Haga de cuenta que por una vez en la vida perdió los estribos...
Si el barrio de Boedo necesitaba una definición clara, poética y sin
solemnidad, para dejar en claro su condición de barrio y que no se acuesta con
ninguna magnificencia, tuvimos que llegar a las palabras de Fabián Casas. Un escritor
que a fuerza de contar buenas historias, logra convencer con una estética
plasmada de originalidad. Una descripción clara sobre este autor sería
introducirse en un espacio poco probable de alcanzar. Y para no fracasar en el
intento vamos hacer que en el transcurso de la nota, hablen sus textos.
Casas siempre estuvo atravesado por historias delirantes e inquietantes.
Por ejemplo, una de ellas fue cuando tenía veintiún años y se estaba por casar.
Faltaban dos semanas para su casamiento y se fue de viaje al norte argentino
del país durante dos años, recorriendo no solo el norte sino también Bolivia,
Perú, Ecuador y Colombia. Después en uno de sus trabajos pasajeros que le tocó
ser repositor en una empresa de lácteos, fue despedido al poco tiempo porque
había fumado marihuana y se quedó dormido dentro de la cámara conservadora. Lo
sacaron en camilla.
Más allá de que las anécdotas puedan rozar lo cómico, forman parte de
una personalidad que muchos, quizás, llamen descabellada por sus
comportamientos. Casas, si hay algo que tiene claro es lo que no quiere ser,
por eso puede satisfacer lugares de la escritura que resultan provocadores y de
alguna manera renovadores. Hay muchos escritores que quizás puedan hacerlo de
la misma manera o mejor, pero la fuerza de la espontaneidad y la impronta para
describir ciertos escenarios y personajes, ya es una marca propia de este
autor. Estas historias plagadas de rock, clase baja, intranquilidad y fobias,
ya forman parte de una cosmovisión aggiornada de lo que es vivir en la actual
sociedad. Hay una mano que logró traer un aire fresco a nuestras letras sin
ningún tipo de acomedidas palabras, ni de cuidados que protejan las rebosantes
crudezas que se desataron del tan recordado 2001 hasta la fecha.
Uno de sus cuentos más pertinentes para hacer un recorrido en todo esto
que venimos diciendo desde el comienzo, se llama “El bosque pulenta” y en uno
de sus andamiajes, logra hacernos fabricar una escena de jóvenes que en honor a
su barrio de pertenencia, van a dejar en claro quién es que el manda allí.
Mañana a la noche nos juntamos en la
esquina de Maza y Estados Unidos, vamos a ir al Parque Rivadavia, para ver
cuantos son. ¿Quién dijo eso?, digo. Máximo y los dulces estuvieron de acuerdo.
También dicen que va a venir Chamorro y pibes de la Martín Fierro, me larga,
para darme a entender que vamos a estar bien pertrechados. Parece que los del
Parque Rivadavia se reúnen a la noche bajo el monumento. La idea es seguirlos y
después apretarlos cuando se van. ¿Y Chopper?, digo. De Chopper se encarga
Chamorro, dice. Una pelea de titanes, digo. La tercera guerra mundial, dice.
A raíz del titulo del cuento, Boedo empieza a contarnos cosas desde una
antropología mundana, callejera y psicodélica, que más allá de la ficción
comparte cosas con la realidad de hace unos momentos atrás, nomás. No deja de
sorprendernos con personajes que sin ningún tipo de problemas podemos comparar
con películas de pandillas.
Nosotros empezamos a correr por
Venezuela cuando cayó la yuta.
A mí me agarró Máximo y me metió en
un taxi. Estaba aturdido. Máximo sangraba por toda la cara.
¿Fueron al Ramos Mejía?
No. No teníamos plata para pagar y
ni bien salimos de ese quilombo Máximo le dijo al tipo que no teníamos un mango
y nos hizo bajar. Yo bajé por un lado y Máximo por el otro. Pero no lo volví a
ver.
Con este poder contundente, sumado al peso de las historias que con gran
fuerza noquean a medida que se van leyendo, podemos hacer eje en este narrador.
En Fabián Casas.
Son las seis de la tarde y ya se
pone oscuro. Estoy tirado en mi pieza, escuchando Abbey Road, de Los Beatles.
Escucho sobre todo el lado dos, ese el que más me gusta. Canciones enganchadas
o, mejor dicho, una melodía original que va sufriendo mutaciones. Los Beatles;
esos si que eran grandes. Lo puedo asegurar. A lo sumo puedo escribir, citar,
poner fechas. Por ejemplo: el verano tardó muchísimo en irse. Un calor húmedo y
terrible, sábanas húmedas, cigarrillos doblados, olor.
Pero ahora estoy, o estamos – si es
que afuera de esta pieza queda alguien vivo – en medio del invierno. Oscurece:
ya casi es noche cerrada. Me imagino a las familias alrededor de las mesas,
preparadas para cenar, con los hogares encendidos y los leños quemándose en su
felicidad. Las rutinas cotidianas del verano modificadas hasta el próximo año.
Firmeza y gran caudal de imágenes, son las que nos cuenta
aquí en su cuento Ocio. La fuerza de la pereza muchas veces sirve para poder
reflexionar, acerca del yira yira de la vida. Ese swing logra que suene sin
ningún tipo de bombo, ni frases rimbombantes, haciendo que se introduzca en
nuestros cuerpos y logrando provocar – casi al igual que una canción de
Zeppelin – el constante movimiento de nuestra punta de los pies. Compases bien
dirigidos forman esta gran prosa que no deja de lubricar este particular
estilo. Si fuese una banda de rock, la recomendaría para que la escuchen