Era tarde y Rulfo debía irse a la reunión de la redacción.
El problema por el cual no se podía ir, era que se había demorado el gasista,
(El condenado siempre hacía lo mismo con los clientes, decía una hora de
llegada y aparecía dos horas después) Rulfo estaba demasiado enfurecido porque
este no llegaba, pensó varias veces en irse pero se encontraba imposibilitado, debido
a que tenía que resolver un problema con una de las hornallas de la cocina. La
última noche que intento usarla sufrió uno de los mayores sustos de su vida y
sucedió justo un día en donde se encontraba con visitas de distintos colegas
suyo. Fue de tal dimensión lo vivido que ahora solo usa el microondas. A pesar
del rechazo que sentía a aparatos como estos, no le quedó más remedio que
utilizarlo. Siendo un gran amante de la carne al horno, venia afrontándose
desde hacía un tiempo a comidas gomosas.
Casi resignado a poder asistir a la reunión, se sentó en la
mesa esmerilada de su living o algo así, a esperar por la presencia del ga – sis
- ta. De la supuesta hora que habían pactado el encuentro, ya había pasado una
hora y media. Por supuesto que su humor ya estaba rosando la personificación de
un demente con ganas de asesinar. De por si él ya era una persona muy fácil de
irritar, así que imagínense lo que puede resultar, cuando llegue el señor del
gas. ¡Una explosión! Con los brazos distendidos en el sillón, le daba algunos
vistazos a su reloj de pared (Que le gustaba adelantar diez minutos, para creer
que dormía más. El inconveniente es que siempre lo olvida y piensa que se quedó
dormido) y este le indicaba que todavía faltaban diez minutos para que comience
la reunión en el diario. Quiso terminar uno de los tantos crucigramas que tenía
pendientes y como no logró buenos resultados, lo estrecho contra el piso. –
Este bueno para nada, ya me hizo perder demasiado tiempo. Maldito gusano, jala
propano – lanzó con vehemencia. Buscó las llaves, algunos informes que tenia
listos para presentar en el diario y se encamino derecho a la puerta. Dio los
dos giros correspondientes que le exige su cerradura para poder abrir y apareció
el gasista. Cara abatida y con muestras de sudor, intento unas disculpas por la
tardanza, pero Rulfo no contestó.
- Ven pasa y ni me hables. Ya me estaba yendo y sabes quién
te iba a abrir la puerta, ¡no!
- Si señor, entiendo su enojo. Le pido disculpas, me demore
con otro cliente y no me podía ir, cada vez que le decía que había finalizado
el trabajo, siempre encontraba un detalle.
- Si todo lo que usted quiera, me hubiese avisado. Ahora yo
estoy llegando tarde a una reunión de trabajo. Pero bueno, basta de tanta
charla y empiece a trabajar, ya que se digno a venir.
Por un instante se miraron fijo y el gasista pensó en
partirle uno de los fierros que traía de un arreglo anterior. Ahora ambos
estaban enfadados, ninguno cedía y se genero un clima bastante hostil. Rulfo
caminaba por la casa puteando en voz baja, dándole golpes a la pared y soltando reflexiones – Estúpido proletario
de morondanga. ¿Quién me mando a pedirle recomendaciones sobre un gasista, al
anarco - estúpido de mi primo? Este, seguro que es uno de esos con los que se
reúne en esos bares de mala muerte, para hablar de política. ¡Por favor este
país da para cualquier cosa! – Mientras terminaba de rezongar, ya lo tenía al
gasista con el diagnostico de su hornalla, listo. Primero le mostro los
repuestos que había utilizado y luego los que había cambiado.
- Su hornalla tenía una perdida porque se ve que tiene mucho
uso, hasta incluso denota unos tratos bastante abruptos. Tan solo le cambié la
perilla y le puse un resorte más resistente para que cuando empuje al encender,
lo pueda hacer como lo venía haciendo o más fuerte, todavía. Igual le recomiendo
que no se descargue con las cosas de la casa, mejor cómprese una bolsa de
boxeo. Me entere que le dio mucho resultado, a los que son de rápida
frustración. Disculpe por mi intromisión, es solo un consejo – dijo con aires
consoladores.
- Te agradezco la preocupación, pero ya tengo psicólogo. ¿Me
podrías decir que te debo?
- No, nada señor. La primera visita es gratis.
- Entonces decime cuanto es, porque esta es la primera y la
última vez que pisas mi casa. Además no quiero que andes por ahí diciendo que
no te quise pagar o cosas así. Vamos vos sabes lo te quiero decir, esas cosas que
hacen, ustedes, los zurdos, ¡viste!
- Quédese tranquilo que nada de eso va a suceder. Ahora lo
que no entiendo bien es por qué me dice zurdo. Desde el colegio que escribo con
la derecha.
- No te hagas el listo conmigo, porque sé muy bien de donde
venis, ¡eh! Pero bueno, no viene al caso, quiero que se vaya. Dígame cuanto es,
cóbreme lo que sea pero cóbreme y largase.
- Señor la primera visita es gratis, no le voy a cobrar. Me
voy, aquí tiene mi tarjeta por si acaso. Adiós, buen hombre.
Cerro de un portazo y puteo un buen rato. Ya era tardísimo
para concurrir a la reunión, así que llamo al jefe del diario y aviso el inconveniente
que había sufrido, su voz indicaba el mayor de los enojos mientras hablaba. El
jefe intento calmarlo, pero la situación que acababa de escuchar le pareció
cómica y no aguanto la risa. Intentó serenarlo desde el otro lado, pero con
carcajadas de por medio, no fueron un buen combo. Cortó el teléfono
enardecidamente y prendió el televisor. Le llevo un buen rato poder recobrar la
armonía, se paso unos cuantos minutos puteando. Era tal su consternación que
desde el balcón, les gritaba a los que pasaban y cuando estos miraban hacia la
dirección desde donde provenía el grito, este apretaba sus genitales y seguía
gritando las peores puteadas. – “¡Perra, nunca has visto a un hombre gritar.
Por lo visto no, con esa cara de mal atendida que tenes, otra cosa no se puede
esperar!” – Estas eran algunas de las vociferaciones que se oían, de forma
continuada.
Ya se aproximaba la noche, el sol comenzaba a esconderse
entre los edificios y su estomago empezaba con ruidos que indicaban hambre. Con
su cocina ya arreglada podría cocinar al horno esas recetas que leía en sus
fascículos coleccionables de gastronomía, los cuales compraba en el Parque
Rivadavia, junto a revistas de la guerra de Vietnam. Casi con la plenitud de su
armonía recobrada, enmudeció después de tanta puteada y se puso a buscar las
revistas para poder cocinar. Después de hurgar en esas cajas que había
utilizado de una tarde limpieza, halló tan solo dos de estos fascículos, de
modo que tuvo amoldarse a las recetas posibles y se decidió por lomo a la
crema.
Le
faltaban algunos ingredientes, así que buscó un abrigo y las llaves. Cuando
intento abrir la puerta, la llave se quedó trabada. Probó de las mil maneras,
pero no había caso. La cerradura no cedía. De manera que puteo otro rato,
estaba encerrado y sin conocer a ningún cerrajero. Mientras daba vueltas por la
casa pensando que haría, se detuvo en medio del hall, metió su mano en el
bolsillo del pantalón y con gesto de resignación, saco la tarjeta que le había
dejado el gasista. Esta decía: “servicios las 24 hs de gas, plomería y cerrajería.
Tel 3456 – 7865 cel 1574362900
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