En la localidad de Ranchos había pocos locales que se
dedicaban a vender instrumentos de música. Si, lo que se podía encontrar era una
mezcla en los comercios, porque en cada uno de ellos se vendían cosas de
distintos rubros. Josesinho paseaba por las calles buscando un lugar que
vendiera una guitarra. Aunque no supiera tocarla, necesitaba tener una.
Disfrutaba como nadie, hacer crujir esas cuerdas en sus ratos libres. Durante
el día trabajaba en la construcción como ayudante de albañil. Siempre decía que
sus manos callosas le permitían un sonido más potente.
Al salir de su trabajo pasaba por un local que tenía en
venta una guitarra que quería hace tiempo y dejaba lo que ganaba en el día
dentro de un sobre que le había preparado el dueño. Tenía una relación bastante
amistosa con el señor del comercio pero con la que más hablaba era con su
mujer. Todas las veces que iba a su local lo esperaba con la comida que
preparaba. Lo quería casi como un hijo. Josesinho le lloraba que quería esa
guitarra, lo único que deseaba era ser un gran artista y viajar por el mundo
tocando. La mujer, cada vez que decía eso, lo miraba con los ojos llorosos.
Quería ayudarlo, pero su marido no se la haría tan fácil. Además de necesitar
dinero era un hombre duro y parco. Lo único que le quedaba por hacer era
alentarlo a que siga trabajando para poder terminar de pagarle la guitarra.
Se fue, luego de una breve charla con la mujer. En pocos
días era su cumpleaños y la única persona que lo sabía era ella. Sentía un
vacio enorme, pero su peor tormento era no conseguir el instrumento.
Desanimado, porque en la construcción no le pagaban lo suficiente como para
acortar los plazos, estuvo dos días sin presentarse a trabajar. Ni siquiera al
local fue. La resistencia le duro poco, tenía hambre y para comer necesitaba ir
allí, no tenía más remedio. A la salida de la construcción compró algo de
comida al paso y el resto del dinero lo guardo para el sobre.
Más contento que otros días, fue camino al comercio. Al
llegar se encontró con un cartel que decía: “cerrado por duelo”. Golpeó, pues,
desesperado, lo atendió la señora y abrazándolo le dijo, que el marido había
muerto. Se hizo un silencio que duro solo algunos segundos, entre medio del
llanto, fue detrás de la puerta y saco la guitarra; esto es para vos, le dijo
en medio de un profundo dolor pero a la vez contenta porque lo había podido
ayudar finalmente. El muchacho confundido entre alegría y tristeza, vio que la
guitarra traía una carta. Cuando la abrió, leyó: “Feliz cumpleaños”.
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