viernes, 17 de agosto de 2012

Una Guitarra


En la localidad de Ranchos había pocos locales que se dedicaban a vender instrumentos de música. Si, lo que se podía encontrar era una mezcla en los comercios, porque en cada uno de ellos se vendían cosas de distintos rubros. Josesinho paseaba por las calles buscando un lugar que vendiera una guitarra. Aunque no supiera tocarla, necesitaba tener una. Disfrutaba como nadie, hacer crujir esas cuerdas en sus ratos libres. Durante el día trabajaba en la construcción como ayudante de albañil. Siempre decía que sus manos callosas le permitían un sonido más potente.
Al salir de su trabajo pasaba por un local que tenía en venta una guitarra que quería hace tiempo y dejaba lo que ganaba en el día dentro de un sobre que le había preparado el dueño. Tenía una relación bastante amistosa con el señor del comercio pero con la que más hablaba era con su mujer. Todas las veces que iba a su local lo esperaba con la comida que preparaba. Lo quería casi como un hijo. Josesinho le lloraba que quería esa guitarra, lo único que deseaba era ser un gran artista y viajar por el mundo tocando. La mujer, cada vez que decía eso, lo miraba con los ojos llorosos. Quería ayudarlo, pero su marido no se la haría tan fácil. Además de necesitar dinero era un hombre duro y parco. Lo único que le quedaba por hacer era alentarlo a que siga trabajando para poder terminar de pagarle la guitarra.
Se fue, luego de una breve charla con la mujer. En pocos días era su cumpleaños y la única persona que lo sabía era ella. Sentía un vacio enorme, pero su peor tormento era no conseguir el instrumento. Desanimado, porque en la construcción no le pagaban lo suficiente como para acortar los plazos, estuvo dos días sin presentarse a trabajar. Ni siquiera al local fue. La resistencia le duro poco, tenía hambre y para comer necesitaba ir allí, no tenía más remedio. A la salida de la construcción compró algo de comida al paso y el resto del dinero lo guardo para el sobre.
Más contento que otros días, fue camino al comercio. Al llegar se encontró con un cartel que decía: “cerrado por duelo”. Golpeó, pues, desesperado, lo atendió la señora y abrazándolo le dijo, que el marido había muerto. Se hizo un silencio que duro solo algunos segundos, entre medio del llanto, fue detrás de la puerta y saco la guitarra; esto es para vos, le dijo en medio de un profundo dolor pero a la vez contenta porque lo había podido ayudar finalmente. El muchacho confundido entre alegría y tristeza, vio que la guitarra traía una carta. Cuando la abrió, leyó: “Feliz cumpleaños”.   

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