El temor que despertaba a David en decidirse a hacer
el viaje a México, era muy grande. No quería dejar tanto tiempo a su familia
sola, sabía que a mitad de su viaje el recuerdo lo insertaría en un profundo
sufrimiento. Pese a eso viajo igual, esa noche se hizo ardua, durmió muy poco y
no pudo parar de pensar que hacer. Su editorial le había encargado un libro sobre
la vida en la selva Lacaron y por lo tanto sabía que era una oportunidad
sublime para destacarse en su oficio. Había ansiado siempre, conocer a las
personas que poblaban allí, demás está decir que en una época de su vida, casi
se alista al ejército extremista por la lucha popular mexicana, pero se
interpuso su mujer desesperadamente, implorándole que pensara en los chicos. Ellos
(afirmaba ella) extrañarían la ausencia.
Si le decía a su mujer de este viaje, ella se
enfadaría porque entendería que su deseo estaría puesto en el ejército y no en
su trabajo como escritor – cronista. De esta forma a penas comenzó la mañana,
llamo rápidamente a la editorial, para pedirles un poco más de tiempo y poder
decidir qué hacer. En ese momento los editores
se molestaron un poco porque no entendían cual era el impedimento que
trababa su decisión, pero aceptaron otorgarle una prórroga para que pudiera decidir.
“No más de diez días”, dijo uno de los contratistas
con voz seca y cortante. David colgó el teléfono e inmediatamente se puso a
planificar como le explicaría a su mujer, que se iría a hacer un libro sobre la
selva lacandona y que tendría que ir hacia allá, para observar el
comportamiento de la gente que habita en ese lugar.
Horas destinadas pensando una explicación pero
ninguna lo convencía, era mucho el temor que lo invadía, su patrona se
enfadaría con cualquier argumento que este le diera. Tras haber recurrido a un
manual de retorica que lo ayudara a escoger las palabras correctas para
persuadirla, no había caso, su mente estaba tildada en la negatividad que le
propiciaría su amada cuando le lanzara las palabras. David estaba fastidiado de
pensar, de modo que decidió relajarse con un trago y un puro que se había
traído de su último viaje a Nicaragua. Cada pitada era recordar ese lugar
tanto, que unas lágrimas se le derramaron tan solo por el cachete izquierdo,
era raro pero solo lloro de un solo ojo, quizás el humo le había ingresado
justo en ese lugar y produjo ese derrame, no lo sabemos.
En el espacio donde ubicaba sus libros, encontró una
edición de la revista que había creado con otros periodistas amigos ya hacía
mucho tiempo, la hojeo un rato largo y se detuvo en una nota que él mismo le
había hecho a un verdulero de nacionalidad boliviano, leyó minuciosamente toda
la entrevista, cuando terminó llamo a unos de sus colegas para que le diera
algunos datos de esta persona, necesitaba localizarlo de manera urgente. Ese
verdulero había creado en la época de los milicos un centro de poesía, donde
todos los días se reunían en un sótano, que él había adquirido argumentando que
era para depositar mercadería. Allí charlaban de todas las cuestiones que no
estaban al alcance de un uniformado - así que imaginen el nivel de lucidez que
había en ese lugar - Igual esto ahora no viene al caso, aquí lo importante para
él era el hallazgo de esta persona, que una vez le había dicho que quería dejar
su trabajo de verdulero para crear una agencia de noticias exclusivamente para
el ejercito extremista.
Su objetivo estaba claro en estos momentos, el
verdulero era su salvación y posiblemente un ayudante para lograr la historia
de su próximo libro. Llamó a algunos teléfonos que pudo darle uno de sus
compañeros, pero en algunos la característica ya no estaba en servicio y los
otros pertenecían a familias que no sabían nada acerca de esa persona. La
búsqueda le iba a llevar un tiempo, tendría que actuar con habilidad y rapidez,
su plazo para decidir si viajaba o no era de diez días. Luego de que no
prosperaran las llamadas, se acordó que tenía los casettes de las entrevistas
que había hecho, abrió su enorme armario donde guardaba todos sus recuerdos de
su pasado oficio como periodista y entre tantos papeles, algunas telas de
araña, encontró una caja con una etiqueta que decía “entrevistas”, saco los
cassettes pero para su suerte volátil, estos no estaban señalizados. Con amplia
paciencia se puso a escuchar uno por uno. Las primeras horas de audición logró poner
su atención al cien por cien, hasta que empezaron a pasar las horas y el
correcto no aparecía. Se acomodo en posiciones diferentes pero sus ojos ya no
resistían el esfuerzo, al sexto este se había quedado profundamente dormido. Su
mujer preocupada por no escuchar ningún tipo de ruido desde la habitación, se
acerco y vio que su marido estaba desplomado contra su brazo derecho, lo
sacudió varias veces para que se vaya a descansar a la cama pero este tan solo
respondía con algunos balbuceos que se quedaría allí a terminar de escuchar
todas las entrevistas.
A mitad de la noche decidió que tendría que hacer
algo para mantenerse despierto, esa información tenía que aparecer de manera
urgente. En uno de sus cajones de la pequeña oficina de su casa, guardaba una
dosis de cocaína para cuando tenía que escribir por encargo y los plazos eran
cortos, igualmente no era necesario que el motivo para que consuma sea la
escritura, a veces era la búsqueda de placer cuando no tenía ganas de tener
sexo de forma tan continua. Él deseaba en algún momento aunque ya no lo
estuviese haciendo, entrevistar a Fogwill. Admiraba su gran lucidez desbocada
para con la integridad del legítimo colectivo intelectual que prevalecía en el
país. Otra vez se me está escapando el hilo pero bueno, Laiseca diría que esto
es normal. Continuemos……. David estaba perceptivamente atento, como para
escuchar veinte grabaciones seguidas, varias de las que iba escuchando le
fascinaban porque eran de escritores argentinos antes de su exilio, otras eran
de músicos que tuvieron que cambiar la letra de sus temas, para no ser
torturados físicamente (sufrían la tortura artística) y por fin cuando ya
estaba impacientándose encontró la cinta que contenía la entrevista al
verdulero boliviano, escuchó con mucha concentración porque antes de ir directamente
a las preguntas, hacia una introducción de su entrevistado y del lugar donde
estaban situados.
“Hoy
15 de octubre de 1980 estoy camino a entrevistar a una persona, digna de ser
ampliamente reconocida por todos los ámbitos de la cultura y así dejar atrás
los prejuicios de toda índole. Hoy vamos a entrevistar a José Regis, verdulero
de nacionalidad boliviana, él es escritor y creador de este gran centro poesía,
que para la milicia es clandestino. José trabaja en la verdulería durante el
día y a la noche se reúne con personas de distintas nacionalidades para leer
poesías y proyectar algunas películas. Vive en la zona de Barracas, desde hace
diez años y decidió venir al país para trabajar y poder publicar su novela que
le llevo ocho años de trabajo y varias negativas en su país. Hoy sigue sin
poder publicar su novela debido a su nacionalidad…..”[1]
Este fragmento le basto a David como indicio para
saber donde se tenía que dirigir primero, de todas maneras sabía que el azar
tendría que estar de su lado, esta entrevista tenía mucho tiempo desde que se
realizo. A todo esto, ya eran las diez de la mañana y seguía despierto con algo
de lucidez, así que se hizo de algunas cosas personales y salió en busca del
rastro de José. Su barrio se encontraba bastante alejado de Barracas de modo
que tuvo que tomar un colectivo que lo dejara cerca del lugar. Por la esquina
de su casa estaba la parada del veinticinco, como no sabía cuánto costaba el
boleto, le indico el lugar hacia donde
se dirigía e instantáneamente el chofer le dijo, “uno, veinticinco. Pibe”.
Hacía rato que no se trasladaba en colectivo, todo le parecía divertido, podía
observar desde una ventana a la gente. Las esquinas con sus grafitis eran el
escenario de calles típicamente arrabaleras, los bares decorados lúgubremente
le daban la pauta de que la zona era típicamente como lo había leído en su
momento, “Barracas, barrio de obreros e inmigrantes”. Todo era un loco pensar,
hasta que llego el momento de bajarse.
La búsqueda de José
Primero preguntó a algunas personas que pasaban a su
alrededor si lo conocían, después preguntó en varios kioscos y en algunos
negocios de la calle principal, pero nada. Nadie sabía si quiera, que esa
verdulería había existido.
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