encender, lo pueda hacer como lo venía haciendo o más fuerte, todavía. Igual le recomiendo que no se descargue con las cosas de la casa, mejor cómprese una bolsa de boxeo. Me entere que le dio mucho resultado, a los que son de rápida frustración. Disculpe por mi intromisión, es solo un consejo – dijo con aires consoladores.
- Te agradezco la preocupación, pero ya tengo psicólogo. ¿Me podrías decir que te debo?
- No, nada señor. La primera visita es gratis.
- Entonces decime cuanto es, porque esta es la primera y la última vez que pisas mi casa. Además no quiero que andes por ahí diciendo que no te quise pagar o cosas así. Vamos vos sabes lo te quiero decir, esas cosas que hacen, ustedes, los zurdos, ¡viste!
- Quédese tranquilo que nada de eso va a suceder. Ahora lo que no entiendo bien es por qué me dice zurdo. Desde el colegio que escribo con la derecha.
- No te hagas el listo conmigo, porque sé muy bien de donde venis, ¡eh! Pero bueno, no viene al caso, quiero que se vaya. Dígame cuanto es, cóbreme lo que sea pero cóbreme y largase.
- Señor la primera visita es gratis, no le voy a cobrar. Me voy, aquí tiene mi tarjeta por si acaso. Adiós, buen hombre.
Cerro de un portazo y puteo un buen rato. Ya era tardísimo para concurrir a la reunión, así que llamo al jefe del diario y aviso el inconveniente que había sufrido, su voz indicaba el mayor de los enojos mientras hablaba. El jefe intento calmarlo, pero la situación que acababa de escuchar le pareció cómica y no aguanto la risa. Intentó serenarlo desde el otro lado, pero con carcajadas de por medio, no fueron un buen combo. Cortó el teléfono enardecidamente y prendió el televisor. Le llevo un buen rato poder recobrar la armonía, se paso unos cuantos minutos puteando. Era tal su consternación que desde el balcón, les gritaba a los que pasaban y cuando estos miraban hacia la dirección desde donde provenía el grito, este apretaba sus genitales y seguía gritando las peores puteadas. – “¡Perra, nunca has visto a un hombre gritar. Por lo visto no, con esa cara de mal atendida que tenes, otra cosa no se puede esperar!” – Estas eran algunas de las vociferaciones que se oían, de forma continuada.
Ya se aproximaba la noche, el sol comenzaba a esconderse entre los edificios y su estomago empezaba con ruidos que indicaban hambre. Con su cocina ya arreglada podría cocinar al horno esas recetas que leía en sus fascículos coleccionables de gastronomía, los cuales compraba en el Parque Rivadavia, junto a revistas de la guerra de Vietnam. Casi con la plenitud de su armonía recobrada, enmudeció después de tanta puteada y se puso a buscar las revistas para poder cocinar. Después de hurgar en esas cajas que había utilizado de una tarde limpieza, halló tan solo dos de estos fascículos, de modo que tuvo amoldarse a las recetas posibles y se decidió por lomo a la crema.
Le faltaban algunos ingredientes, así que buscó un abrigo y las llaves. Cuando intento abrir la puerta, la llave se quedó trabada. Probó de las mil maneras, pero no había caso. La cerradura no cedía. De manera que puteo otro rato, estaba encerrado y sin conocer a ningún cerrajero. Mientras daba vueltas por la casa pensando que haría, se detuvo en medio del hall, metió su mano en el bolsillo del pantalón y con gesto de resignación, saco la tarjeta que le había dejado el gasista. Esta decía: “servicios las 24 hs de gas, plomería y cerrajería. Tel 3456 – 7865 cel 1574362900

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