Todos los días viajo en el mismo tren para ir a trabajar, hace
catorce años que veo lo mismo; vendedores de todo tipo, chicos de menos de diez
años “trabajando” para el hijo de puta del jefe, (su padre) que según el grado
de hijaputez que pueda tener, golpeara menos a su hijo que otros. Todo depende
de cuánto lleven a casa.
También recibo algunos piedrazos a manos de niños, (si leen
bien, NIÑOS) que ya le escupen a la sociedad al mejor estilo, tablero de tiro
al blanco y podría contar algunas cosas más pero….
Cuando yo era adolescente, recuerdo que mi madre decía “en la vida hay que esforzarse, lo más importante es estar en armonía con lo que
haces”. Si tuviera la posibilidad de contestarle en estos momentos, le
diría que esas son patrañas que solo venden humo al desdichado. ¿Cómo carajo se
puede soportar las flatulencias de la cotidianeidad?
Quizás piensen que mi crónica es pesimista pero solo son algunos instantes en los que desprendo
soliloquios encolerizados. Generalmente cuando llego del trabajo, la única que
me espera es la enternecedora botella, que me incita a joder y maldecir todo mi
alrededor.
El respaldo de mi sillón es el causante de mis reflexiones,
con tan solo apoyar la cabeza y notar tamaña comodidad, se me abren todas las
dudas acerca de que mierda es todo esto. Casi yo diría que es inevitable, no
dar esos bruscos tragos a mi vaso de vino, para después soltar desgarradoras
puteadas contra dios y Maria santísima. He hecho un trueque con mi fe, la
cambie por alcohol, jajajaja…….
Quienes puedan saberse felices y dichosos, pues bien parecen
expertos en enfrentar el oleaje de la misericordia. Tremendas mañanas las de
esas personas, gozando de todas las caridades que han ofrecido el día anterior.
Los argenpanqueques si que sabemos eso de acomodarnos a cada situación, hasta
creo que es un don no reconocido, pero bueno mejor seguir viviendo así, ¿no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario