Épocas difíciles siempre se aproximaron, despertando temores
y alborotando toda una profunda tarea lograda desde un poder que ya se dio a
conocer y es una constante. Hoy todos sabemos con mayor cantidad de detalles
que la sociedad convive desde tiempos lejanos con una vorágine extrovertida,
que no se cansa de infundir fracasos e ilusiones de pleno goce si no cumplimos
nuestro deber como ser social; eso implica que nuestras predicas no infieran y
perturben el honrado código civil. El propósito es mantener una suerte de
buenas acciones con la comunidad que quizás es la que provoca ¿inconscientemente?
síntomas de una brutal pérdida de identidad y sentido por
nuestra condición como seres humanos.
Algunas cuestiones quizás ya no se combatan y ni si quiera
se resistan porque ya formaron parte del sentido común, es lo más probable,
pero una cosa si hay que tener presente frente a tanta imposición y es nuestra
condición como seres que pueden renovar la ¿cultura? Gran parte de la
conciliación en esta sociedad pasa por la cultura (si no es toda) por lo tanto
habría que intervenir y hurgar el por
qué de las muchas reducidas (si se me permite el oxímoron[1]) interpretaciones
que han logrado que canonicemos para formar parte del no se qué social.
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